Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

miércoles, 20 de noviembre de 2024

Pintado en la Pared No. 329

¿Qué es el aforismo?

 

La etimología nos dice que el aforismo es una palabra de origen griego derivada del verbo aphorizein que significa definir o separar; en su origen fue una forma de escritura concisa con fines prácticos utilizada por los médicos para prescribir, recetar, formular o, simplemente, sugerir reglas de conducta para sus pacientes. Luego, al multiplicarse su uso, dejó de tener un significado preciso y se fue volviendo una palabra ambigua que da cuenta de una tradición de formas de escritura breves que ha tenido repercusión en la literatura, en la filosofía, en la teología. También tiene una señalada permanencia en la cultura popular que plasma, sobre todo en la tradición oral, máximas, dichos, refranes. El aforismo, en consecuencia, es una palabra que habita los diccionarios de cada lengua, los diccionarios de poética y de filosofía.

Ante tal variedad de usos, es imposible hablar del aforismo como una categoría unitaria; debe hablarse, más bien, de aforismos poéticos, filosóficos, sapienciales, populares, según los enunciantes y sus intenciones comunicativas. El poeta o escritor literario lo hace para crear un efecto estético; los filósofos quieren comunicar sus meditaciones en torno a temas centrales de la filosofía; la escritura bíblica acudió al aforismo como instrumento pedagógico; el habla popular comunica muchas veces así su concepción del mundo.  

Ahora bien, los diccionarios concuerdan en decirnos que el aforismo es un texto breve, agudo y reflexivo. La brevedad, aunque no sepamos muy bien precisar qué tan breve puede ser, parece ser el primer rasgo inmediato que lo determina. Mucho más difícil determinar la agudeza de un aforismo, aquí es donde muy seguramente el lector desempeña un papel importante en la valoración del aforismo. Y a eso se le agrega que es un texto reflexivo, es decir, que muestra el resultado de una meditación en torno a algo. La brevedad, la agudeza y la reflexión nos revelan unos vínculos muy estrechos entre poesía y pensamiento, entre lo estético y lo filosófico. El aforismo parece hecho, entonces, de concisión y penetración; es la capacidad de decir mucho con poco y a eso lo podríamos llamar capacidad de condensación.

Algunas definiciones nos dicen que el aforismo es un texto independiente. Aquí estoy en desacuerdo. El aforismo no es un texto aislado, unitario, autónomo. Los autores de aforismos no son autores de un aforismo en particular. Nosotros sabemos que Pascal, Schopenhauer, Nietzsche, Gómez Dávila y tantos otros fueron autores de aforismos que hablan acerca de asuntos relacionados con la vida, la muerte, la amistad, el amor y muchos otros temas. Es cierto que podemos tomar un aforismo y repetirlo como una insignia, podemos recordarlo a menudo porque nos gustó, porque nos sirve de apoyo en alguna argumentación. He comprendido que todo aforismo pertenece a un conjunto, hace parte de una unidad temática. Eso quiere decir que los autores de aforismos construyeron o intentaron construir una reflexión acerca de algo con el apoyo de varios aforismos. En consecuencia, la fragmentación de los aforismos es una apariencia que un lector atento tendrá que desvanecer. Debajo de esa apariencia caótica hay unas recurrencias, unas reiteraciones que se asemejan a la exploración o al tanteo. El autor de aforismos está elaborando pensamiento en torno a ciertos asuntos y el lector tendrá que descifrar qué aforismos corresponden con tales o cuales asuntos. Por supuesto, los autores de aforismos están lejos de construir densos sistemas de reflexión, pero tampoco suministran unos textos desprovistos de relación entre sí.

Eso sí, un aforismo es una reflexión inconclusa, incompleta, es apenas un fragmento. Sin embargo, es una breve pieza de pensamiento que la antecede un proceso de elaboración. El aforismo no es espontáneo, no es un chispazo; es más bien el resultado de una meditación que va depurándose. Revela que hay una pasión o, mejor, una obsesión por resolver algo, por dar respuesta a algo o por poner en tela de juicio algo. Por tal razón, el aforismo o, mejor, la creación de aforismos podemos examinarla como un síntoma cultural, como indicio de la sensibilidad intelectual de una época. Deberíamos, entonces, preguntarnos, ¿qué hace posible o qué hace necesaria la reflexión aforística?; ¿por qué ha habido épocas de auge de las formas de escritura breves? Los aforismos nos revelan una situación particular de su autor, una discusión colectiva y la elección muy consciente de un modo de participar en esa discusión. En definitiva, eso que algunos llaman el contexto comunicativo o discursivo nos puede ayudar a descifrar el origen, la motivación y la intención del aforismo.

Cuando el aforismo es una elaborada enunciación de un desacuerdo o rechazo a un lenguaje dominante, es muy posible que el aforismo derive en afirmaciones paradojales, afirmaciones que llevan un sentido contrario, subversivo con respecto a los lemas cuasi oficiales de una época. Esa pugnacidad hace posible que se desarrolle el recurso argumentativo de la paradoja, como lo hizo Oscar Wilde ante el ambiente represivo de las costumbres en la Gran Bretaña. El aforismo se vuelve una frase que enfrenta los lugares comunes de la opinión y muestran la posibilidad, así sea muy marginal, de opinar de un modo opuesto. Pero, bien, en general el aforismo es un destello argumentativo que revela que una idea de razón o de racionalidad prevaleciente puede ser enjuiciada. El tránsito del siglo XIX al siglo XX fue, por ejemplo, un momento crítico para los cánones establecidos acerca de la verdad científica, de la belleza y del bien; el enjuiciamiento de esos sentidos que dominaron el siglo XIX tuvieron una amplia difusión mediante aforismos. Ese tránsito, esa mutación de la forma y del contenido en el ejercicio del raciocinio es algo que merece ser estudiado a profundidad.

El aforismo, visto como una huella, es testimonio de la existencia de una voluntad de comunicar el pensamiento dentro de un registro formal muy comprimido. Para algunos estudiosos, la escritura aforística puede ser un arte, una actitud hacia la vida, una manera de entender la filosofía. Cada autor es un misterioso creador de aforismos y a la hora de hallar sus propias definiciones nos tropezamos con un elusivo y sugestivo universo metafórico. Me explico, es muy difícil que un escritor de aforismos nos suministre una definición tajante; al contrario, sus definiciones de aforismo estarán aderezadas por algún símil. De tal modo que un aforismo será visto como “una migaja” de pensamiento o como una piedra lanzada a un estanque. Otros dirán que es un golpe seco de martillo. Cada quien podría darle su propio sentido a la aventura de escribir aforismos.

 

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