Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

martes, 24 de julio de 2012

Pintado en la Pared No. 72


INVESTIGACION Y CIENCIA A LA DERIVA


En Colombia, eso que por convicción o por costumbre o por error llamamos investigación o llamamos ciencia está a la deriva. Hace tres semanas renunció el director de Colciencias, máximo organismo dedicado oficialmente a tales menesteres, y no se vislumbra hasta el momento su reemplazo y, lo más grave, no se vislumbra por parte del gobierno del presidente Santos un derrotero claro, un propósito serio. Con algo de ingenuidad y mucho de frivolidad, algunos piensan que el nuevo director, o directora, tiene que ser el resultado de la satisfacción de una cuota partidista o regional o de género. Hace poco, un grupo de científicos e intelectuales colombianos firmaron una carta en que proponen, como sucedió en el pasado, la formación de una comisión de sabios que se encargue de iluminarnos con sus diagnósticos y sus soluciones ideales. La desidia gubernamental, la renuncia del doctor Restrepo Cuartas y la propuesta de los intelectuales y científicos colombianos, todo eso tiene sabor a atraso, a estancamiento, a caída en lugares comunes. Aunque revivir comisiones de sabios tenga muy buenas intenciones, sigue siendo la reproducción de una vieja costumbre excluyente de raíces ilustradas en que consideramos la investigación y la ciencia preocupaciones exclusivas de la “alta cultura” y que los demás somos apenas borregos o espectadores a la espera de un rayo de luz que nos salve de las tinieblas. 

Cualquier discusión acerca de la investigación y la ciencia en Colombia tiene que ser muy amplia, muy paciente y muy variada. Y debe, además, ceñirse a algunas premisas obvias. Por ejemplo, el primer punto de cualquier agenda debería ser la definición del grado de compromiso del Estado y del actual gobierno en la asignación de recursos. ¿Vamos a seguir sometidos a asignaciones presupuestales mezquinas e inciertas, sometidas al vaivén de caprichos de cada gobierno o va a ser una financiación constante y comprometida con un proceso de envergadura que sitúa la investigación y la ciencia como unas de las prioridades para el bienestar de la sociedad colombiana? Aún más, qué grados de autonomía o de subordinación de la comunidad científica serán necesarios para que fluyan los recursos apropiados. 

El punto siguiente de una agenda de debate debería ser una puesta en discusión de eso que llamamos investigar y hacer ciencia. Mejor, es el momento de discutir el estatuto y la composición de lo que cabe en la palabra ciencia en las condiciones históricas de un país acostumbrado a excluir y cuya economía está basada en privilegios para pocos y pobreza para muchos. Además de eso, la división y discriminación entre ciencias “duras” y ciencias “blandas” ha contribuido a crear estancos de investigación, de científicos con más derechos y recursos que otros; ha contribuido a fragmentar las comunidades universitarias y a concentrar recursos en determinadas áreas de conocimiento en desmedro de otras. Ciencias de primera y segunda categorías es una clasificación perversa e incomprensible en un mundo que ha relativizado ciertas profesiones y que nos coloca frente a dilemas que exigen una conversación intensa entre varios espectros disciplinares.    
  
Otro debate indispensable tiene que contribuir a encontrar un modelo de estímulo y de evaluación de las actividades de investigación en las universidades colombianas, un modelo que corresponda con la condición bifronte de nuestro sistema universitario. Hasta ahora hay una tendencia a favorecer y estimular la investigación en las universidades privadas y a despreciar o descuidar lo que se hace en las universidades públicas. Vale preguntarse cuál debe ser la prioridad en este aspecto, si la inmediata adopción y adaptación a tabulas internacionales de medición o la consolidación de rutinas, ritmos y exigencias propios de nuestros ámbitos de creación intelectual. ¿Son excluyentes una imperiosa búsqueda de legitimación ante pares internacionales y, de otro lado, una necesaria ciencia según nuestras exigencias y preferencias? ¿Es que nuestros temas y formas de investigación tienen que ceñirse exclusivamente a modelos de ciencia y de relación con el conocimiento institucionalizados por el mundo occidental?

Una discusión de estos temas, en principio, necesita un clima favorable tanto arriba, en la clase política, como en el medio universitario; ministros, senadores, rectores, vicerrectores, profesores y estudiantes deberían estar en sintonía con la transcendencia del momento. En las universidades colombianas, mal que bien, a trancas y a mochas, se han ido consolidando grupos de investigación cuyas contribuciones se concretan, en buena medida, en publicaciones, en forma de libro y de revista; ya se puede hablar de tradiciones bien cimentadas que no pueden menospreciarse a la hora de hacer un gran diagnóstico. Eso, precisamente, un diagnóstico es lo que parece hacer falta como premisa para elaborar cualquier proyecto de reforma de la educación, la ciencia y la investigación en Colombia. Mientras no se consulte y discuta con amplitud cualquier proyecto de transformación institucional de la vida científica en Colombia; mientras rectores y vicerrectores sin criterio sigan dormidos en rutinas que han ido minando la credibilidad del verbo investigar y del sustantivo ciencia, seguiremos caminando a la deriva.

GILBERTO LOAIZA CANO


     

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