Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

sábado, 1 de enero de 2022

Memoria de la peste

 

 

Pintado en la Pared No. 246

 

Pandemia, pandemónium

 

Los últimos días del 2021 y los primeros de 2022, en París, han sido cálidos y soleados, con temperaturas superiores a los 12o C ; los guantes, los gorros y las bufandas no han sido necesarios. La gente está en los parques jugando tenis, leyendo un libro o paseando sus mascotas con ropa ligera, como si fuese tiempo de primavera, como si fuese abril o mayo; es la falsa alegría provocada por el recalentamiento global. Mientras tanto, Francia y Europa registran cada día cifras históricas de nuevos contagios con la nueva variante Omicron; y al tiempo, los gobiernos intentan convencer a sus habitantes, especialmente en Francia y Alemania, de acelerar el proceso de vacunación masiva. En estos países, el porcentaje de vacunación es aún muy bajo y es el resultado de una resistencia civil a las consignas sanitarias de sus gobiernos. 

La humanidad terminó el 2021 enumerando catástrofes y sospechamos que así seguiremos en este 2022; seguiremos hablando de inundaciones, sequías, incendios forestales, de cambios extremos e imprevisibles del clima; y también seguiremos hablando de variantes del coronavirus, de nuevos ciclos de vacunación y, claro, de los enemigos de las restricciones sanitarias y de las vacunas. El inicio de un tercer año de pandemia con este paisaje de un planeta averiado, con enfrentamientos sociales y políticos que pueden tornarse violentos, sobre todo en aquellos países que tienen, en el horizonte próximo, la competición electoral por la presidencia, hacen temer un año muy conflictivo.

Quienes hemos aceptado las restricciones sanitarias, convencidos de las bondades del distanciamiento físico, de las cuarentenas, de las campañas de vacunación, comenzamos a cansarnos de algo que se está volviendo costumbre, como si pasáramos de vivir la experiencia de una pandemia a vivir en la pandemia. Comenzamos a inquietarnos por la entrada en una zona de incertidumbre, porque sentimos que esto no termina aún y porque no sabemos cómo puede terminar.  Y quienes no han aceptado los dictados y recomendaciones de los gobiernos y de la ciencia parecen acumular más razones para fundar su escepticismo. Es cierto que los mercaderes de la medicina y de la religión hallaron terreno propicio para alimentar la desconfianza sobre el Estado y los avances de la medicina, pero es igualmente cierto que los científicos y las transnacionales farmacéuticas no han logrado informar y persuadir acerca de las posibilidades y las limitaciones de esta inédita circunstancia global. No es la primera vez que los seres humanos vivimos una confusión entre las verdades de la ciencia y las verdades de la seudo-ciencia; no es la primera vez que le tememos a la ciencia por invadir con sus verdades el ámbito de la vida íntima, de la familia, del individuo y sus relaciones.

La ciencia, la solidaridad y la responsabilidad parecen ser las primeras categorías de la acción humana que salen damnificadas de esta pandemia. Pensar y actuar en el bien común se volvió más difícil en estos tiempos y eso hace que la misión de los políticos tenga el imperativo de cambiar radicalmente de sentido. Los políticos profesionales y sus partidos tendrán que renovar sus programas y adecuarlos a un mundo a la deriva; los líderes actuales no parecen situarse a la altura de los enigmas de un planeta agotado y cuyo deterioro asoma como inevitable.

Las teorías del desahucio, de lo irreversible y, en definitiva, todas las variedades del conformismo, ocupan lugar privilegiado en las reflexiones de líderes políticos y religiosos y en gentes del común; dejar que todo esto pase hasta sus últimas consecuencias es una actitud que ha tenido su apoteosis en los paseos turísticos espaciales promovidos por los multimillonarios. Esos viajes delatan el ánimo de derrota en las posibilidades de vida confortable en la Tierra. Si a ese ánimo se agrega la inercia política, estamos en las puertas de un derrumbe moral muy grande.

Es hora de pensar y proponer alternativas y, por supuesto, de movilizarse por volverlas políticas públicas, acciones de gobierno. Si no hay cooperación, si no hay acciones sincronizadas de los países, no tendremos cambios que permitan pensar que aún tenemos una segunda oportunidad en este mundo o, mejor, que este mundo tiene una segunda oportunidad. Por ahora estamos caminando por un túnel de incertidumbre, sin ver luz que anuncie una salida.

 

 

   

 

 

 

 

 

 

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