Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

jueves, 3 de octubre de 2024

Pintado en la Pared No. 326

 Fútbol, mucho fútbol

 

Son tiempos de demasiado fútbol; son muchos minutos de partidos de fútbol con sus tiempos de alargue, con sus repeticiones, con los chequeos de las cámaras de ayuda de las decisiones arbitrales. Mucha ropa en los vestuarios y en la cancha; muchas marcas vendiendo implementos: maletines, guayos, tenis, pantalones, pantalonetas, calcetines, camisetas, guantes, bebidas, material médico. Mucha gente ebria en los estadios que llora, ríe, se exalta, sufre y goza. ¿Cuántos equipos de fútbol? ¿Cuántos muchachos jugando en las polvorientas canchas de barrio, en medio de puñaladas, de granadas lanzadas por drones, de comercio con alucinógenos? ¿Cuántos torneos en categorías A, B, C y D? Y a eso agreguemos la multiplicación de los torneos femeninos; la multiplicación de mujeres que parecen viriles jugadores de fútbol. Y los narradores y comentaristas cada uno con sus estilos, sus voces eternas que atraviesan décadas, repletos de memoria estadística de montones de hazañas históricas que poca gente recuerda. Nunca se lesionan, nunca van de vacaciones, son más inmortales que las estrellas de sus narraciones. Y ahora las mujeres narradoras y comentaristas; esplendorosas analistas de cada patada.

Es demasiado fútbol; de lunes a lunes. En la madrugada, a mediodía, en las noches. Siempre hay algún derby; de cuando en cuando el batacazo del equipo chico que le gana al equipo dopado por los dineros de un gran empresario. Campeones de algo que se enfrentan a otros campeones y otros campeones en otra final con otros campeones de otra parte hasta lograr quedarnos con el efímero campeón de todos los campeones de todos los campeonatos inventados por la FIFA en el mundo. Juegan en África, en Asia, en América, en Europa, en Oceanía. Y alrededor mucha gente en los estadios, y muchos haciendo apuestas, y muchos afiliados a las barras, y muchos viajando en aviones y durmiendo en hoteles y haciendo ruido y basura en las calles. Todo, todo eso en grandes volúmenes de emoción en vivo y en directo. Luego, para los insaciables, los noticieros de cada lugar del planeta nos organizan resúmenes, informes, repeticiones en cámara lenta, polémicas entre comentaristas, debates filosóficos sobre las tácticas y las estrategias, con los maestros y doctores producidos en las universidades del fútbol. Siempre aparecerán en esas discusiones dioses o santos, como Maradona; genios como Pelé y Cruyff; leyendas como Di Steffano; díscolos maravillosos como Sócrates o Cantona; los nuevos prospectos como Lamine Yamal.

Cuantos minutos de nuestras vidas hemos perdido viendo partidos de fútbol; engordando y roncando en el sofá mientras al frente, en la pantalla, unos chicos sudan, caen, sufren fracturas, esguinces, tirones. Y nosotros con el colesterol alto, con cáncer de colon, atrapados en la fetidez del estreñimiento, incapaces de ir hasta el buzón por la correspondencia, hundidos en el sopor de una tarde brillante olvidada por un partido de fútbol en algún lugar lejano. Y los hinchas fervorosos; ¿cuántas neuronas pueden tener los apasionados hinchas de fútbol que creen en el color de una camiseta, que aprenden himnos, que usan insignias, que persiguen con puñal a los hinchas del equipo rival, que piden autógrafos a sus ídolos, que madrugan a ver un entrenamiento?

Algo hace el fútbol como para que logre que la gente no haga nada y viva feliz en este mundo de guerras, odios, genocidios. Algo hace el fútbol como para que los futbolistas no puedan decir nada acerca de lo que sucede en Gaza o en Ucrania o en Senegal o en Siria. Algo hace el fútbol como para que reyes, príncipes y presidentes vayan a aplaudir al estadio. Algo logra hacer hasta el punto de terminar el día recordando un gol y no la cifra de muertos por un bombardeo o lo que sucedió con la mujer que apareció asesinada en un parque de París o con los niños despedazados por una granada en el sur de Colombia. El fútbol nos hace imbéciles o nuestra imbecilidad logró llenar nuestras vidas de fútbol. Algo o alguien ha logrado hacer un macabro golazo en nuestro mundo. Con ese gol perdimos el partido.

Seguidores