Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

lunes, 18 de mayo de 2009

LA UNIVERSIDAD PÚBLICA COLOMBIANA (PREMISAS PARA UNA DISCUSIÓN)

PINTADO EN LA PARED No.12


Una mezcla de convicción, necesidad y oportunidad (y oportunismo) suele movernos cíclicamente a discutir acerca de la recurrente situación crítica de la universidad pública en Colombia. El único efecto visible de las conversaciones universitarias, por lo menos en los últimos veinticinco años, ha sido terapéutico. Discutir sobre la universidad pública en Colombia nos permite desahogar nuestra repulsa a las iniquidades que padecemos desde adentro y desde afuera; pero también nos hace recordar nuestra impotencia ante fuerzas superiores y nefastas que nos gobiernan; quizás descubramos lo relativos que somos en un sistema de normas que nos ha puesto a elegir entre un reducido campo de alternativas. Aun así, la discusión es necesaria y ojalá sea depuradora de costumbres. Es mejor, en todo caso, tomar el toro por los cuernos y no dejar que nos sigan organizando la agenda los colegas expertos en el conciliábulo politiquero de todos los días. Es mejor despertar de nuestra minoría de edad y asumir el examen y auto-examen que la situación requiere.


Cualquier discusión que se avizore debe, en mi opinión, partir de algunas premisas. Hay que partir de un reconocimiento histórico de lo que ha sido el devenir de la universidad pública en Colombia; a la historia de nuestra universidad pública no se le puede aplicar la noción de tabula rasa en que no vemos nada constructivo ni valioso en el pasado. En todo lo que llevamos recorrido de vida republicana, con todas las desigualdades y arbitrariedades inherentes a nuestra imperfecta democracia, la universidad pública ha sido la institución cultural más perdurable, más influyente y sistemática. La universidad pública en Colombia ha servido para reunir y formar generaciones de científicos (buenos y mediocres), políticos (más mediocres que buenos); para popularizar formas de conocimiento; para incidir, bien y mal, en las mutaciones de las ciudades colombianas (que lo digan los ingenieros y arquitectos); para contribuir al reconocimiento social y político de grupos marginados; para guiar proyectos nacionales de instrucción pública; para producir algún tipo de cohesión en nombre del Estado-nación. De modo que ninguna discusión tendría que partir de poner en duda su larga y difícil existencia; se trata, más bien, de examinar las condiciones en que ha existido sobre todo en una coyuntura vivida y conocida por nosotros. Pienso que desde mediados del decenio 1980 la universidad pública ha estado inmersa en una encrucijada que es necesario todavía descifrar; una coyuntura en que ha sido relativizada, debilitada por los supuestos amigos y por los declarados enemigos.


Otras premisas son indispensables; cualquier discusión debería abarcar dos niveles complementarios. Una discusión fundada en la reflexión de la Universidad sobre sí misma, sobre su estado interior, sobre su estructura institucional, sobre la noción interna de democracia que ha venido predominando; sobre la condición de los grupos de individuos que la componen, sobre las relaciones entre academia y administración. Sería un ejercicio de retrospección e introspección en que se discuta el sentido de democracia que ha prevalecido en los últimos decenios en nuestras universidades. ¿Hemos estado en universidades en que se respeta la diversidad ideológica, en que se gobierna mediante procesos de elección y de selección responsables y diáfanos? ¿O estamos en universidades sometidas al designio de corrillos politiqueros y a las jefaturas políticas de cada comarca? ¿Cuál ha sido la tendencia de la representación profesoral y estudiantil? ¿Esa representación de qué ha servido para el colectivo universitario? ¿Por qué ha predominado, tanto entre estudiantes y profesores, una tendencia a la cooptación institucional? ¿Cuál ha sido el peso de las relaciones endogámicas? ¿Qué incidencia ha tenido el relevo generacional en el profesorado? ¿De qué ha servido -si acaso han existido- los movimientos estudiantil y profesoral? ¿Qué alternativas institucionales de discusión, de participación en la vida diaria universitaria, hemos creado para anular el recurso del tropel? ¿Por qué hay universidades en que no se enseñan ni asignaturas ni carreras que correspondan con las demandas sociales de cada región? ¿Por qué, en nuestro caso, la interdisciplinariedad o la flexibilidad curricular son más cacareos de moda que realidades tangibles? ¿Por qué se fue imponiendo la condición de menores de edad, de ciudadanos de segunda, a unos grupos de profesores por obra y gracia de los “gamonales” de unidades académicas y facultades? ¿Qué ha conducido a la trivialización del conocimiento y al desprecio de los méritos acumulados?


Son temas y preguntas válidos para el examen del sistema universitario colombiano, no solamente para sacar los trapos sucios de nuestra vida doméstica. Pero, eso sí, este primer nivel de la discusión exige otros requisitos; la discusión tiene que hacerse sin concesiones, sin eufemismos, sin censuras, sin silencios por comodidad o conveniencia. La discusión tiene que ser exhaustiva, con el derecho y el deseo de decirlo todo. Es, en consecuencia, un elemental ejercicio de autonomía, de soberanía, una demostración de que quienes deseamos ser influyentes en la sociedad colombiana tenemos una brújula, que somos capaces de guiarnos antes de guiar. Tiene que ser una discusión responsable, asumiendo el compromiso de la primera persona, aunque implique el riesgo del escarnio, la amenaza o el abandono de la cortesía del saludo. No podemos aplicar aquello que precisamente el maestro Estanislao Zuleta (cuyo magisterio para mí se limita al legado impreso, no tuve la fortuna de conocerlo) había advertido que no hiciéramos: aquello de que “el que no está conmigo está contra mí” (Elogio de la dificultad).


Cumplido ese paso podemos seguir con la otra dimensión del debate, el del examen de la relación de la universidad pública con la sociedad colombiana. En este punto la agenda también es larga, exige premisas y constataciones básicas. Pero puede ser tema para otro articulejo.


Segunda quincena de mayo de 2009.

1 comentario:

  1. me parecio interesante este articulo, cualquiera que lo lea, recibira una clara exposicion de el problema de las universidades publicas en colombia. lo felicito, esperamos mas sobre este tema. gracias.

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