Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Pintado en la Pared No. 57-COLOMBIA, SIGLO XIX

DICCIONARIO DE CONCEPTOS POLÍTICOS

Por: Gilberto Loaiza Cano.

Por alguna parte, de alguna manera tiene que renovarse la ciencia histórica y, especialmente, la historia política o, como unos autores quieren precisar, la historia de lo político. La historia conceptual de lo político es, en algunas historiografías y tradiciones intelectuales, un campo consolidado, preñado de debates, dilemas y, por supuesto, no han de faltar, las inconsistencias y ambigüedades. Pero no puede negarse que es un campo rico de pensamiento acerca de momentos, agentes, lugares en que lo político se produce o reproduce.

¿Dónde comienza y termina nuestro siglo XIX? ¿Cómo y por qué el sistema político representativo constituye una cesura histórica lo suficientemente determinante en nuestra historia de los dos últimos siglos? ¿Qué se ha producido en esa mutación del lenguaje político provocada, en buena medida, con la entronización del orden republicano? Con la crisis monárquica de 1808 entró en funcionamiento un nuevo lenguaje de organización de la vida pública, entonces se escribieron constituciones políticas y los legisladores se tornaron casi imprescindibles; la categoría pueblo desplazó simbólica y políticamente la tradicional figura del rey. La soberanía del pueblo se debatió entre ser un principio abstracto o una realidad social, entonces hubo polémicas acerca de la noción de democracia. ¿Una democracia fundada en la voluntad general, una democracia de los individuos capacitados para gobernar?

Pero además, desde entonces y hasta ahora, hemos tenido una larga historia de lo político en que muchos agentes han intervenido de manera sustancial. Nuestra vida pública no puede entenderse sin el influjo sempiterno del sacerdote católico; el proceso de independencia y el orden republicano establecido sirvieron de bastión para que se consolidara la figura del caudillo. La necesidad de controlar la población y fijar una ilusión de nación le concedió importancia relativa al maestro de escuela; la Iglesia católica se apoyó, en sus tareas de proselitismo religioso, en el activismo de las mujeres. Ciertos grupos de artesanos, las comunidades afro-descendientes e indígenas aprendieron a combinar la resistencia a determinadas formas de dominación y la participación en las lógicas de la representación política.

Desde 1808 y más decisivamente desde el decenio de 1820, los países hispanoamericanos aprendieron a vivir en la combinación de un reglamentado sistema de elecciones y los cortes cruentos de las guerras civiles. Lo uno y lo otro formó un tipo muy peculiar de ciudadanía y, también, un tipo muy particular de organización y acción de los partidos políticos. Los seres humanos de ese siglo necesitaron de la asociación política, entonces recurrieron al club político, a la asociación católica; las élites intentaron distinguirse mediante la exclusiva logia masónica. El mundo de la opinión pública se expandió gracias al taller del impresor y a la difusión del periódico.

En fin, lo político es materia abundante y sustanciosa que merece un seguimiento en las coyunturas históricas de ese largo siglo XIX. Desde hoy iniciamos, en este blog, un largo, sinuoso y provechoso cometido, el de preparar el primer gran borrador de un diccionario conceptual de lo político para la Colombia del siglo XIX. Con el aporte de muy diversos colores, edades, géneros y militancias, nos reunimos en un grupo de investigación para comenzar a discutir y escribir ese diccionario. Retazos importantes de ese diccionario podrán leerlos Ustedes aquí.

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