Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

martes, 1 de octubre de 2013

Pintado en la Pared No. 93



LAS BIOGRAFÍAS DE FERNANDO VALLEJO

     La prosa de Fernando Vallejo es buena señal del país que somos. Si tomáramos el lenguaje de la gran mayoría de sus escritos para tratar de descifrar el mundo o la época a la que pertenece, podríamos fácilmente llegar a la conclusión de que ha vivido en tierra hostil, difícil, áspera. No hay términos medios en sus frases, nada en lo que dice refleja ecuanimidad, términos medios. No anda por las ramas, no tiene perífrasis ni circunloquios ni eufemismos. El insulto, la diatriba y las imprecaciones son frontales. ¿Palabras en diminutivos, aderezos narrativos, ironías que se captan en cámara lenta? Nada hay de eso. Vallejo sabe que ha vivido en país de hipócritas, de doble moral, de suavidades traicioneras que terminan en asesinatos con sevicia. Colombia es un país en que se mata con cierta facilidad y él ha encontrado su manera de decir eso. Sus novelas se leen, al comienzo, con placer, como terapias en que el espíritu deja escapar todas las quejas acumuladas. Lo que cuenta no es agradable, son cuadros de nítida violencia entre humanos. Su prosa es limpia y esa limpieza la da mucha fuerza. Pero cuando se vuelve frases encadenadas por la repetición, esa fuerza se va diluyendo hasta convertirse en una retahíla incesante que obliga a poner el libro a un lado, porque lo que nos estaba haciendo falta ya comenzamos  a percibirlo como un excedente, como un exceso de palabras que ya no dicen nada nuevo. Ya hemos sabido, con suficiente ilustración, cuáles son sus adhesiones y sus odios.
   Además hemos tenido unos personajes públicos así, muy parecidos a esa escritura, personajes que en la jerga les llamamos “frenteros”, bruscos en la maledicencia, hambrientos de pellejos ajenos, encerrados en la rabia de lo que no han podido ser ni hacer y enverdecidos por la envidia de ver que otros consiguen lo que no han logrado ni lograrán. En la política menuda de todos los días hemos tenido que escuchar ilustres miembros de nuestra clase dirigente completamente desaforados, pendencieros, dispuestos a matar o a que los maten, impulsados por odios viscerales con los que quieren arrastrar al resto de la sociedad. Esa literatura del improperio parece que tuviera su correlato en esa vida pública desapacible que llevamos, poco educada en el debate de ideas. Tanto denuesto puede volverse trivial porque, siempre cabe la sospecha, puede tratarse de una hábil estrategia de mercado y, en vez de una genuina franqueza, estaremos al frente de un excelente vendedor en la feria de las vanidades.  
   Lo que ha escrito Fernando Vallejo nos ha hecho falta, pero también nos ha sobrado. Me quedo más cerca de sus biografías porque son espécimen muy aparte. Son obras que hay que saber leer; sin capítulos, sin apartados, sin notas a pie de página y, aun así, bien documentadas, atiborradas de precisiones y hasta entretenidas. La biografía es un género de escritura, muy fresco, muy vital, porque todo transcurre alrededor de la aterradora especificidad de una vida y porque el biógrafo pone su propia vida en la escritura. No es simple metáfora para cautivar, en la biografía las vidas se encuentran, se narran y se explican. Claro, en el caso de Vallejo hay que separar ese matorral de veredictos contra el mundo, contra el poder, contra la Iglesia católica. Si nos fijáramos sólo en eso, tendríamos más bien un texto auto-biográfico, una desordenada confesión de sus afectos y sus desprecios; pero como lo que nos interesa es saber qué ha podido contarnos o explicarnos del biografiado, nos quedamos con esos retazos interrumpidos de un modo de escritura biográfica que es necesario examinar con más detalle. Por eso recomiendo leer sus biografías con mucha atención, allí hay un ejercicio aleccionador para los científicos sociales que, pobres de lenguaje, nos hemos quedado encerrados en un reducido universo de escasos destinatarios de nuestros mensajes. Hemos olvidado la belleza en busca de un rigor que tampoco atrapamos. La biografía es, al fin y al cabo, un buen desahogo, un género impuro que nos libera de las ataduras de las convenciones de un saber decir que es la mejor forma de no decir nada. 
Coletilla: hay un congreso internacional sobre la biografía, en México, 15 y 16 de octubre de 2013.  

  
   

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