Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

viernes, 10 de agosto de 2018

El uribismo



El uribismo es un fenómeno ideológico derivado del influjo del expresidente Álvaro Uribe Vélez en la vida pública colombiana en por lo menos los últimos quince años. Desde el inicio de su primer mandato presidencial, en 2002, el hoy expresidente y senador supo establecer una comunicación cotidiana con sus seguidores, hizo ejecutorias que lo transformaron  rápidamente en un salvador o ídolo y hasta hoy es dueño de un lenguaje procaz y vociferante muy eficaz. Uribe Vélez y sus seguidores más conspicuos fueron dándole amplitud verbal a la discusión desapacible adobada con mentiras y diatribas hasta volver parte del sello de identidad del uribismo el desparrame de adjetivos descalificadores de los adversarios políticos.
A los científicos sociales nos parece apasionante, por misterioso, ver cómo las ideas de alguien se vuelven moneda corriente, circulan, se expanden y adquieren tales alcances que el autor original no habría previsto. Esa circulación de las ideas hasta que se vuelven el tuétano del comportamiento colectivo, el sello de identidad de adhesiones fanáticas es algo que en el estudio de las ideas y de las multitudes siempre llena de asombro. Sin duda, la fuerza del líder tiene mucho peso, pero no lo es todo; en la expansión y afirmación sectaria de unas ideas participan unos corifeos que, en nuestro caso, son varios y muy activos porque han sido discípulos aventajados. Y luego, allá en cierta clase media y en segmentos del pueblo profundo, el mensaje se vuelve sentimiento visceral difícil de extirpar.
Uribe Vélez ha sido uno de los dirigentes políticos colombianos más populares de los últimos tiempos y esa popularidad plasma una especie de comunión de opiniones e intereses que han dotado de identidad a un populismo de derecha. Pero el uribismo es mucho más  que lo que su líder piensa, dice y ejecuta; es, mejor, una sensibilidad, un estado emocional que, en sus momentos más fanáticos, ha merecido llamarse “el furibismo”, por su aspecto furioso o iracundo. Precisamente la iracundia y el odio se han ido volviendo expresiones de la sustancial intolerancia que caracteriza al uribismo. El uribista odia y habla con odio, porque no concibe compartir el espacio público con sus enemigos políticos; en consecuencia, la aniquilación de los rivales es una de las aspiraciones que constituyen la médula emocional de esa tendencia política. En la gente del común es fácil detectar esta esencia pasional del uribismo, tanto por la ciega adhesión a su ídolo, a su jefe, como por la virulencia con que atacan al adversario.
Casi como consecuencia, matar es importante para el uribismo. Todo aquello que se oponga a su proyecto político hay que eliminarlo, hay que extirparlo porque corrompe el sistema. Los acuerdos con la guerrilla de las Farc son, para los uribistas, algo espurio porque la aspiración fundamental ha sido la total aniquilación del movimiento guerrillero y todo lo que les parezca próximo.
La gente del común suele plasmar de manera directa y cotidiana esa sensibilidad uribista. Hablando con un ama de casa, un tendero de esquina, un conductor de bus va uno descubriendo un repertorio de ideas comunes y movilizadoras. El uribismo es la resultante de una comunión entre el líder y sus seguidores; no será fácil discernir qué proviene original y directamente de los principales dirigentes políticos y qué es una elaboración propia de las gentes del pueblo. Sin embargo, parecen existir puntos de confluencia, esas ideas-fuerza que distinguen a una agrupación política.
Los uribistas coinciden en cierta voluntad de depuración. A los uribistas que he conocido les parece incómodo, o por lo menos extraño, que el Estado tenga que garantizar derechos a las diversidades étnicas y de género. Muchos de ellos piensan que esas identidades diversas deben, simplemente, adaptarse a una legislación universal y que cualquier concesión de derechos particulares es una desviación. Pero, además, predomina entre ellos expresiones de homofobia o de incomprensión a las muy diversas expresiones de libertad sexual. La protesta social, la oposición política suelen ser, para ellos, un asunto inadmisible que perturba la realización del proyecto político. De la misma manera que les cuesta aceptar una sociedad plural, los uribistas desean comunidad política unánime y sumisa, obediente ante el jefe o patrón o líder.
Esa inclinación dogmática, autoritaria y violenta parece ser parte de los ingredientes de una cultura política que se afirmó en la vida pública colombiana.

Pintado en la Pared, No. 180.

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