Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

viernes, 3 de abril de 2020

El virus profético



El virus Covid-19 ha despertado otra pandemia, la infección inherente a los profetas, a los agoreros de todo pelambre que, también muy sabios, son los oráculos de todos los males que el destino, la providencia, dios, la virgen y todas las fuerzas naturales y sobrenaturales (sobre todo estas últimas) nos tenían reservados a esta pobre humanidad “agobiada y doliente”.

Entonces han hablado los profetas del Armagedón; este bicho microscópico era la plaga que faltaba para castigar todas las perversiones, todas las porquerías mundanas que hemos cometido en nuestras míseras existencias. De modo que, si hacemos bien las cuentas cristianas, esta es como la sexta plaga que faltaba para desatar una limpieza global de pecadores y sólo sobrevivirán los que han sabido esperar el retorno de Cristo; y ese honor sólo lo tendrán aquellos cuya fidelidad fue imperturbable. Por eso solemos decir, cuando se avecina una calamidad, que “nos coja confesados”. Todos los que tengamos un déficit en la caja de méritos devocionales estamos condenados y nos va a agarrar el virus sin misericordia.

Otros, más eruditos, han leído a Nostradamus. Entre la colección de profecías de don Michel de Notre-Dame hay, según los genios apocalípticos, un par de metáforas que predecían esta catástrofe. Expertos en acertijos, sus seguidores descifraron convenientemente la predicción y aquí estamos escondidos bajo llave para evitar la visita del enemigo invisible. Los numerólogos, también muy sofisticados, miraron en sus cuadernos de sumas y restas que este año, el fatídico 2020, era el de la compilación de todos los males porque algún número kármico salió de las tinieblas. Y la cabalística halla en todas las iniquidades la causa de este desquite de la naturaleza contra los humanos que pensamos y obramos inclinados hacia la auto-destrucción.

Un vecino mío, un joven arquitecto, devoto de la virgen María, acostumbrado a ir a misa todos los días, de esos que llevan la camándula en una mano, me dijo que no se sentía obligado ni a usar tapaboca, ni a lavarse obsesivamente las manos, porque ya estaba “limpio y puro”. Según su interpretación del inmediato futuro, el Covid-19 estaba destinado por la providencia para atacar a los pecadores, a los incrédulos, a los blasfemos. Él, según su alucinada reflexión, estaba inmunizado por la gracia divina. Con vecinos así, queda muy justificada la cuarentena.

Hay predicciones menos atrabiliarias; tienen que ver con lo que será el mundo después de esta pandemia. Aquí funcionan todos los expertos posibles: epidemiólogos, infectólogos, microbiólogos, ingenieros, economistas, estadígrafos, sociólogos, políticos han empezado a vaticinar lo que se nos viene encima. Iremos a los estadios y salas de cine vestidos con escafandras; la sociedad será aun más individualista y egoísta; el mayor porcentaje de fallecidos provendrá de la clase obrera, de las minorías étnicas, de los sectores económicos más vulnerables (como suele suceder en cualquier guerra, los muertos los pone el pueblo); sobrevivirán los ricos, los poderosos, las multinacionales (sobre todo las farmacéuticas), los templos y sus predicadores. Es decir, saldrán airosos todos aquellos que perdieron el alma mucho antes de esta pandemia.

Pero hay una predicción elemental que nadie puede hacer, menos yo. Presumo que muchos de nosotros nos estaremos preguntando qué destino nos tiene reservado el poderoso bicho que, paradójicamente, podemos eliminar con agua y jabón.

Pintado en la Pared No. 209.


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