Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

domingo, 7 de abril de 2019

Los nombres del gato asesino




Es un macho persa de rostro sombrío cuyo maullido nocturno acaba por espantar a las hembras más ingenuas. Su cuerpo reúne peores antecedentes, su cola fue mutilada y exhibe unos testículos prominentes. Su verga ha destrozado los genitales de varias hembras que han muerto desangradas luego de una penetración despiadada. Cuando era joven y de mirada esplendorosa, hombres pervertidos le amarraron, le introdujeron un palo de escoba en el ano, le amputaron la cola y lo iban a quemar mientras el cuerpo giraba en una vara. Logró liberarse y desde entonces camina con renguera en la pata trasera izquierda y con cicatrices de las quemaduras en las orejas.

Desde entonces prometió vengarse. Lo adoptó una dulce anciana que no sabe nada de sus andanzas nocturnas. Todas las noches sale, luego de que su protectora se ha dormido mientras mira la televisión, y regresa silenciosamente todas las madrugadas. Se volvió con el tiempo una mezcla de mascota y cómplice de una banda de asesinos. Los acompaña en sus fechorías, les sirve de campanero y mensajero. Tuvo para su vida un episodio glorioso; logró llevar a su banda hacia uno de los hombres que lo había torturado y aprovechó el asalto para treparse en su cuello y enterrarle sus colmillos hasta degollarlo. Desde entonces ganó respeto en la banda y se convirtió para ellos en una mezcla de amuleto y socio. Lo esperan para deliberar, le reservan una silla mullida y lo llevan en carro por la ciudad. Al principio lo veían como un curioso animal deforme y ahora tiene para ellos el aire de un astuto gato asesino.

Es gato de tres nombres que sabe diferenciar. El primer nombre de su juventud, que ahora le parece deleznable, fue Monín, impuesto por el niño que lo recibió como regalo. Luego de padecer el abuso y abandono, la nueva protectora decidió llamarlo Jonás. Sus compañeros de banda se tomaron su tiempo para discutir el nombre de quien, al principio, era un intruso que los seguía en sus andanzas y que luego se volvió una compañía incuestionable. El jefe de la banda, un expolicía de alto rango, propuso que merecía el nombre propio de un humano, porque no era un gato cualquiera. Después de varias noches de deliberaciones decidieron que merecía llamarse Álvaro o Adolfo. El gato se acomodó fácilmente a los sonidos del primero.

Pintado en la Pared No. 191.

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