INVESTIGACION
Y CIENCIA A LA DERIVA
En
Colombia, eso que por convicción o por costumbre o por error llamamos
investigación o llamamos ciencia está a la deriva. Hace tres semanas renunció
el director de Colciencias, máximo organismo dedicado oficialmente a tales
menesteres, y no se vislumbra hasta el momento su reemplazo y, lo más grave, no
se vislumbra por parte del gobierno del presidente Santos un derrotero claro,
un propósito serio. Con algo de ingenuidad y mucho de frivolidad, algunos
piensan que el nuevo director, o directora, tiene que ser el resultado de la
satisfacción de una cuota partidista o regional o de género. Hace poco, un
grupo de científicos e intelectuales colombianos firmaron una carta en que
proponen, como sucedió en el pasado, la formación de una comisión de sabios que se encargue de iluminarnos con sus
diagnósticos y sus soluciones ideales. La desidia gubernamental, la renuncia
del doctor Restrepo Cuartas y la propuesta de los intelectuales y científicos
colombianos, todo eso tiene sabor a atraso, a estancamiento, a caída en lugares
comunes. Aunque revivir comisiones de sabios tenga muy buenas intenciones,
sigue siendo la reproducción de una vieja costumbre excluyente de raíces
ilustradas en que consideramos la investigación y la ciencia preocupaciones
exclusivas de la “alta cultura” y que los demás somos apenas borregos o
espectadores a la espera de un rayo de luz que nos salve de las tinieblas.
Cualquier
discusión acerca de la investigación y la ciencia en Colombia tiene que ser muy
amplia, muy paciente y muy variada. Y debe, además, ceñirse a algunas premisas
obvias. Por ejemplo, el primer punto de cualquier agenda debería ser la
definición del grado de compromiso del Estado y del actual gobierno en la
asignación de recursos. ¿Vamos a seguir sometidos a asignaciones presupuestales
mezquinas e inciertas, sometidas al vaivén de caprichos de cada gobierno o va a
ser una financiación constante y comprometida con un proceso de envergadura que
sitúa la investigación y la ciencia como unas de las prioridades para el
bienestar de la sociedad colombiana? Aún más, qué grados de autonomía o de
subordinación de la comunidad científica serán necesarios para que fluyan los
recursos apropiados.
El
punto siguiente de una agenda de debate debería ser una puesta en discusión de
eso que llamamos investigar y hacer ciencia. Mejor, es el momento de discutir
el estatuto y la composición de lo que cabe en la palabra ciencia en las
condiciones históricas de un país acostumbrado a excluir y cuya economía está
basada en privilegios para pocos y pobreza para muchos. Además de eso, la
división y discriminación entre ciencias “duras” y ciencias “blandas” ha
contribuido a crear estancos de investigación, de científicos con más derechos y
recursos que otros; ha contribuido a fragmentar las comunidades universitarias
y a concentrar recursos en determinadas áreas de conocimiento en desmedro de
otras. Ciencias de primera y segunda categorías es una clasificación perversa e
incomprensible en un mundo que ha relativizado ciertas profesiones y que nos
coloca frente a dilemas que exigen una conversación intensa entre varios
espectros disciplinares.
Otro
debate indispensable tiene que contribuir a encontrar un modelo de estímulo y
de evaluación de las actividades de investigación en las universidades
colombianas, un modelo que corresponda con la condición bifronte de nuestro
sistema universitario. Hasta ahora hay una tendencia a favorecer y estimular la
investigación en las universidades privadas y a despreciar o descuidar lo que
se hace en las universidades públicas. Vale preguntarse cuál debe ser la prioridad
en este aspecto, si la inmediata adopción y adaptación a tabulas
internacionales de medición o la consolidación de rutinas, ritmos y exigencias
propios de nuestros ámbitos de creación intelectual. ¿Son excluyentes una
imperiosa búsqueda de legitimación ante pares internacionales y, de otro lado,
una necesaria ciencia según nuestras exigencias y preferencias? ¿Es que nuestros
temas y formas de investigación tienen que ceñirse exclusivamente a modelos de
ciencia y de relación con el conocimiento institucionalizados por el mundo
occidental?
Una
discusión de estos temas, en principio, necesita un clima favorable tanto
arriba, en la clase política, como en el medio universitario; ministros,
senadores, rectores, vicerrectores, profesores y estudiantes deberían estar en
sintonía con la transcendencia del momento. En las universidades colombianas,
mal que bien, a trancas y a mochas, se han ido consolidando grupos de investigación
cuyas contribuciones se concretan, en buena medida, en publicaciones, en forma
de libro y de revista; ya se puede hablar de tradiciones bien cimentadas que no
pueden menospreciarse a la hora de hacer un gran diagnóstico. Eso,
precisamente, un diagnóstico es lo que parece hacer falta como premisa para
elaborar cualquier proyecto de reforma de la educación, la ciencia y la investigación
en Colombia. Mientras no se consulte y discuta con amplitud cualquier proyecto
de transformación institucional de la vida científica en Colombia; mientras rectores
y vicerrectores sin criterio sigan dormidos en rutinas que han ido minando la
credibilidad del verbo investigar y del sustantivo ciencia, seguiremos
caminando a la deriva.
GILBERTO LOAIZA CANO
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