Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

domingo, 15 de septiembre de 2013

Pintado en la pared No. 91




LA VIDA POR UN GRAFITI

“La vida es una barca”.
Calderón de la Mierda

(Dedico esta columna a un colega que me pidió que pensara en aquellos que han sido asesinados en las calles del mundo por pintar algo en una pared.)

Recientemente, los agentes de policía de Bogotá, la desvencijada capital colombiana, y de Miami, un grandioso prostíbulo del mundo, fábrica de asesinos seriales, centro de la venta y consumo de toda variedad de alucinógenos, actuaron de manera muy parecida y burda ante unos muchachos grafiteros, esos muchachos que suelen rodar en patinetas con alguna idea visual en la cabeza y que intentan plasmarla en una pared.
Esos episodios cruentos me recordaron a mi abuela paterna cuya infancia se remontaba a la sangre y el polvo de la guerra civil de los Mil días (1899-1902); ella tenía un repertorio de frases insistentes que revelaban toda una vida de sumisión: “La letra con sangre entra”, “La política es para los doctores”, “Que se haga la voluntad del Señor”, “La pared y la muralla son el papel del canalla”. Cuando llegué a la Universidad Nacional de Colombia y vi su enorme campus lleno de palabras y dibujos inscritos en las paredes de todas las facultades, siempre recordaba a mi abuela huraña y autoritaria. Todos los días era evidente, y aún lo es, la disputa simbólica entre paredes recién blanqueadas y la salpicadura de un colorido grafiti. Entonces pensaba que había un debate entre el autoritarismo de gente como mi abuela, entre el deseo de ver una pared blanca y muda y la frescura de una frase de indignación o de ironía o de rabia o de odio. Cada día había la huella de algún sectarismo proveniente de cualquier rincón de nuestro izquierdismo hirsuto; pero también afloraban declaraciones de amor o juegos de palabras socarrones o graciosos préstamos de frases televisivas que servían para burlarse de las atrocidades del poder.
Esa batalla cotidiana plasmada en leyendas inscritas en las paredes daba cuenta de acontecimientos públicos de notoria trascendencia para todos los habitantes de un país: manifestaciones, masacres, magnicidios, jornadas electorales; pero también era prueba, sobre todo en las oscuras y húmedas paredes que rodeaban los inodoros, de la aparición de una nueva sensibilidad colectiva, de tendencias amorosas inéditas, desafíos a las inclinaciones sexuales tradicionales. Lo sublime y lo feo se mezclaban en un gran libro de autoría mutante y colectiva.
Algunas frases de ese gran libro son todavía clásicas; recuerdo algunas dignas de cualquier antología:
Cristo viene pronto…Si supiera que vendrías, te tendría un pastel.
Bogotá, la tenaz sudamericana.
Ley de la vida.
Art. 1º. No dar papaya.
Art. 2º. Aprovechar cualquier papayazo que le den.
Y una que cualquier estudiante colombiano ha estado dispuesto a reescribir:
La educación es un derecho, no un privilegio.
Hoy es más bien raro capturar una frase ingeniosa o punzante en los grafitis universitarios. Es más, aparte de algunos dibujos o de unos murales casi oficiales, las universidades colombianas tienen un pobre lenguaje público en las paredes. En algunas universidades, como la mía, ni las paredes ni el papel son usados para hacer registro cotidiano de los micro-sucesos universitarios; eso que se llama periodismo universitario no existe ni para el decoro de las carreras de comunicación social. Mucho silencio y poca crítica. La gente parece concentrada, y sobre todo la gente joven, en declarar con su cuerpo asuntos muy personales. Hay una especie de hiperconcentración en decir con el propio cuerpo en qué lugar del mundo queremos situarnos, qué nos gusta y qué nos desagrada.
Por eso, aquellos que han tomado la ruta de caminar las calles y pensar qué decir en las largas paredes abandonadas por el mal humor de ciudades despiadadas, hacen parte de un heroísmo urbano que últimamente ha sido perseguido con sevicia. En las democracias modernas, los agentes de policía todavía persiguen y matan a los artistas callejeros que quieren dejar en alguna pared la huella de un arte efímero que contiene algo subversivo y sospechoso. Mientras más perseguido será más sublime.
Pero en el asesinato de aquellos muchachos prevalece algo más, es la ausencia de interés de los estados contemporáneos por la situación de los jóvenes. El mundo juvenil sigue estando muy distante para las políticas educativas y culturales. El joven sigue siendo un elemento intruso en el orden o desorden dominantes en las ciudades. Ser joven sigue siendo el principal delito. 
Gilberto Loaiza Cano, septiembre de 2013

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