Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

domingo, 21 de febrero de 2010

AVATAR: CIENCIA, POLÍTICA Y FICCIÓN

Pintado en la pared 24
Al doctor Manuel Ballén, por su provocadora invitación.
“Hasta que llegaron los adultos a poner problema en algo tan divertido”.
Susana, 10 años.

Hay que ir a una sala de cine de pantalla gigante, llevar lentes de tercera dimensión, una buena porción de pop corns, una botella de agua para evitar –pequeño gesto de resistencia y dignidad- el veneno de la Coca-Cola. En una silla en la mitad de la sala –bueno, en Cali lo mejor es sentarse lo más lejos posible de la pantalla- estaremos durante casi tres horas sumergidos en el vértigo de un viaje hacia un futuro que está más allá de ciento cincuenta años de nosotros. Saldremos exhaustos de imágenes y movimiento, pero también hambrientos, deseosos de comenzar a digerir todo ese mundo posible que nos han inventado.

Avatar parece la concreción virtuosa y perversa a la vez de un viejo sueño imperialista, declarado alguna vez en la ebriedad de la expansión británica en África por uno de sus más rutilantes “héroes”; Cecile John Rodes (1853-1902) dijo de manera visionaria que si era necesario salir a la conquista de otros planetas, el imperio británico estaba dispuesto a hacerlo. Cada día de los dos últimos siglos hace cada vez más probable aquello que sólo era quizás una quimera, una fantasía del optimismo despiadado del capitalismo en expansión que arrasaba a seres humanos de los confines de la Tierra en nombre de la civilización y el progreso. En Avatar, nuestro planeta es un territorio exangüe, agotado, la naturaleza ha sido destruida y la invasión de otros planetas en busca de recursos se ha vuelto un hecho inexorable. En Avatar, una vieja fantasía de los políticos del siglo XIX se vuelve posible o, mejor, necesaria según las ambiciones de los hombres de ciencia y de armas. Pero así como se vuelve posible, se hace peligrosa y dañina como todos los eventos colonizadores.


Avatar es un filme exuberante, extenso e intenso que mezcla lugares comunes con innovaciones y audacias. Los antropólogos, los biólogos, las feministas, entre demás personal de la fauna académica, podremos tener tema para rato: ritos de iniciación, sociedades en armonía con la naturaleza, vínculos colectivos orgánicos; pugnas entre la ciencia y el poder, entre la curiosidad por el otro y el afán depredador; los experimentos de la genética, la clonación y las hibernaciones muestran en aquel lejano futuro sus efectos más probables; y hablando de probabilidades, el filme nos proyecta en la existencia de vida semejante a la nuestra en algún lugar del universo; relaciones basadas en redes; la mujer como instrumento manipulado en la conquista pero también como símbolo de resistencia y de amor. Y al lado de eso el héroe ecológico; la resistencia de comunidades presuntamente arcaicas ante el empuje arrasador de tecnologías militares. Por alguna razón el filme fue censurado en China, donde comunidades campesinas libran su propia batalla por defender tradiciones; por alguna razón el planeta Pandora donde habitan los Na’vis parece una metáfora de los confines del Amazonas cuyos habitantes nativos corren el peligro de la aniquilación o el destierro.


Aunque hay una exaltación de la fuerza, así sea en la forma simple de seres de casi tres metros de estatura que lanzan flechas; aunque otra vez todo sucede alrededor de blancos norteamericanos enjundiosos, no se trata de aquel tipo de ciencia ficción que le rinde homenaje a las innovaciones metálicas ni que le da un empujoncito apocalíptico a nuestro destino, una muerte segura y próxima anunciada por alguna doctrina religiosa. Con Avatar se concreta y prolonga la larga tradición de pensamiento utópico. Prolonga lugares comunes de esas utopías enunciadas por lo menos desde los tiempos de San Agustín, Giordano Bruno, Campanella y Tomas Moro. Un mundo posible como alternativa a otro mundo que se agota y destruye. Un mundo que recobra virtudes primigenias que se han perdido; reinos de abundancia, de relaciones armoniosas con la naturaleza, sociedades “humanas” basadas en la solidaridad y en relaciones colectivas muy sólidas cuyo arcaísmo es su principal virtud.

Imaginar y narrar el futuro es un acto de poder; sobre todo si además de imaginarlo hay atisbos de pronóstico, de certezas, de mundos posibles que el devenir ha ido preparando. El futuro puede ser visto como un mundo posible entre muchos o como un mundo deseado. El viaje al futuro puede ser visto, también, como una liberación, un escape de las prisiones del presente y del pasado. Parece una división del trabajo; unas sociedades nos hemos encerrado en el desciframiento cotidiano de nuestras vidas, nos aferramos a la simple supervivencia y, además, tratamos de resolver los acertijos del pasado con tal de entender lo poco o mucho bueno que somos. Otros se encargan de contar la historia que podríamos o desearíamos vivir dentro de algunos siglos. Avatar es otro eslabón en la cadena de quimeras y utopías de quienes demasiado estrechos, incómodos e, incluso, angustiados con el presente, comienzan a fabricar o a desear alguna forma del futuro.

Sin embargo, esa fantasía que tiene trazos de fina belleza no escapa a un pesimismo cultural muy profundo. En la década de 2150 seguirán existiendo colonizadores asesinos y ladrones como los del siglo XIX o como aquellos que han masacrado y desterrado a campesinos pobres en la Colombia de los siglos XX y XXI. El espíritu violento de arrasamiento y conquista, en busca de recursos naturales, persistirá; la ciencia y la tecnología seguirán siendo instrumentos de políticos y militares. Según las escenas finales de Avatar, el ser humano seguirá sin aprender la lección y pensará en nuevos actos sangrientos de conquista y de desprecio de lo que considera como extraño o inferior. En tal sentido, James Cameron nos ha fabricado una visión pesimista. Aunque la ciencia y la tecnología vayan muy rápido, la mentalidad de los que habitamos este planeta seguirá caminando muy despacio, seguirá expresando ambiciones básicas.

Avatar no se salva de los lugares comunes de la narrativa fílmica de los últimos decenios: el mesianismo del hombre elegido; la exaltación racista de la fuerza; el amor y el poder aparejados; el heroísmo individual como argumento de salvación. Pero aun así hace una propuesta estética audaz; será difícil olvidar el vértigo de las montañas flotantes; la lenta y trágica caída del grandioso árbol; la contextura felina de los Na’vis. Los más suspicaces se fijarán en pequeños detalles, como la obsoleta silla de ruedas del marine. Con todo eso, Avatar nos incita a pensar y narrar el futuro, nos arranca por unos instantes de las inercias del presente y del pasado.

Cali, febrero de 2010.


3 comentarios:

  1. Fui a ver la película con un poco de reservas, no solo por el famoso 3D del que desconfiaba en cuanto me había quedado con el 3D de los años noventa - alguna vez vi una película (o sería acaso un juego de Nintendo?) con esas gafitas de cartón que tenían un "lente" rojo y uno azul, y cuyo único resultado fue causarme sensación de vómito y mareo - sino porque desconfío de la pompa y el boato con el que muchas veces anuncian "la película más taquillera de todos los tiempos". Casi siempre resulta ser una basura. Esta vez sin embargo salí contento. A medias. La parte tecnológica me dejó pasmado: luego de unos buenos 20-30 minutos en que me quitaba y me ponía las gafas 3D para ver cual era la gran diferencia, empecé a notarla y luego ya fue el asombro. Eso me gustó y me puso a pensar sobre lo que vendrá (y me acordé de la película ExistenZ de Cronenberg). En cuanto a la película en si, mis sentimientos quedaron en contraste. Dejando a un lado el hecho que nuevamente vemos cómo un estadounidense (pa' más piedra militar y además inválido!) salva el mundo (en este caso el mundo indígena Na'vi), cosa que me recordó la nefasta "Independence Day" - con la que sentí lo mismo que con las gafitas del Nintendo - y otras (la lista es infinita), de una parte me pareció que el director quiso transmitir un mensaje de protesta que se suma a muchos otros (cabe preguntarse si son todos sinceros y honestos o si es simplemente moda y marketing) respecto al proceder humano, que todo lo daña, lo corrompe, lo destruye. Me pareció, pues, un aspecto positivo: llamar la atención sobre nuestro comportamiento desastroso. Por otro lado, y por la misma razón, me llené de amargura y tristeza, pues es el reflejo de lo que precisamente estamos haciendo como raza: acabando a sabiendas con un mundo que no nos pertenece. Creo firmemente, independientemente de películas, mensajes, modas o sinceras buenas acciones, que nada va a cambiar hasta que de veras no haya mas remedio y nos matemos asesinando al mundo que nos rodea. Me conforta pensar que de suceder, la naturaleza no tendría ningún problema en reconstituirse, y bien feliz de haberse librado de tan devastadora plaga.

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  2. Me cuesta trabajo compartir cualquier exaltación que se haga de esta película. El impacto visual que causa Avatar es tan fuerte que de ahí en adelante muchas cosas se pueden idealizar. Pandora es un mundo psicodélico, un mundo neón de seres maravillosos ante el cual este planeta azul que habitamos luce descolorido y la experiencia en él, aburrida - en el fondo me molesta saber que nada me acercará a la sensación de volar en un Banshee -. Cameron ha encontrado la fórmula para ponernos a pensar en otros mundos, en otros seres y obtener de ahí enormes ganancias. Esto, a excepción de Terminator I, lo ha hecho con historias malas, con personajes flojos, como los de Avatar, sin embargo, el éxito es total. A pesar de toda la exhuberancia que hay en la naturaleza de los Nav’i y de la tragedia que desata en su existencia la presencia de los humanos, me resisto a ceder al encanto que hay en las imágenes de Avatar, en las visiones que ahora tengo de Pandora… no obstante, el daño ya está hecho, porque ningún lugar imaginado, ni siquiera Lothlorien, había superado la belleza de un paisaje terrestre, ahora está Pandora, que no es sino una ilusión en 3D que nos distrae de lo real, de lo cercano.

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  3. Pese a las adecuadas criticas, sobre el fuerte impacto visual y sonoro de las mas recientes películas de ciencia ficción, sobre-abonadas por los últimos desarrollos en diseño gráfico y vídeo juegos que la ingeniería a permitido en la ultima década. Se debe reconocer que películas de este genero hoy abordan con mas fuerza, el tema del impacto ambiental y de las relaciones entre los pueblos sean estos míticos, extraterrestres o de otras dimensiones y esto de alguna manera, no cualificada o académica produce una reflexión en la cultura popular.
    Recuerdo cuando de manera despreocupada entre a ver la película SECTOR 9: del director "Neill Blomkamp" sudafricano, que tiene una propuesta visual y artística innovadora. en el trasfondo de esa película de extraterrestres desnutridos y miserables, puso de nuevo el tema del racismo soterrado, de la negación del otro y del destierro.

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