Muchos en
Colombia creemos que se cerró la página de la guerra del Estado contra la subversión
armada y que empezamos a escribir las primeras líneas de una redefinición de
prioridades en las políticas de gobierno. Por lo menos parece claro que ya no
existe el pretexto de un conflicto armado para justificar la prelación del
gasto militar. Estamos, se supone, en una transición repleta de ambigüedades,
de indefiniciones en que muy buena parte de la sociedad colombiana clama por un
cambio sustancial en la fijación de nuevas prioridades estatales. Muchos
creemos que debe columbrarse el momento de la educación universitaria pública,
porque por mucho tiempo fueron aplazados los necesarios proyectos de la
democratización del acceso a las universidades públicas colombianas. A eso le
hemos llamado, en los últimos días, la gran deuda histórica que el Estado
colombiano tiene con la educación pública y, principalmente, con las
universidades estatales que han padecido en las últimas décadas un evidente
deterioro en su funcionamiento.
La mezquindad ha
sido el sello distintivo de la educación pública en Colombia; pocos recursos
para la infraestructura de las instituciones, bajas asignaciones presupuestales
para la investigación, para la formación de doctores en todas las áreas, para
capacitar maestros de la educación básica. En los últimos cuarenta años ha
crecido, bajo la sombra de un Estado complaciente, el sistema de universidades
privadas y eso ha implicado que la lógica del lucro se haya impuesto sobre las
necesidades formar generaciones de investigadores y profesionales de alto
nivel. El sistema de universidades del Estado ha dejado de ser competitivo y
suficiente en muchos aspectos y eso evidencia una asimetría entre el
tratamiento preferencial a las universidades privadas en desmedro de la
promoción de una educación universitaria liderada por un Estado simbólica y
financieramente fuerte.
El Estado ha ido
tergiversando sus funciones; y en vez de ser garante de un sistema
universitario público, ha enajenado su misión en el patrocinio y subsidio de
universidades privadas que terminaron siendo bastiones del poder ejecutivo. Por
tanto, se ha impuesto una doble discriminación: en la asignación de recursos y
en el reclutamiento de profesionales para las acciones gubernamentales. Las
universidades privadas bogotanas se han vuelto en las únicas aparentemente
disponibles y capacitadas para proveer los miembros de los gabinetes
ministeriales. Y aquí viene, en consecuencia, la discriminación siguiente: se
ha establecido una cesura regional, una disimetría entre universidades privadas
bogotanas y las universidades públicas regionales. Las universidades Externado,
Andes, El Rosario, Javeriana (ancladas principalmente en Bogotá) usufructúan
los grandes cargos en la dirección del Estado y proveen una mirada centralista
y miope sobre los problemas nacionales. Las universidades regionales han ido
quedando reducidas al recortado juego de las disputas locales por proyectos
gubernamentales de bajo alcance.
El Estado ha
sido, pues, acaparado por el centralismo de unas cuantas
instituciones universitarias privadas que, con mucha dificultad, perciben la
complejidad y variedad del país. De ahí que una de las tareas inmediatas
consista en redefinir las prioridades de financiación del Estado y en la
creación de una política de fomento de la educación universitaria según un
sistema nacional de universidades públicas. Volver a poner el acento en lo
público hace parte de la nueva agenda de un país que ha volteado la página del
conflicto armado y que puede, por fin, pensar en políticas públicas de educación
en todos los niveles.
El presidente
Duque tiene la oportunidad histórica de anunciar una etapa nueva en la
organización de un sistema estatal de enseñanza universitaria. Poner la
educación superior en la agenda de prioridades organizativas del Estado colombiano
puede guiarnos hacia una voluntad de otorgarle a la juventud las posibilidades de
formación que no ha tenido; de permitirles a los artistas, a los escritores, a
los humanistas, a los científicos sociales un ambiente propicio para la
creación, el pensamiento, la investigación y la escritura.
Eduque, señor
presidente Duque, eduque.
Pintado en la Pared No. 181.
No hay comentarios:
Publicar un comentario