Un historiador o una historiadora a secas tiene que
ser, entre otras cosas, un buen lector. Los historiadores tenemos que leer
muchas cosas en busca de simple erudición, en busca de datos o testimonios, en
busca del conocimiento de las claves de tal o cual época. Pero entre todas esas
posibles y necesarias lectura voy a adelantarme a hablar de aquella que es
formativa y, en consecuencia, diferenciadora radicalmente del historiador de
cualquier aficionado amante de papeles; me refiero a la premisa insoslayable de
la adquisición de una cultura historiográfica. Los historiadores y las
historiadoras aprendemos a escribir libros de historia leyendo modelos
historiográficos.
¿Qué buscamos en los modelos historiográficos?
Primero, buscamos una tradición en la formación de un campo disciplinar, vamos
en pos de aquellos hitos de investigación y escritura que representan escuelas,
tendencias, paradigmas, cánones. Segundo, buscamos conocer la historia de la
disciplina histórica según postulados acerca de métodos, objetos, perspectivas,
acentos en determinados problemas de investigación. Tercero, leemos modelos
historiográficos para discernir, pasa saber qué nos sirve y qué no, qué nos
gusta y qué no. Cuarto, leemos libros medulares de la constitución del campo
disciplinar de la historia para saber comparar lo que unos hicieron y otros no.
En fin, y quizás lo más importante, leer libros de grandes historiadores nos
ayudan a escribir nuestros propios libros.
Pero hay que aprender a leer esos paradigmas, esos
modelos. No leemos solamente por acumular de forma curiosa alguna información;
los historiadores tienen que aprender a leer los libros de otros historiadores,
tanto como para encontrar varias cosas primordiales. Sin sugerir un orden en el
examen de esas obras, me permito sugerir un itinerario de búsqueda.
Todo modelo historiográfico contiene una génesis
particular que revela las condiciones de posibilidad de la disciplina; el lugar
social del historiador, sus adhesiones y repulsas; las intenciones iniciales;
las conversaciones que sirvieron de preludio y de determinación. En suma,
detrás de la singularidad aparente de cada obra hay una experiencia colectiva,
una discusión que moldea el objeto de estudio. Es decir, se vuelve muy importante
saber con respecto a qué y quiénes hubo rupturas o continuidades.
Situar el
autor y su obra se vuelve, en consecuencia, un ejercicio de historia
intelectual aplicado a la obra historiográfica. Ese ámbito socio-histórico
merece una reconstitución que ayude a entender elecciones temáticas y
temporales, relaciones con los archivos, cuestiones narrativas y
argumentativas. Situar el autor y su obra en una red de relaciones, en un
momento de construcción y puja de un campo de conocimiento nos permite entender
la condición subversiva, transgresora, reproductiva o imitativa de tal o cual
autor; también nos ayuda a entender el estado de aceptación pública de los
productos simbólicos de los historiadores, su grado de influencia social o
política, sus vínculos o distancias con respecto al Estado, los partidos
políticos, la academia universitaria.
Sabemos, por ejemplo, que el estudio clásico de
Fernand Braudel sobre el Mediterráneo fue el resultado de una trayectoria
sinuosa, de diálogos fructíferos con maestros y colegas e, incluso, de
condiciones adversas para la escritura. También sabemos que el libro, también
célebre, de Edward Palmer Thompson sobre la formación de la clase obrera
inglesa pertenece a una tradición de estudios de las revoluciones de ese país.
Y es muy posible que esas trayectorias diversas hagan parte de comunidades
académicas (y no académicas) que orientaron las elecciones de objetos de
estudio según pretendidas prioridades de problemas que merecían tentativas de
solución.
Hoy terminé de leer sus escritos titulados "Modelos Historiográficos" vuelvo a reiterar mi admiración por usted y sus reflexiones, en mi curso de Historiografía Europea he insistido en muchas ocasiones de la necesidad de revisar los "clásicos", sus escuelas y aportes, vamos a ver si estas reflexiones que usted hace les sirven para comprender la importancia de su lectura. He dejado los 7 escritos como parte complementaria de ese llamado de atención reiterativo que no me cansaré de hacer. Un abrazo fraterno, maestro.
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