Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

viernes, 21 de agosto de 2020

VIVOS Y TONTOS DE LA INVESTIGACIÓN UNIVERSITARIA

El camino hacia el infierno, dicen, está empedrado de muy buenas intenciones o, en palabras de mi querido Oscar Wilde, las peores cosas las hacemos con las mejores intenciones. Todo esto es enteramente aplicable a la estrategia de financiación de la investigación a nivel doctoral que se inventó mi Universidad; quizás por haberle dejado la letra menuda de la estrategia a una oficina jurídica o a leguleyos cuya sensibilidad universitaria la deben tener más debajo de los tobillos, hoy varios profesores que fungíamos como directores de tesis quedamos comprometidos en un acta como “ejecutores del gasto”. Es decir, pasamos de un plumazo a ser objetos de eventuales juicios fiscales cuando éramos – y debimos seguir siéndolo- unos simples directores de tesis de doctorado. Pues bien, en aquellos casos en que nuestros estudiantes de doctorado -todos ellos ciudadanas y ciudadanos capacitados para asumir deberes y derechos- no cumplieron por alguna razón con el compromiso de escribir, sustentar y aprobar sus tesis, deberemos asumir las consecuencias disciplinarias, fiscales y laborales de esos incumplimientos.

La credulidad excesiva en el tino de nuestros directivos universitarios y en la honestidad o capacidad intelectual de nuestros estudiantes nos ha colocado, a los directores de tesis, en una situación deplorable. Por un lado, fuimos demasiado ingenuos al creer que cualquier papel que nos haga firmar una vicerrectoría es un documento surgido de la lucidez más venerable; y, por otro, aceptamos volvernos fiadores de estudiantes cuyas peripecias personales, cuyos dramas de salud física y mental ignoramos. De ese modo, algunos/as estudiantes recibieron dichosamente en sus cuentas bancarias alrededor de 20 millones de pesos que no sabemos cómo ni en qué gastaron porque, en ciertos casos, las/los estudiantes se esfumaron; en otros, las/los estudiantes comenzaron a fingir o demostrar urgencias hospitalarias, tragedias familiares, accidentes caseros, daños irreparables en el “disco duro”, tratamientos psiquiátricos y hasta ilusionados contagios por esta pandemia.

Con ese panorama, ni el dinero, ni la tesis doctoral, ni futuras tesis, ni futuras mediciones de Colciencias, ni futuras investigaciones, ni futuros grupos de investigación, ni futuros programas de doctorado. Todo eso quedó bloqueado. Tanto daño colateral no lo tuvimos en cuenta ni los abogados que se inventaron la fécula del acta de compromiso, ni quienes diseñaron la resolución de “estímulos” a la investigación a nivel de doctorado, ni los profesores que aceptamos ponernos la soga de la ejecución del gasto, ni los estudiantes que terminaron hundidos en la enfermedad de la procrastinación. De este asunto nadie salió satisfecho, todo lo contrario.

Pero por lo menos debería estar sucediendo una cosa que no vemos que suceda; a ningún funcionario de mi Universidad se le ha ocurrido -parece- tocar la puerta (virtualmente, claro, por ahora) de las y los estudiantes que recibieron los dineros que ellos gastaron y que les sirvieron para hacer creer que investigaban y escribían sus tesis doctorales. Al menos, creo, hay que hacerles recordar a esos estudiantes que ellos también firmaron el mismo papelucho comprometedor, que utilizaron recursos de la nación, que le deben alguna lealtad a la Universidad que quiso ayudarles en su formación profesional y que, incluso, tienen alguna deuda de honestidad intelectual con los profesores que metieron las manos en el fuego por quienes quizás no lo merecían.

Y puede hacerse algo más: evitar el uso de esa misma estrategia de “estímulo a la investigación” porque, de seguir haciéndolo, sólo lograremos acelerar la imbecilidad colectiva y la muerte de la investigación universitaria; porque unos vivos seguirán disfrutando del candor de los tontos. Y de eso ya estamos saturados.

Pintado en la Pared, No. 215.

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