Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

miércoles, 27 de julio de 2022

Ciencias humanas y nuevo gobierno

 


Pintado en la Pared No. 258.

 

Al profesor Wasserman, a veces muy brillante, se le apagó la luz cuando leyó el documento del Pacto Histórico con su propuesta de un sistema nacional de ciencia, tecnología e innovación. Y sospecho que el apagón tiene que ver con una concepción de la ciencia que para colegas como el profesor Wasserman es muy difícil de digerir. La concepción de ciencia del ex-rector de la Universidad Nacional es cándida, cree que la ciencia es una práctica aséptica de señores vestidos con impecables batas blancas. Cree que la política, el dinero y los intereses privados caminan por una orilla y por la otra están los científicos impolutos y, sobre todo, imperturbables.

Científicos como él olvidan o no comprenden que las personas que hacemos –o pretendemos hacer- ciencia somos seres socio-históricamente situados. Lo que decidimos investigar tiene alguna relación con lo que otros han hecho o han dejado de hacer; tiene relación con las prioridades del progreso material, con las exigencias del mercado; tiene relación con alguna idea o ideal de bienestar, de buen vivir. También olvidan o no comprenden que las y los científicos tenemos creencias que no quedan sentadas en la sala de espera mientras nos internamos en el laboratorio, en el archivo o en la selva. Entonces hay científicos que son judíos, otros que son protestantes, otros que son musulmanes, otros que son católicos y otros que se declaran agnósticos, por ejemplo. Por eso hay científicos que no creen en el cambio climático, como sucede, precisamente, con varios geólogos de la Universidad Nacional de Colombia. O, para ir a la letra más menuda, por eso hubo científicos colombianos que votaron por Gustavo Petro y otros que votaron por Federico Gutiérrez o Rodolfo González.

Las políticas científicas no las definen los científicos; nuestro papel al respecto es muy limitado. Suelen intervenir en el diseño de esas políticas, por desgracia o por fortuna, los políticos profesionales, las farmacéuticas, las transnacionales de las comunicaciones y de la explotación de los recursos naturales. Una política científica con esos orígenes determina mucho lo que puede y debe investigar cualquier científico; determina qué investigaciones tendrán recursos y cuáles no; determina qué científicos y de qué áreas tendrán una carrera exitosa y cuáles quedarán destinados al ostracismo. Por eso, quizás, es que el documento del nuevo gobierno intenta responder a los siguientes interrogantes cruciales: ¿Ciencia para qué?, ¿ciencia con quiénes?, ¿ciencia cómo?

Las respuestas que anuncia el tal documento vislumbran un cambio que se funda en unas “deudas epistémicas” acumuladas. Deudas con unas comunidades, deudas con unas ciencias, deudas con unos saberes que han sido olvidados o despreciados por las instituciones y las prácticas científicas que se han impuesto como las hegemónicas. En consecuencia, el documento sugiere un cambio de paradigma que, por supuesto, para científicos como Wasserman va a ser muy difícil de comprender y poner en práctica.

Desde mi modesto rincón de un científico de las menesterosas ciencias humanas, sólo puedo expresar mi deseo de una transición que modifique, a nivel nacional, la institucionalidad que regenta las políticas de ciencia y tecnología. Hace mucha falta una dirección nacional autónoma de las ciencias humanas y sociales que permita definirnos nuestros propios derroteros, nuestros propios criterios de validación del conocimiento, nuestras formas de difusión, nuestras propias políticas de incentivo y financiación. Hasta ahora, las ciencias humanas han caminado a la sombra de políticas definidas por centros de poder que le han dado preeminencia exagerada al conocimiento producido por ingenieros, matemáticos y médicos; nos han impuesto fórmulas de difusión, de incentivo y de financiación que distorsionan la práctica científica de nuestras disciplinas.

Aquí dudo si el documento del Pacto Histórico y los planes del nuevo gobierno abarquen alguna solución a este tipo de deuda histórica con las ciencias humanas en Colombia; pero si los autores del documento son consecuentes con lo que pretenden, el rediseño institucional de las ciencias humanas se vuelve indispensable. Y no solo eso, se vuelve indispensable un cambio rotundo en la financiación del sistema de universidades públicas de Colombia cuya infraestructura es ruinosa y no está en la capacidad de proporcionar las condiciones básicas para competir dignamente con las ventajas de las universidades privadas. Otra implicación inmediata es la creación de un sistema de posgrados que garantice investigación de alto nivel en los programas de maestría y doctorado; y, además, deberá haber una reestructuración de la docencia y la investigación de las universidades de tal manera que se garantice dedicación exclusiva a la producción de nuevo conocimiento. Ya sabemos que las universidades colombianas tienen unas estructuras académico-administrativas que son parte de las talanqueras para la investigación.

En las ciencias humanas colombianas hay muy bajo nivel de profesionalización de la actividad investigativa. El personal docente con formación doctoral es muy bajo si se compara con los demás países de América latina. Aún más, las y los pocos doctores de las ciencias humanas están siendo desaprovechados por un sistema de asignación de tareas que constriñe la dedicación exclusiva a la investigación. Por eso los programas y líneas de investigación nuestros son incipientes, coyunturales y con un muy bajo nivel de publicación de libros.

Hay mucho por enmendar. También mucho por discutir. ¿Estamos viviendo la oportunidad de un gran cambio en las prácticas y políticas científicas en Colombia? Veremos.

  

 

   

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