Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

lunes, 19 de septiembre de 2022

Pintado en la Pared No. 265

 

Apuntes de historiografía (III)

Una historia del pensamiento en América latina.

En vez de una historia de la filosofía en América latina, propongo una historia del pensamiento. En vez de una limitada historia de la filosofía, una historia del pensamiento. El pensamiento como objeto demanda otros criterios de búsqueda y de selección; claro, también demanda establecer qué es pensamiento y qué puede incluir. En principio, se trata de una categoría de análisis más amplia, quizás difusa y ambigua. Intentemos precisar. “Pensamiento” es, a mi modo deber, una designación genérica para aquello que se piensa y se dice. La historia pública de América latina ha tenido una producción más o menos intensa de pensamientos que han circulado, que se han impuesto circunstancialmente como categorías centrales de la discusión cotidiana. Esos “pensamientos” han tenido contenidos particulares, sus énfasis históricos, también sus agentes creadores y reproductores. Esos pensamientos pueden incluir reflexiones filosóficas, ideas acerca del orden político, acerca del orden social, acerca de la belleza, de la verdad, de la moral. Pensamientos políticos, pensamientos filosóficos, pensamientos científicos, pensamientos estéticos. Por supuesto, esto amplia el corpus documental y también el conjunto de agentes sociales que intervienen.

De tal manera que una historia del pensamiento nos obliga a ser más elásticos y plurales en nuestras búsquedas; nos vuelve más extenso el archivo, nos exige enriquecer nuestros medios de interpretación, nos pide aceptar formatos de expresión del pensamiento muy diversos: un poema, una carta, un mapa, un manual de enseñanza de la filosofía, un curso de lógica, una memoria científica, un reclamo colectivo. En suma, el pensamiento puede ser una elaboración exclusiva y refinada de un sujeto individual; por ejemplo, un filósofo, un científico, un artista. Pero también puede ser una elaboración menos sistemática, incluso esporádica, de un sujeto cuya labor cotidiana no contiene la misión sistemática de pensar; aquí se trata de un pensador ocasional. Igualmente, puede ser una actividad excepcional, incluso no intencionada, de un grupo de individuos que de un modo momentáneo ocupan un lugar en la vida pública.

Una historia del pensamiento, vista así, es una historia de la discursividad de una sociedad, una historia de su permanente producción de signos, símbolos, ideas, con sus reflujos, sus dispersiones, sus confluencias, sus predominios. Una historia del pensamiento, según esto, parte de suponer que en América latina siempre ha habido agentes productores de pensamientos, que siempre ha habido situaciones que han obligado a pensar, que siempre ha habido agentes que enuncian sus pensamientos.

Todo esto último, entraña modificar nuestro campo de percepción, saber establecer distinciones entre momentos históricos; qué se pensaba y por qué en determinados momentos de la historia de América latina; cuándo dejó de pensarse acerca de esto y aquello e inició otra cosa, con los mismos o con otros agentes sociales. Eso nos lleva a afirmar, en consecuencia, que estaremos ante pensamientos históricamente situados, atados a circunstancias de la vida en común de nuestras sociedades, a conflictos o encrucijadas dominantes, con agentes portadores de pensamientos que también han estado históricamente situados.

El historiador o la historiadora del pensamiento tendrá, entonces, el reto de saber discernir etapas, de hallar tendencias y, por supuesto, tendrá que saber asociar lo dicho y lo pensado con las circunstancias que hicieron posible la aparición de esos pensamientos o de esas ideas o de esas creaciones intelectuales.

El ortodoxo historiador de la filosofía quedará, ante esto, muy confundido. Claro, no puede ser de otra manera. Es cierto que la filosofía, su quehacer, quedará disuelto dentro de un espectro amplio de pensamientos. Y diré que, precisamente, de eso se trata, de situar el pensamiento filosófico en la historia más general del pensamiento; se trata de poner en relación lo que pareciera recluido a una expresión aislada, exclusiva, elitista de un presunto filósofo. Poner en relación es integrar a una discursividad más amplia el hecho de pensar filosóficamente o de intentar hacerlo. Integrar el pensamiento filosófico a una cadena significativa de acciones discursivas en que los agentes que intervienen, muchas veces sin saberlo, están haciendo parte de un conjunto de pensamientos que tienen que ver con algo. A esa forma de trabajar del historiador del pensamiento lo llamó alguien arqueología y la búsqueda arqueológica nos pide hallar regularidades, establecer conexiones, vínculos de significación.

La historia del pensamiento, según estos supuestos, se vuelve algo más ambicioso, más documentado, con mayores desafíos hermenéuticos y, quizás lo más importante, con un mayor volumen de hallazgos. Esa historia será, por tanto, mucho más generosa que una raquítica historia de la filosofía.

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