Fútbol, mucho fútbol
Son
tiempos de demasiado fútbol; son muchos minutos de partidos de fútbol con sus
tiempos de alargue, con sus repeticiones, con los chequeos de las cámaras de
ayuda de las decisiones arbitrales. Mucha ropa en los vestuarios y en la
cancha; muchas marcas vendiendo implementos: maletines, guayos, tenis,
pantalones, pantalonetas, calcetines, camisetas, guantes, bebidas, material médico.
Mucha gente ebria en los estadios que llora, ríe, se exalta, sufre y goza.
¿Cuántos equipos de fútbol? ¿Cuántos muchachos jugando en las polvorientas
canchas de barrio, en medio de puñaladas, de granadas lanzadas por drones, de
comercio con alucinógenos? ¿Cuántos torneos en categorías A, B, C y D? Y a eso
agreguemos la multiplicación de los torneos femeninos; la multiplicación de mujeres
que parecen viriles jugadores de fútbol. Y los narradores y comentaristas cada
uno con sus estilos, sus voces eternas que atraviesan décadas, repletos de
memoria estadística de montones de hazañas históricas que poca gente recuerda. Nunca
se lesionan, nunca van de vacaciones, son más inmortales que las estrellas de
sus narraciones. Y ahora las mujeres narradoras y comentaristas; esplendorosas
analistas de cada patada.
Es
demasiado fútbol; de lunes a lunes. En la madrugada, a mediodía, en las noches.
Siempre hay algún derby; de cuando en cuando el batacazo del equipo chico que
le gana al equipo dopado por los dineros de un gran empresario. Campeones de
algo que se enfrentan a otros campeones y otros campeones en otra final con
otros campeones de otra parte hasta lograr quedarnos con el efímero campeón de
todos los campeones de todos los campeonatos inventados por la FIFA en el
mundo. Juegan en África, en Asia, en América, en Europa, en Oceanía. Y
alrededor mucha gente en los estadios, y muchos haciendo apuestas, y muchos
afiliados a las barras, y muchos viajando en aviones y durmiendo en hoteles y
haciendo ruido y basura en las calles. Todo, todo eso en grandes volúmenes de
emoción en vivo y en directo. Luego, para los insaciables, los noticieros de
cada lugar del planeta nos organizan resúmenes, informes, repeticiones en
cámara lenta, polémicas entre comentaristas, debates filosóficos sobre las tácticas
y las estrategias, con los maestros y doctores producidos en las universidades
del fútbol. Siempre aparecerán en esas discusiones dioses o santos, como
Maradona; genios como Pelé y Cruyff; leyendas como Di Steffano; díscolos maravillosos
como Sócrates o Cantona; los nuevos prospectos como Lamine Yamal.
Cuantos
minutos de nuestras vidas hemos perdido viendo partidos de fútbol; engordando y
roncando en el sofá mientras al frente, en la pantalla, unos chicos sudan,
caen, sufren fracturas, esguinces, tirones. Y nosotros con el colesterol alto,
con cáncer de colon, atrapados en la fetidez del estreñimiento, incapaces de ir
hasta el buzón por la correspondencia, hundidos en el sopor de una tarde
brillante olvidada por un partido de fútbol en algún lugar lejano. Y los
hinchas fervorosos; ¿cuántas neuronas pueden tener los apasionados hinchas de
fútbol que creen en el color de una camiseta, que aprenden himnos, que usan insignias,
que persiguen con puñal a los hinchas del equipo rival, que piden autógrafos a
sus ídolos, que madrugan a ver un entrenamiento?