Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

viernes, 15 de abril de 2022

Memoria de la peste

 

Pintado en la pared No. 250

 

Ninguno en la elección presidencial de 2022

 

La campaña presidencial colombiana de 2022 no es como otras, tiene sus señales de distinción que informan acerca de un malestar general de la vida pública, de un punto de declive de las instituciones del Estado y de los agentes políticos. La sociedad colombiana está en un momento de desasosiego que condensa altos niveles de frustración y de desorientación. Algunas de esas señales de una mediocre campaña presidencial en tiempos difíciles para Colombia son las siguientes:

Los candidatos son muy malos; los más opcionados procuran ganar sin transmitir un proyecto político coherente que provoque esperanza. Todos son, al contrario, decepcionantes por su insuficiencia, por su incapacidad para entender el país y para proponer soluciones como auténticos estadistas. En Colombia solía decirse que a este o a aquel “le cabía el país en la cabeza”. Hoy, la magnitud de los problemas hace ver muy pequeños a los candidatos presidenciales y, al tiempo, esos candidatos se esmeran por empequeñecerse todavía más ante las circunstancias.

Lo anterior testimonia la insatisfactoria condición de la democracia representativa; las fallas del sistema electoral, unas intencionales y otras producidas por la mediocridad administrativa de la registraduría nacional del estado civil, vuelven poco legítimo y alentador cualquier resultado. El porcentaje de participación electoral es muy bajo; los criterios de selección de los electores son muy precarios, la capacidad de engaño y de constricción al ejercicio libre del sufragio es muy grande. A eso se añade que los mecanismos de vigilancia de la función pública son muy débiles y que la voluntad colectiva de hacer seguimiento al cumplimiento de las promesas electorales es muy reducida. La democracia representativa es un campo de acción política muy restringido e insatisfactorio.

Hay una especie de desinhibición o de desvergüenza generalizada. El primer representante de ese nihilismo ético es el presidente de la república. Su comportamiento cotidiano es de un jefe de debate de uno de los candidatos a sucederlo. Y su comportamiento está amparado por organismos de control que lo acompañan en su proselitismo. A partir de ese ejemplo, los funcionarios a nivel de gobernadores y alcaldes gozan de la misma impunidad.

Los principales opcionados representan en apariencia extremos políticos que, con tal de simularlos y de cautivar un electorado indeciso, han hecho alianzas y deslizamientos que han terminado por causar confusión. El candidato Gutiérrez cooptó como vicepresidente una figura proveniente del centro político, pero su discurso político sigue siendo cercano al legado desastroso que deja el presidente Iván Duque; el candidato Petro en su obsesión por ganar ha hecho alianzas y anuncios que lo sitúan como una figura domesticada por los grupos tradicionales de la política colombiana.

La opción de centro político es muy endeble, no solamente porque los candidatos de los extremos han sido dominantes, sino porque su candidato ha sido muy tímido. Al señor Fajardo le ha faltado convicción desde el inicio, tardó más que otros a definir un programa y aplazó respuestas a asuntos sustanciales. Esa falta de contundencia del centro político tiene que ver, quizás, con la condición casi interina de un candidato que tiene las amenazas de investigaciones de la Fiscalía en su contra.

La sensación de perder con cualquier candidato contribuye a la parálisis. Ninguno de los candidatos reúne las condiciones que nos ayuden a pensar en salidas de tantas encrucijadas reunidas: altos niveles de empobrecimiento, inflación, expansión del conflicto armado, violencia urbana, aumento de los delitos, deterioro de la credibilidad de instituciones como la policía y el ejército, incumplimiento de lo pactado en los acuerdos de paz de 2016. Ninguno de los actuales candidatos permite avizorar que podamos ganar algo, con todos estamos perdiendo.

Por tanto, estas elecciones desnudan una ausencia de liderazgo en todos los sentidos y esa ausencia está siendo exhibida con una desfachatez cínica. Un montón de señoras y señores que sueñan con ser presidentes y vicepresidentes de un país que llega a este punto temporal vuelto añicos.  Quizás todo esto sea señal de una penosa inflexión, de una mutación muy confusa que no sabemos aún definir; quizás solamente asistamos a una deriva obvia de algo que ha venido funcionando muy mal desde hace mucho tiempo.

  

   

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