Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

miércoles, 27 de mayo de 2015

Pintado en la Pared No. 123-Bogotá es una porquería




Bogotá es una porquería. Bogotá, la capital de Colombia, es quizás una de las ciudades capitales más feas del mundo. Pero Bogotá no es solamente fea, es sucia y peligrosa. No se trata de endilgarle a un alcalde o a un partido político en particular todos los males que posee, porque precisamente Bogotá es un acumulado de errores, omisiones, incurias; Bogotá revela todas las incapacidades, excesos, descuidos de la dirigencia política colombiana. La capital de Colombia es el acumulado histórico de todos los errores posibles. Lo que es hoy es el resultado de lo que no se hizo o no se quiso hacer desde hace ochenta, setenta, cincuenta años. Al verla y sufrirla todos los días, entiende uno por qué Colombia es un país atiborrado de conflictos sin resolver y bien acostumbrado a vivir con todos los males posibles encima. La sociedad colombiana se ha vuelto impasible ante todo lo que la agobia, tiene una gran capacidad de adaptación a situaciones invivibles y por eso se revuelca fácilmente en la violencia, la miseria, el desorden, la arbitrariedad, la inseguridad.

Los bogotanos en particular y los colombianos en general somos, al tiempo, seres admirables e incomprensibles; cómo podemos soportar una ciudad que pone obstáculos para las rutinas más elementales; donde no es fácil ir y venir de los puestos de trabajo; donde las calles están llenas de cráteres; donde las principales avenidas son lugares desapacibles y malolientes; donde no hay ningún hito arquitectónico; donde no hay un sistema de transporte masivo cómodo y fluido; donde se puede ser víctima de una banda de delincuentes en cualquier parte. Con razón hemos convivido y sobrevivido con uno de los conflictos armados más antiguos del mundo, si tenemos la costumbre de arrastrarnos en la inmundicia y adaptarnos al peligro.

Propongo un ejercicio elemental para los incrédulos, si acaso es posible. Recorran la ciudad a partir de cada una de las entradas principales. Cada una está en los respectivos puntos cardinales y en todas no se sabe bien dónde termina la calle y comienza la acera; en todas hay destrozos en el asfalto; todos los separadores de unas supuestas autopistas son montículos adornados con basura. Aún más, creo que coincidiremos en destacar que por cualquier lugar que se llegue a la capital de Colombia, y si se va hacia el centro histórico, no hallaremos un monumento o una edificación que constituya un hito arquitectónico. Es la fealdad suprema, es un acumulado intimidante de espacios mal mantenidos, mal administrados.

Bogotá es algo así como el diploma que certifica que Colombia es una sociedad muy desorganizada que no ha podido aprender cosas básicas propias de la vida en común y que su clase dirigente es aviesa. Si en Bogotá no se han impuesto los moldes racionalizadores de un Estado moderno, podremos presentir cómo han crecido las ciudades intermedias colombianas. Es una ciudad con once millones de habitantes y sin una línea de metro, ni de tranvía ni de tren de cercanías. Viendo esta deformidad enorme, nos preguntamos si Bogotá es el resultado de un país pobre que no tiene recursos suficientes para modernizarse o si su clase política es tan corrupta y tan inepta que no ha podido tener un liderazgo y una capacidad de gestión para realizar obras sustanciales que ayuden a la vida colectiva. Bogotá, la capital colombiana, es de todos modos el corolario de fracasos compartidos de políticos de todos los pelambres, de ingenieros, economistas, urbanistas arquitectos, abogados. Es el monumento solemne al fracaso de la vida en común en un país donde es fácil matar y destruir.

  

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