Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Pintado en la Pared No. 36-Colombia: ¿qué símbolos patrios?

PARTE FINAL
Por: Alfonso Rubio
Profesor del Departamento de Historia
Universidad del Valle

Brevemente te comento que los sucesos bogotanos ocurridos el 20 de julio de 1810 –el “Grito de Independencia”- son considerados como el acontecimiento fundacional de la República. En la campaña libertadora liderada por Simón Bolívar, la victoria el 7 de agosto de 1819 con la Batalla de Boyacá, fue definitiva para conseguir la independencia absoluta. Y el 11 de agosto de 1813 se conmemora la independencia de Antioquia, que no reconoció por Rey a Fernando VII. Tres seguiditos días que se confunden como tres colores juntos que no acaban de entenderse dentro de unas grandes diferencias políticas que dividen al país. Para qué interpretaciones cromáticas, esa decimonónica, pongamos por caso, del amarillo por el amor a los pueblos y su unión, el azul por la separación marítima del yugo español y el rojo por la sangre que defienda la libertad. Para qué, no creo, Blas, que orgullo y colombianidad sean dos palabras inseparables aquí.

Con más de medio siglo resignados a soportar una gran losa de desigualdades sociales, no se puede creer en la clase política que, todavía corrupta, tampoco resuelve el conflicto armado y aprovecha estas celebraciones patrias para captar adeptos al régimen presidencial, dizque ahora, un régimen que se hace llamar de seguridad democrática sólo porque el ejército aumenta los retenes en las carreteras. Es como aliviar la más delgada vértebra de una vasta conciencia, confusa y dolorida. Piensa, Blas, que un decenio muy reciente como el de los años 80 es definido por analistas políticos, como Marcos Palacios, como de confuso, conflictivo y dramático para la historia de Colombia: los escándalos del Banco Nacional y del Grupo Gran Colombia, el magnicidio de Rodrigo Lara Bonilla, ministro de justicia que persiguió a los narcotraficantes del Cartel de Medellín; el asalto al Palacio de Justicia que recordarás, los ajustes macroeconómicos llevados a cabo por un grupo de tecnócratas, devaluando la moneda y reduciendo el déficit fiscal con la congelación de salarios del sector público y la reducción de inversiones en los programas educativos; movilizaciones nacionales ante el aumento de la pobreza, inequidad y exclusión política, actividades paramilitares, masacres rurales y terrorismo urbano…

Todavía en la década de los 80 seguía rigiendo la antiquísima Constitución de 1886. La actual Constituyente fue aprobada en 1991 con una de las tasas de participación más bajas en el país (26%), prueba de la crisis institucional y política que se vivía. Se cambia la Constitución de 1886 por una nueva de 380 artículos, entre los cuales se incluyó a la Seguridad Social como principio básico y fundamental de los colombianos. La idea, en el decir resumido de los profesores Álvaro Acevedo y Rigoberto Gil, era acabar con el legado político excluyente del Frente Nacional, debilitar los engranajes clientelistas y encontrar mejores y más eficaces mecanismos de participación y consenso en un ambiente de neoliberalización económica. Pero la nueva y recientísima Constitución del 91 no promovió los cambios que el país requería, sobre todo en lo referente a ajustes estructurales económicos más incluyentes y equitativos. Hoy, sus artículos son más una ruta de principios básicos y derechos fundamentales, que todavía deben lucharse.

Así, con más de medio siglo forjado de hechos dramáticos, creo que ni banderas, ni himnos, ni celebraciones independentistas, son acogidos con un entusiasmo común que pueda dejar paso ni siquiera a la esperanza.

Plazas y parques con guachimanes permanentes en sus cuatro esquinas. Edificios con vigilancia fija en cada una de sus correspondientes porterías. Guardianes todos con porra y pistola para decorar de confianza el medio ambiente y el descanso hogareño. Centros comerciales con seguridad asegurada a punta de escopeta y televisión. Edificios públicos, bancos y establecimientos donde el uniforme azul celeste que enfunda el colt 45 te da la bienvenida o los buenos días y… -Buenos días, responde mi cortesía. Verjas, celosías, este es el símbolo patrio que recorre todas y cada una de las casas de Medellín en todas y cada una de sus calles y carreras. La vida violenta de las pandillas de Medellín, nutrida de robos y asesinatos, ha descendido bastante desde la década de los 80, pero en la ciudad de Cali, sólo para que te hagas una idea, hay identificadas 70 pandillas de pelaítos que dejan al año no menos de 100 muertos. Atracos callejeros, asalto a motoristas, buses, taxis o vehículos de transporte; venganzas y ajustes de cuentas por el control de una esquina. Los del Charco en la comuna 14, la Calavera en la 13, el Cagao en la 7, el Hueco y los Simpson en la 16, los Abuelos y los Areperos en la 15, la Sobredosis en la 20, los del Humo en la 21; jóvenes entre los 9 y los 25 años que son capaces de disparar porque “se pusieron groseros conmigo y tocó darles su merecido. Himnos, banderas, fechas patrias de Locombia, victoriosos domingos del Medallo, el Millonarios o el Pasto. Himnos, banderas, fechas patrias de Locombia.”

Pareciera que los estigmas colombianos de la delincuencia urbana, la corrupción, el conflicto armado, la parapolítica, el narcotráfico, la desigualdad social y tantas otras llagas, se hubieran convertido en símbolos patrios sin los cuales ya no supiésemos reconocernos ni en nuestra propia nación ni fuera de ella.

En fin, ya hace muchos, muchos años comenzó en estas tierras un imperio europeo que llenó a los españoles de oro y plata durante tres siglos y de culpabilidad los dos siguientes. Tres siglos de injertos -frente al concepto de ‘trasplantes’ de la colonización inglesa, como dice el filósofo Julián Marías-, sangrientos unos y fértiles otros, que nos mantienen unidos a los de acá y a los de acullá por algún vínculo invisible que todavía hoy se despierta envuelto en filias y fobias cuando entramos en contacto.

Trasladando una última reflexión de Blas al caso colombiano, después de hablarme de un pasado fascinante, tanto el nativo como el colonial, descubrió que para comprender mejor a los mexicanos era necesario detenerse en su historia como nación independiente, pues, por el momento, son hijos, como nosotros los españoles, del siglo XIX. Un siglo que en el contexto del Bicentenario y siempre, debe ser revisado y reinterpretado, sin olvidar, desde una determinada y dramática situación política y social, cómo nuestras propias señas de identidad funcionan y se relacionan en la formación del Estado y la construcción de la nación.

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