LA
VIDA POR UN GRAFITI
“La
vida es una barca”.
Calderón
de la Mierda
(Dedico esta columna
a un colega que me pidió que pensara en aquellos que han sido asesinados en
las calles del mundo por pintar algo en una pared.)
Recientemente, los agentes
de policía de Bogotá, la desvencijada capital colombiana, y de Miami, un
grandioso prostíbulo del mundo, fábrica de asesinos seriales, centro de la
venta y consumo de toda variedad de alucinógenos, actuaron de manera muy
parecida y burda ante unos muchachos grafiteros, esos muchachos que suelen
rodar en patinetas con alguna idea visual en la cabeza y que intentan plasmarla
en una pared.
Esos episodios
cruentos me recordaron a mi abuela paterna cuya infancia se remontaba a la
sangre y el polvo de la guerra civil de los Mil días (1899-1902); ella tenía un
repertorio de frases insistentes que revelaban toda una vida de sumisión: “La
letra con sangre entra”, “La política es para los doctores”, “Que se haga la
voluntad del Señor”, “La pared y la muralla son el papel del canalla”. Cuando
llegué a la Universidad Nacional de Colombia y vi su enorme campus lleno de palabras
y dibujos inscritos en las paredes de todas las facultades, siempre recordaba a
mi abuela huraña y autoritaria. Todos los días era evidente, y aún lo es, la
disputa simbólica entre paredes recién blanqueadas y la salpicadura de un
colorido grafiti. Entonces pensaba que había un debate entre el autoritarismo
de gente como mi abuela, entre el deseo de ver una pared blanca y muda y la
frescura de una frase de indignación o de ironía o de rabia o de odio. Cada día
había la huella de algún sectarismo proveniente de cualquier rincón de nuestro
izquierdismo hirsuto; pero también afloraban declaraciones de amor o juegos de
palabras socarrones o graciosos préstamos de frases televisivas que servían
para burlarse de las atrocidades del poder.
Esa batalla cotidiana
plasmada en leyendas inscritas en las paredes daba cuenta de acontecimientos
públicos de notoria trascendencia para todos los habitantes de un país:
manifestaciones, masacres, magnicidios, jornadas electorales; pero también era prueba,
sobre todo en las oscuras y húmedas paredes que rodeaban los inodoros, de la
aparición de una nueva sensibilidad colectiva, de tendencias amorosas inéditas,
desafíos a las inclinaciones sexuales tradicionales. Lo sublime y lo feo se
mezclaban en un gran libro de autoría mutante y colectiva.
Algunas frases de ese
gran libro son todavía clásicas; recuerdo algunas dignas de cualquier
antología:
Cristo
viene pronto…Si supiera que vendrías, te tendría un pastel.
Bogotá,
la tenaz sudamericana.
Ley
de la vida.
Art.
1º. No dar papaya.
Art.
2º. Aprovechar cualquier papayazo que le den.
Y una que cualquier
estudiante colombiano ha estado dispuesto a reescribir:
La
educación es un derecho, no un privilegio.
Hoy es más bien raro
capturar una frase ingeniosa o punzante en los grafitis universitarios. Es más,
aparte de algunos dibujos o de unos murales casi oficiales, las universidades
colombianas tienen un pobre lenguaje público en las paredes. En algunas
universidades, como la mía, ni las paredes ni el papel son usados para hacer registro
cotidiano de los micro-sucesos universitarios; eso que se llama periodismo
universitario no existe ni para el decoro de las carreras de comunicación
social. Mucho silencio y poca crítica. La gente parece concentrada, y sobre
todo la gente joven, en declarar con su cuerpo asuntos muy personales. Hay una
especie de hiperconcentración en decir con el propio cuerpo en qué lugar del
mundo queremos situarnos, qué nos gusta y qué nos desagrada.
Por eso, aquellos que
han tomado la ruta de caminar las calles y pensar qué decir en las largas
paredes abandonadas por el mal humor de ciudades despiadadas, hacen parte de un
heroísmo urbano que últimamente ha sido perseguido con sevicia. En las
democracias modernas, los agentes de policía todavía persiguen y matan a los
artistas callejeros que quieren dejar en alguna pared la huella de un arte
efímero que contiene algo subversivo y sospechoso. Mientras más perseguido será
más sublime.
Pero en el asesinato
de aquellos muchachos prevalece algo más, es la ausencia de interés de los
estados contemporáneos por la situación de los jóvenes. El mundo juvenil sigue
estando muy distante para las políticas educativas y culturales. El joven sigue
siendo un elemento intruso en el orden o desorden dominantes en las ciudades.
Ser joven sigue siendo el principal delito.
Gilberto Loaiza Cano, septiembre de 2013
Gilberto Loaiza Cano, septiembre de 2013
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