Nuestros pobres archivos y bibliotecas (4)
Algunas propuestas de solución.
Estamos ante una BNC y una AGN que funcionan a medias; y tenemos una BLAA que ha descuidado el servicio a los investigadores. Y podemos decir más generalmente que las bibliotecas y los archivos del país no están preparados para atender las exigencias de la investigación en las ciencias humanas. Sus “protocolos” de atención son, en algunos, rígidos; en otros, absurdos y, en todo caso, expresan el desprecio o el desconocimiento de las necesidades de quienes investigamos. Como solía sucedernos en las décadas de 1980 y 1990, los funcionarios que atienden en esos lugares se incomodan con la presencia de las y los investigadores. Todavía somos bichos raros que ponemos a prueba las buenas maneras de funcionarios que prefieren imponer las rigideces de sus protocolos sobre las situaciones particulares de cada investigador o investigadora. Nuestros archivos y bibliotecas necesitan, primero, mayor inversión en equipos para la consulta; segundo, más recursos para ampliar y fortalecer los catálogos digitales; tercero, un aumento en el personal que atiende en las salas y, unido a esto, una educación de ese personal de tal modo que sepa atender nuestras necesidades y exigencias.
Yo lamento profundamente que estudiantes que contribuí a formar como historiadores ahora sean unos estirados funcionarios de archivos y bibliotecas que quieren imponer sus criterios muy estrechos de acceso a la documentación. ¿En qué momento y por qué perdieron la sensibilidad o la empatía sobre algo que ellos alguna vez aprendieron o trataron de hacer en los seminarios de investigación que les impartimos? ¿Dónde aprendieron el nefasto principio según el cual el funcionario de la biblioteca y su reglamento son más importantes que las necesidades de la investigación?
Creo que una urgente redefinición de nuestras universidades y de nuestros sistemas de educación e investigación debe incluir un cambio de lugar y una nueva caracterización de nuestras bibliotecas y archivos. En lo que concierne a la BNC y el AGN, considero que deben estar adscritos a un sistema nacional de investigación que no puede depender del Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes (aunque deploro la confusa diversificación de ministerios que incluyen al Ministerio de Educación y al Ministerio de las Ciencias en unas funciones y unos proyectos que pueden reunirse en una sola institución bien dotada). Esa nueva caracterización debería contribuir a la redefinición de sus prioridades y a un cambio en sus estructuras de dirección. A mí no me ha producido ningún entusiasmo los gastos en que ha incurrido la BNC en la adecuación de la sala Samper para organizar exposiciones, algo que ha implicado borrar una sala de consulta y gastar muchos recursos que debieron concentrarse en recuperar el catálogo perdido en el robo cibernético. Esa ha debido ser su prioridad.
Las universidades públicas, y en particular las facultades de ciencias humanas y sociales, deberíamos tener participación en los consejos directivos del AGN y del BNC para incidir en la definición de derroteros, en la elaboración de planes de trabajo, en la vigilancia de los recursos públicos y en la reglamentación de la atención al público. Las y los investigadores de las ciencias humanas no podemos seguir siendo los destinatarios ocasionales de las decisiones que toman en las direcciones de esas instituciones, muchas de ellas plasmadas en impedimentos cotidianos para la consulta y, peor aún, para el desarrollo de la actividad de investigación.