Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

lunes, 26 de mayo de 2014

Pintado en la Pared No. 106


Colombia decide entre derechas

Luego de los resultados de la primera vuelta de las elecciones por la presidencia, ha quedado evidente que la sociedad colombiana se ha ido alinderando, en los últimos doce años, en una matizada pero muy vigorosa expresión de posiciones políticas de derecha que, en lo fundamental, pregonan por soluciones militares al longevo conflicto armado, por un modelo económico neoliberal, por la intolerancia exacerbada en la comunicación política cotidiana y por el aniquilamiento de cualquier forma de disidencia al unanimismo moral e ideológico que esas derechas promueven. El irresistible ascenso de una especie de delincuencia políticamente organizada ha tenido mucho que ver con la emergencia y consolidación del modus vivendi de expresiones mafiosas cotidianas y del vínculo vergonzante de la clase política con las formas de economía basadas en el liberalismo extremo y que caminan por la cornisa de lo ilegal y criminal. El uribismo ha sido el producto más genuino y sincero del desenfreno derechista de buena parte de la sociedad colombiana que considera como situación ideal las soluciones cruentas. La sintonía entre el discurso beligerante y desapacible del personal político de esa tendencia y la sociedad colombiana, es aún buena materia de análisis para los investigadores de la historia política reciente de Colombia.
La masa votante, que es poca en un país con el histórico recurso de la abstención (el promedio abstencionista en los últimos 16 años es del 60 %), se basa en una población avejentada y disciplinada en los ritmos de aceptación de las soluciones para-estatales y violentas mezcladas con un alto grado de permisividad de los comportamientos corruptos de la clase política que ha tenido en los últimos decenios el control del Estado. Mientras tanto, la juventud sigue siendo un enigma como expresión electoral, su presencia en las urnas es volátil y ni el Estado ni los partidos políticos han sabido proporcionarle a esta franja poblacional una presencia decisoria permanente en la vida pública. Aun así, es llamativo que en el episodio insondable del hacker, en el movimiento político hoy triunfante, se revelara un retazo de discurso neofascista de uno de los jóvenes protagonistas del escándalo que, entre otras cosas, hizo parte del condimento sensacionalista de los últimos días de agitación pre-electoral.
El gobierno del presidente Juan Manuel Santos, descendiente de una familia política muy tradicional en Colombia y vinculado hasta los tuétanos con los dos gobiernos anteriores de Álvaro Uribe Vélez, decidió deslindarse de su antecesor y tutor con la apuesta por un acuerdo de paz con la guerrilla de las Farc; ese deslinde pacifista ha tenido para el uribismo un sabor a traición. A eso se ha agregado su muy mediocre desempeño como presidente en otros temas neurálgicos, tales como las necesarias reformas a la justicia, a la salud y a la educación. Las vacilaciones en esos asuntos opacaron sus avances en la negociación con la guerrilla, su política de reparación a las víctimas del conflicto armado y de restitución de tierras a los campesinos que habían sido desplazados por los agentes armados. También se agrega sus impopulares y hasta erráticas acciones ante los paros del movimiento campesino y su ortodoxia económica neoliberal que muy poco contribuye a solucionar los problemas de desigualdad social, aspecto en que Colombia ocupa los peores lugares a nivel mundial.

Colombia decide entre derechas. Tres de los cinco candidatos presidenciales hicieron parte de los gabinetes ministeriales en uno o dos de los periodos presidenciales de Álvaro Uribe Vélez, el dirigente político más influyente de la última década. Los dos restantes alcanzaron a delinear, a pesar de todo, las posibilidades electorales de la izquierda colombiana. Hoy, su caudal electoral podría ser determinante en las necesarias alianzas de conveniencia de la segunda vuelta prevista para el 15 de junio. Los dos candidatos con la mejor votación se asemejan, como sucedió hace algunos años en Francia, al dilema de escoger entre la centro-derecha reunida alrededor de Jacques Chirac y la ultraderecha expresada en la figura de Jean-Marie Le Pen. Sí, los colombianos decidimos hoy entre derechas.

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