Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

miércoles, 11 de octubre de 2017

Pintado en la Pared No. 164-150 años de la Universidad Nacional de Colombia


Si creyéramos un poco más en nosotros mismos, si supiéramos un poco de lo que hemos hecho y, sobre todo, de lo que hemos venido siendo, nos detendríamos con mayor trascendencia a conmemorar ciertos hechos. Tenemos tan pocos mitos sólidos, hemos estado tan acostumbrados a lo superficial que tenemos una escala de valores muy ramplona para medir lo que ha sido el devenir de nuestro país en su proceso republicano. Son 150 años de la Universidad Nacional de Colombia. El solo hecho de esa suma de años ya debería decirnos algo; por ejemplo, que, en medio de una vida pública tan cruenta, esa institución ha persistido, que la apuesta fundacional de los liberales radicales de 1867 no ha sido ni equivocada ni fallida. Hace 150 años nació una universidad pública con la voluntad de reunir saberes, transmitir y producir conocimiento, formar funcionarios para el Estado y para la sociedad. Esos propósitos iniciales se han fortalecido y el vínculo entre la universidad y la sociedad colombiana se ha vuelto profundo, entrañable; s{i, también ha sido un vínculo conflictivo, con ondulaciones a favor o en contra del Estado o de la sociedad o de la misma universidad.
Hoy, 150 años después, siento que a la Universidad Nacional se le debe un homenaje porque, al hacerlo, estamos recordándonos que, en medio de todo y a pesar de todo, una institución hecha para forjar la sapiencia de una nación aún está ahí. Que en ella han nacido y crecido las ciencias en todos sus aspectos, han surgido dirigentes políticos y empresariales, han sido formados ciudadanos para todas las variantes partidistas, han crecido otras instituciones que la acompañan en sus funciones fundamentales. Y digo que se le debe un homenaje porque hasta ahora no siento nada que se parezca a eso; el cincuentenario ha ido pasando inadvertido porque el gobierno de Juan Manuel Santos no le ha interesado el asunto y porque, peor, para ese gobierno no ha sido importante la educación pública a pesar de los mentirosos lemas que proclamó, sobre todo, durante su segundo mandato.
Esta conmemoración toma a la Universidad Nacional en un estado deplorable; su campus está deteriorado y sus finanzas son cada vez más exiguas. Las políticas gubernamentales de los últimos veinte años la han sometido a una competencia desigual con los emporios de las universidades privadas. Eso incide de modo notorio en la calidad de sus programas académicos; sin embargo, esa institución cuenta con un enorme acumulado y sigue siendo la universidad que mejor representa el triunfo del mérito sobre la fortuna, el triunfo de la capacidad y el talento sobre la mezquindad de las lógicas del lucro y el libre mercado.

Todas las universidades públicas, por lo menos, deberíamos recordar y recordarnos la magnitud de esta evocación, porque es una manera de decirnos, entre todos, que la universidad pública ha sido, es y seguirá siendo la mejor apuesta en una sociedad en que muchas veces ha prevalecido la fuerza sobre la razón, el dinero fácil sobre el trabajo riguroso, el despilfarro en cosas excedentes sobre las prioridades de la cultura. La Universidad Nacional es obra de la persistencia colectiva de los mejores seres de nuestra nación.

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