Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

jueves, 22 de abril de 2021

Memoria de la peste

 

Sin líderes.

¿Los políticos, los gobernantes de cada país de este mundo han estado a la altura de crisis de salud pública provocada por la peste del coronavirus? No, ninguno se ha destacado ni por su solidaridad, ni por su generosidad, ni por su audacia. Todos han tenido un comportamiento reactivo y tardío, otros le han añadido mezquindad, avaricia y hasta desprecio por la vida humana; eso incluye a los dirigentes chinos, a los europeos, a los del diverso continente americano. Todos han estado por detrás o por debajo de la expansión mortal del virus. Ni el capitalismo, ni el socialismo, ni los populismos de izquierda y de derecha, ni las democracias parlamentarias han sido eficaces en esta dura coyuntura. En fin, la política ha sido un fracaso; lo que han aprendido nuestros líderes acerca de la administración pública, acerca de la salud pública, acerca de cómo afrontar situaciones imprevistas, acerca de cómo poner el Estado en función de una emergencia sanitaria ha sido poco, muy poco. O la ciencia política ha demostrado su ineficacia o los alumnos convertidos en presidentes y primeros ministros han sido pésimos estudiantes.

Este año de peste nos ha enseñado, sin piedad, que el mundo carece de líderes. Una de las grandes causas de la expansión de los contagios en Europa y en América fue que los gobiernos tomaron decisiones tardías, demoraron en cerrar las fronteras, vacilaron en decretar cuarentenas. En América, particularmente, algunos presidentes se distinguieron por subestimar el problema; Donald Trump, Boris Johnson, Jair Bolsonaro y Andrés Manuel López Obrador quisieron hacer creer que el nuevo coronavirus no era más que una simple gripa; luego tomaron medidas erráticas que aceleraron las cifras de contagios y muertes. Más cerca de nosotros, el presidente ecuatoriano Lenin Moreno fue desbordado por la crisis de contagios y muertes en Guayaquil, algo que tardó en admitir; luego, sus ministros de salud prefirieron resolver sus angustias privadas antes que fortalecer el débil sistema de salud; en Argentina, un ministro creó una sala exclusiva para repartir las primeras vacunas a familiares y amigos.  

En Colombia, un país acostumbrado a hacer todo a medias respondió mediocremente a las alarmas de la pandemia; el presidente Duque tardó en cerrar aeropuertos y en declarar el confinamiento general. Las ayudas a la población pobre fueron insuficientes, mal distribuidas, porque las bases de datos del Estado son incompletas y no poseen información fidedigna de cuántos y quiénes son los ciudadanos en situación económica precaria. La miseria impuso sus propias reglas de desespero y obligó a la gente a abandonar las restricciones del confinamiento; en otras partes, la gente pobre hacinada en viviendas estrechas no podía soportar confinamientos prolongados mientras se vivía a temperaturas superiores a los treinta grados centígrados. Países como Colombia desmantelaron desde la década de 1990 los sistemas de salud pública, abandonaron la investigación farmacéutica y la fabricación de vacunas; el personal de salud es minoritario y mal remunerado para afrontar los desafíos de la pandemia.

Al lado del gobierno Duque, otros políticos se han distinguido en esta grave coyuntura por su locuacidad irresponsable. Gustavo Petro, el posible candidato presidencial a nombre de un populismo de izquierda, anunció al inicio del confinamiento que estaba padeciendo una grave enfermedad y que debía viajar a Cuba para practicarse unos exámenes que descartaran o confirmaran un cáncer; como si en medio de la pandemia su situación de salud mereciera algún grado de compasión diferenciado o distinguido. El inquieto expresidente Uribe posó de víctima del poder judicial y exhibió todas sus argucias para evadir el ejercicio de la justicia ante un proceso menor, si se compara con acusaciones aún más terribles relacionadas con cruentas violaciones de los derechos humanos durante su presidencia, entre 2002 y 2010. Más debajo de estos personajes, algunos alcaldes y gobernadores aparecieron involucrados en el robo o el desvío de recursos que debían destinarse a la inmediata atención de las emergencias de la pandemia. Cuando los políticos y sus situaciones personales se vuelven más importantes que la comunidad a la que pretenden representar; cuando sus egoísmos y ambiciones se destacan sobre las urgencias de la sociedad es porque esos dirigentes no son los individuos idóneos para asumir el liderazgo de sociedades expuestas a la inminencia de la quiebra económica, del hambre y de la muerte.

La aparición de las vacunas fue una dosis de esperanza mundial que se diluyó rápido en las emboscadas de la voracidad nacionalista, en el afán de lucro de las compañías farmacéuticas. Ningún Estado, ningún gobernante, ninguna asociación de países ha podido fijar el derrotero acerca de los criterios y prioridades en la distribución de las vacunas y en la producción y reproducción de las fórmulas. Hasta ahora, la batalla por el enriquecimiento a la sombra del sufrimiento colectivo la están ganando los laboratorios. Los países ricos han hecho prevalecer sus fortunas y los países pobres han quedado a merced de una distribución a cuentagotas que no compensa la expansión de los contagios y los fallecimientos diarios.

El tira y afloja entre la Unión Europea y el Reino Unido lo ha ido ganando la codicia de Boris Johnson. Su victoria pírrica será poder decir que se adelantó en el acaparamiento de millones de dosis y que dejó al resto de Europa expuesto a los riesgos de una tercera ola de contagios. Ni la Organización Mundial de Comercio, ni la Organización Mundial de la Salud han podido persuadir a los países ricos para que liberen las patentes de las vacunas producidas en sus países para que en Asia, África y Latinoamérica puedan multiplicar más rápidamente las dosis que logren inmunizar a la mayoría de sus poblaciones.

Algo peor que el coronavirus ha sido, sin duda, nuestros políticos. Lección despiadada del momento que, quizás, no aprenderemos.

Pintado en la Pared No 225.

1 comentario:

  1. Gracias maestro por las reflexiones, he leído este y el último pintado de tiempos de pandemia, como siempre muy acertadas sus palabras, espero todo marche muy bien en Montenegro. Yo también estoy aprendiendo a ser feliz con cosas simples. Abrazos!

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