Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

lunes, 27 de mayo de 2019

Los líderes sociales


¿Qué tiempos estamos viviendo en Colombia? Políticamente hablando, ¿podemos sorprendernos por lo que ha venido sucediendo desde el proceso de negociaciones entre el gobierno Santos y las Farc que terminó en la firma de un acuerdo en noviembre de 2016? Vivimos un tiempo insatisfactorio y desapacible, marcado por divisiones en la interpretación y en la actuación en las circunstancias. Una guerrilla desmovilizada, pero parcialmente; un acuerdo cumplido en unos aspectos e incumplido en otros; víctimas en varios flancos del conflicto que claman por verdad, justicia, reparación, no repetición. Un Estado que intenta garantizar lo pactado y que, al tiempo, no es capaz de garantizar los compromisos; una dirigencia política dividida entre quienes creen que debe avanzarse en el cumplimiento de lo acordado y firmado, y aquellos otros que quieren enmendar, modificar o, simplemente, “hacer trizas” el acuerdo. Intelectuales que creen que en Colombia no hubo ni conflicto armado, ni guerra del Estado contra la sociedad, ni víctimas y, mucho menos, victimarios; pero, aun así, dirigen, en nombre del Estado, las instituciones dedicadas a reivindicar la memoria de las víctimas de ese conflicto inexistente. Dirigentes guerrilleros arrepentidos de haber participado en la negociación, otros que no han podido zafarse de las redes de narcotráfico en que estuvieron inmersos en las últimas décadas. Mientras tanto, un nuevo genocidio se columbra en las noticias diarias: el asesinato sistemático de líderes sociales.

Muchos creíamos que la desmovilización de la guerrilla de las Farc abría las puertas de la participación ciudadana a todos los niveles y que iban a aparecer nuevos liderazgos locales; desahuciada la lucha armada, pensábamos que iba a imponerse la persuasión basada en la argumentación, en el diálogo, en las asociaciones basadas en la cooperación, la solidaridad, en el reconocimiento de injusticias debían ser resueltas. Y muchos seres humanos en Colombia han venido actuando con este optimismo, crédulos de un sistema político que, por fin, parecía adoptar los códigos de la discusión afianzada por el respeto al rival político, por el respeto a las ideas de otros. Pero no está sucediendo así, el deseo de la participación en la vida pública, sin recurrir a las armas, no coincide con lo que les viene sucediendo a los líderes sociales colombianos. Las cifras de asesinatos revelan que hay una voluntad organizada y muy eficiente dirigida a su eliminación física.

El conflicto armado cambia su piel; ahora hay un lenguaje de partidos políticos y funcionarios gubernamentales que prepara el ambiente para el asesinato de líderes sociales. El gobierno del presidente Duque tiene que demostrar con acciones que está a favor de un Estado que protege el pluralismo político, que incentiva el debate público, que considera riqueza política la deliberación cotidiana y la lucha organizada para reivindicar derechos. Por ahora se están imponiendo aquellos que consideran que en Colombia no puede haber ningún tipo de oposición política y que la muerte es el único destino de quienes piden justicia y el cumplimiento de derechos fundamentales.



Pintado en la Pared No 196



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