Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

martes, 2 de agosto de 2016

Pintado en la Pared No. 143-La investigación en ciencias humanas (IV)

Más allá de un problema de investigación
Hallar un problema de investigación, saber formularlo y medianamente resolverlo suele ser parte de la rutina universitaria y deja como resultado un montón de monografías de pregrado de calidad muy desigual; unas merecen ser consultadas con alguna recurrencia, otras pasarán rápidamente a los anaqueles del olvido. Hasta el propio autor olvidará que alguna vez se interesó por un asunto más o menos minúsculo que le provocó algunas dificultades para graduarse en la universidad.
Uno puede hallar su problema de investigación como una actividad rutinaria y obligatoria que permite cumplir con algunas condiciones impuestas por las universidades; pero puede suceder que el problema de investigación lo halle a uno y se establezca una conversación que podrá prolongarse por mucho tiempo, más allá del cumplimiento de un trámite formal para obtener un título universitario.
A veces olvidamos que puede suceder que el investigador haga su problema de investigación  y que el problema haga al investigador. Este encuentro se vuelve crucial, aunque pocos lo perciban. Adoptar un problema de investigación puede entrañar una experiencia decisiva para buena parte del destino de un investigador. La adopción de un problema de investigación puede ser el inicio de una trayectoria definida y, por tanto, la construcción de la propia personalidad del investigador. En este mundo de la hiper-especialización, la elección de un problema de investigación es entrar en un microcosmos disciplinar, comenzar a hacer parte de una conversación en una comunidad científica muy particular.
Un problema de investigación escogido en un arduo proceso reflexivo puede significar, además, el inicio de un largo y sinuoso camino cuyos resultados y satisfacciones no se verán ni pronto ni todos los días. Un problema es una continua y prolongada conversación que forja la personalidad del investigador, lo somete a desafíos, a carencias, a debates, a derrotas y a pequeñas o grandes glorias, al reconocimiento momentáneo de sus hallazgos. Un problema es, muchas veces, la punta de un iceberg, un pretexto para agregar consecuentes y nuevas preguntas que necesitan alguna respuesta nuestra. Investigar, así, se vuelve un compromiso permanente en que cada día contiene una pequeña aventura.
Un verdadero investigador se descubre en esta situación. Si ha escogido un problema para salir del paso, para cumplir con un rito de la academia universitaria, para complacer las exigencias de un profesor, para no desentonar en un grupo, pronto abandonara su preocupación porque fue superflua. Una convicción débil está acompañada de una curiosidad muy superficial; allí no hallaremos nada sistemático ni permanente; estaremos ante alguien cuyas preocupaciones serán efímeras y sus aportes científicos muy discretos, por no decir que mediocres.
Un verdadero investigador se pule en las asperezas de cada día, quizás sin saber del todo en el lío que se ha metido. Llegará el momento en que comprenda que ha tomado una decisión definitiva para su vida, que cada avance lo ha comprometido y luego verá que su hoja de vida comienza a contener una personalidad; el investigador se ha vuelto especialista en algo muy determinado, está inmiscuido en una competencia entre amigos, enemigos y colegas. Varias veces habrá pensado en evadir su situación, en dedicarse a otros menesteres; sin embargo, su nombre propio ya es inseparable de un área de estudios y se sentirá irremediablemente atrapado.
Esas situaciones parecen muy raras, casos excepcionales que nutren muy de vez en cuando un microcosmos disciplinar; creo que no es así. Los casos son frecuentes y revelan personalidades jóvenes y talentosas; su impulso suele ser un reto para un sistema de investigación muy precario, como el nuestro. De modo que lo más posible es que muchas trayectorias investigativas queden truncas o forjadas en condiciones muy adversas. Todo ese entusiasmo de jóvenes investigadores se vuelve rápidamente amargura de decepción. Entonces del entusiasmo se tiene que pasar a la obstinación, a la pertinacia. Ese es otro aditamento, casi inesperado, en la formación de un investigador.    

domingo, 17 de julio de 2016

Pintado en la Pared No. 142-La investigación en ciencias humanas (III)

El misterio del problema

Parece claro que los problemas de investigación surgen en medio de una tensión y que el investigador es un sujeto situado en ese cruce de tensiones. Al formular su problema de investigación revela una decisión importante porque es una adhesión a algo, porque ha elegido situarse en algún lugar. Y decíamos que lo ideal es la búsqueda de  un punto de equilibrio, de una especie de síntesis. Sin embargo, hallar esa síntesis no es sencillo  porque exige auto-consciencia. Entre otras cosas, no es sencillo porque esa introspección no se enseña o practica de modo sistemático, pertenece a una órbita de formación individual o a una excepcional relación con uno o varios maestros. En los talleres o seminarios de investigación no debería hablarse de inmediato de métodos o prácticas o procedimientos; quizás sea mejor empezar por descifrar cuál lugar ocupamos y cuál pretendemos ocupar en nuestros campos de conocimiento.
La investigación no es un acumulado de técnicas de pesquisa; la investigación retrata actitudes nuestras ante la vida, delata adhesiones y hasta intransigencias. Múltiples fuerzas externas nos moldean. Los debates, las modas temáticas, los autores canónico son, en buena medida, sucesos disciplinares en que intervienen instituciones, grupos sociales, organizaciones políticas. Cada uno de esos agentes quiere tener algún control de los campos de saber, quiere imponer agendas y prioridades; además luchan por recursos para la investigación. Nuestras disciplinas no santuarios ni lugares asépticos; la pureza disciplinar no existe y, en consecuencia, los sujetos investigadores estamos hechos por nudos de interferencias. Eso sí, un sujeto investigador que sea reflexivo sabrá buscar una solución, así sea provisoria, en ese universo de tensiones e intereses.
Ser reflexivo significa saber situarse, saber decidir en cuál lugar ha decidido situarse según el problema de investigación que ha escogido. Visto así, un problema de investigación es toda una revelación, para sí mismo y para los demás. Pero llegar a ese momento crucial, tan determinante, merece un ejercicio de auto-análisis que, insisto, no suele ser el principal ejercicio formativo de los investigadores.
Pierre Bourdieu hablaba, al respecto, de la vigilancia epistemológica y le daba importancia a un ejercicio auto-biográfico. En todo caso, la reflexividad del sujeto que investiga es una premisa formativa. Aprender a situarse no es la búsqueda de una solución personal, casi íntima al modo de situarse en la vida de una u otra forma de conocimiento en las ciencias humanas; no se trata simplemente de eso. Se trata, mejor, de entender el pasado, el presente y el futuro de nuestras disciplinas y el lugar que nos ha correspondido en ese amplio paisaje; es el esfuerzo por entender cuál es el margen de maniobra que tenemos para movernos en un campo de saber. Situarnos significa saber, por ejemplo, cuáles han sido las corrientes y tendencias fundacionales de un saber; cuáles han sido los hallazgos y vacíos; cuáles han sido y son las agendas de investigación de las instituciones, los grupos sociales y organizaciones políticas que nos rodean y cuáles son los grados de interferencia de todo eso sobre nosotros.

Ese examen dilucida, pone ante nosotros un panorama de posibilidades, estrecheces y hasta mezquindades; nos informa acerca de rivalidades, obstáculos y aliados estratégicos. Y ese examen no puede ser solitario; es una conversación, como si fuese un acto terapéutico. Es un pensamiento en voz alta en que intervienen nuestros compañeros de generación, nuestros condiscípulos, nuestros tutores o maestros. Es una conversación con ese microcosmos reproductor de influencias y tendencias. Esa actividad debería ser premisa en el proceso de elección de un asunto de investigación; supone que ayuda a darle fundamento existencial a lo que va ser nuestro problema de investigación. Elegir un objeto de estudio es una elección que vincula algún grado de pasión, de amor por algo. Un objeto no se elige por un simple procedimiento atado a la letra menuda de un manual de investigación. Un objeto es nuestro objeto de estudio por una razón que hay que saber explicar. Ese objeto nos acompañará por un buen tiempo, ayudará a definirnos, nos pondrá en un lugar del universo disciplinar; así que no se trata de una elección baladí. Tiene el encanto de un misterio. 

martes, 14 de junio de 2016

Pintado en la Pared No. 141-La investigación en ciencias humanas (II)



Qué se investiga y cómo se investiga en las ciencias humanas son preguntas que nos hacemos con frecuencia en las universidades. ¿De dónde salen los problemas de investigación? Eso equivale a preguntarnos de dónde surgen nuestras preocupaciones o, quizás mejor, qué delatan esas preocupaciones. Lo que nos interesa investigar surge de muchas partes, pero procede principalmente de nuestras relaciones con la sociedad, con el mundo, con la vida. Alguien decía que investigar en las ciencias humanas proviene de un ejercicio de auto-psicoanálisis. Quienes investigamos y dirigimos investigaciones de nuestros pupilos sabemos del complejo proceso de definición de un problema de investigación o de un objeto de estudio; muchas veces es un auténtico parto de los montes. Decidir qué investigamos es una manera de situarnos en el mundo, es una manera de revelar cómo queremos situarnos en el mundo. Escoger tal o cual fragmento de la vida social para estudiarla nos define, dice mucho de nosotros como investigadores, como seres humanos; señala tendencias, afectos, militancias, gustos, opciones de existencia. Un resorte de motivación de nuestras prioridades en investigación es nuestras adhesiones; si pertenecemos a algo, esa pertenencia nos sitúa en un régimen de valoraciones, de expectativas.
Ese tipo de motivaciones es muy frecuente, por no decir que predominante, y es el que menos me agrada porque delata a un investigador que depende de la red de relaciones en que está inmerso. A eso lo pueden llamar otros “intelectual orgánico”, “intelectual comprometido”, yo creo que se trata, mejor, de un ser demasiado obediente, demasiado subordinado a lo que la pertenencia a algo le indique. Su agenda es una agenda que proviene de lo que el grupo al que pertenece le ha indicado; asume como su deber primordial responder por las aspiraciones de su grupo. Quiere satisfacer de modo inmediato al lugar social en que se ha situado. Si es militante en los asuntos reivindicativos del género, hacia allá conducirá todas sus intenciones de investigador; si es miembro de un activismo  que exalta tales especificidades en asuntos étnicos, hacia allá conducirá sus principales preguntas que desea satisfacer; si es una víctima de un grupo armado legal o ilegal, su vida tendrá una marca indeleble y volcará sus esfuerzos de investigador por escudriñar las causas de la violencia de su comunidad más cercana.
Hay otro espécimen cada vez más raro, pero aún existe; aquel ser curioso cuyas preocupaciones son casi obsesiones. Necesita satisfacer su curiosidad y desde muy joven se dedica con pasión a escudriñar. Son espíritus inquietos, casi monotemáticos, que construyen sus propias parábolas; sus vidas, sus comportamientos se han organizado de tal modo que corresponden plenamente con aquello que les obsede. Es gente talentosa y solitaria que se inventa sus problemas y sus propias soluciones. La academia universitaria les sirve de apoyo, pero son fundamentalmente autodidactas, desordenados, generosos en erudición. Algunos que conozco son especialmente fecundos en escritura; son proclives a escribir mamotretos que concuerdan con su espíritu barroco. Repito, no se hallan con frecuencia; son casos excepcionales que se nos atraviesan muy de vez en cuando. Pero existen, por fortuna.
Y están aquellos que privilegian el ritmo sistemático de la disciplina científica a la que se adhieren; son perfectamente institucionales. Absorben metódicamente la tradición disciplinar; trabajan al lado de sus profesores; leen ordenadamente en las bibliotecas, aceptan sugerencias de lecturas, dan informes juiciosos, escuchan y siguen con atención. Son aplicados hasta el servilismo; memorizan detalles biográficos, citan literalmente, ubican con facilidad escuelas, corrientes, tendencias, generaciones que han forjado su campo disciplinar. Sus intereses investigativos son previsibles, corresponden con el dictado de las modas; saben cuáles son los vacíos e intentan colmarlos. Son disciplinados porque siguen obedientemente el ritmo de su disciplina. Suelen ser los mejores estudiantes, diligencian con precisión y rapidez  cualquier formato, llegan puntualmente a cualquier evento, preparan muy bien sus exposiciones, reciben fácilmente financiación para sus proyectos. El éxito y el reconocimiento parece asegurado, salvo si no se les atraviesa el duende del desorden y se pierden en un amor desenfrenado o en las bocanadas de un alucinógeno que los deja extraviados en un paraíso artificial. Pero, en fin, están hechos para subir con paciencia los peldaños de la disciplina y agregarle a la ciencia unos cuantos adoquines sólidos.

Estas tres variantes del investigador en las ciencias humanas pueden darse completamente puras, ajenas a la mezcla. Pero las mezclas, además de ser posibles son necesarias. Lo ideal, a mi juicio, es el equilibrio entre ellas. Tener un poco de cada cosa: ser un individuo con relaciones en el mundo, con preocupaciones propias de un ciudadano activo; ser  un individuo con inquietudes propias, forjadas en la intimidad de sus dudas y obsesiones;  y ser un individuo dispuesto a conocer el capital simbólico de la disciplina para saber dónde están su carencias o sus excesos. 

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