Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

jueves, 17 de noviembre de 2022

Pintado en la Pared No. 269

 

Una historia del pensamiento latinoamericano

(Hacia una periodización tentativa)

Si nos acogemos a ciertos preceptos de los historiadores contextualistas británicos, especialmente a aquellos de John G. A. Pocock, una historia del pensamiento es una historia del lenguaje y, en consecuencia, una historia de los discursos. Precisemos un poco: una historia del pensamiento puede ser una historia guiada por la identificación de momentos discursivos, por el hallazgo de momentos de discusión pública que, por supuesto, son muy ricos en la expresión de un lenguaje enriquecido por los diversos agentes que intervienen con sus enunciados en un conflicto. Dicho de otro modo, los conflictos parecen ser ricos en pensamiento y, por tanto, en hechos de lenguaje (y viceversa).

A eso agrego otro posible criterio de periodización fuerte, al menos útil para lo que puede ser una historia del pensamiento latinoamericano. Ese otro criterio es el del formato de difusión, de circulación del pensamiento; según el medio de comunicación, el pensamiento tuvo una naturaleza o, por lo menos, una intensidad y un ritmo en su comunicación. Hablo del predominio que tuvo la comunicación impresa. Mientras hubo una cultura de lo impreso como forma dominante de producción y circulación de las ideas, hubo un momento discursivo del pensamiento. Ahora bien, a esa importancia que le concedemos al medio de comunicación deberíamos agregarle otro elemento distintivo, y es el del predominio de ciertos agentes productores de pensamiento.

En este punto insisto en que es posible constatar que la larga etapa dominante de la cultura impresa fue el momento, también extenso, de manifestación de todas las formas de escritura del orden[1]. Fue el momento hegemónico del Estado como agente discursivo fundamental en la emisión de una gran variedad de pensamientos acerca del orden, acerca del control de la población y del territorio; todo eso plasmado en mapas, informes científicos, memorias de viajeros, relatos costumbristas, manuales de urbanidad, del buen amor, de la economía doméstica; también reglamentos de asociaciones formales, constituciones políticas, tratados de legislación, códigos de policía, penales, administrativos y etcétera. Mientras predominó esta prolija prosa del orden tuvimos, acudiendo a la jerga de foucaultiana, una regularidad discursiva.

Voy a detenerme en los momentos discursivos contenidos en esa regularidad; es decir, intentaré mostrar que desde finales del siglo XVIII hasta inicios del siglo XX cronológico tuvimos varios momentos discursivos aupados por la instalación del orden republicano, por definiciones acerca de la legitimidad política, por la necesidad de catapultar una nueva élite en la dirección del Estado, por la urgencia de conocer y controlar a la población y el territorio en nombre de la búsqueda de la nación; y precisamente, en nombre de proyectos de nación hubo enfrentamientos entre partidos que fueron muy ricos en debate y exhibición de ideas.

Así, podemos discernir los siguientes momentos discursivo que, grosso modo, concibo aplicables a las circunstancias latinoamericanas, no importa las discordancias temporales, no importa las diferentes velocidades de las experiencias de cada país.

Primer momento discursivo: La ciencia para el Estado según una Ilustración moderada[2].

Aquellos hombres que, en diversos puntos de la América española, en la segunda mitad del siglo XVIII, participaron en la difusión de un nuevo espíritu científico dentro de las coordenadas de una Ilustración moderada[3] y, sobre todo, limitada por la vigilancia del dogma católico, lograron no solamente persuadir sobre la utilidad de ciertas ciencias para la prosperidad del reino; fueron demostrando, además, que reunían las capacidades para ejercer actividades de gobierno y que, por tanto, eran individuos disponibles para la ejecución de proyectos científicos que permitían a la Corona tener mejor control sobre la población y el territorio de sus posesiones en América. Proyectos científicos que, entre otras cosas, eran resultado de sus propias convicciones, de sus propias experiencias y que estaban sostenidos, en buena parte, en la iniciativa individual cuyo complemento ideal era el apoyo de las autoridades peninsulares.

Algunos estudiosos de esta época dirán que el solo hecho de haber sido activos difusores y oficiantes de ciertas formas de conocimiento ya los había colocado en un lugar privilegiado como agentes de expansión de los proyectos de dominación y reorganización administrativa del imperio.[4] Esa es una interpretación cierta pero incompleta. Por supuesto, hacer ciencia –y ciencia útil para el imperio- era un hecho político incuestionable pero no dejaba de ser una práctica subordinada a los designios del poder. Los científicos criollos –o quienes pretendieron parecerlo- necesitaron persuadir acerca de lo que era prioritario en el orden de reformas administrativas de la segunda mitad del siglo XVIII; la necesidad del mecenazgo de particulares o de la protección de autoridades de la Corona o de la aquiescencia directa del rey soberano fue expresada en discursos, memorias, informes de estos oficiantes de las ciencias útiles para el reino.

Ahora bien, ser agentes de la razón ilustrada tenía que hallar complemento en las prácticas de aquellas formas de conocimiento que reunían determinadas virtudes porque estaban en sintonía con las prioridades organizativas de la economía política. Por alguna razón la medicina, la botánica, la química, la geografía, principalmente, estaban en el primer renglón de los informes que aquellos científicos preparaban para las autoridades españolas. Eran ciertas formas de conocimiento las que correspondían con los procesos de racionalidad administrativa de un Estado (o lo que parecía ser un Estado en esos años).

Como lo han dicho historiadores que han examinado los acontecimientos políticos de la segunda mitad del siglo XVIII, aquellos notables criollos eran leales a la Corona pero estaban convencidos de la necesidad de algunas reformas de la monarquía y habían hallado en los principios del derecho natural, de la economía política y de un republicanismo fundado en el bien común la inspiración suficiente para sugerir la transformación de un imperio que estaba necesitando reformas administrativas, sobre todo luego de sus recientes derrotas bélicas ante sus rivales europeos. [5] Para ellos era importante que España recobrase su brillo y no tenían expuesto en el horizonte inmediato un objetivo revolucionario que implicase trastornar el orden monárquico. 



[1] A propósito, mi ensayo “Las escrituras del orden”, Araucaria, No. 38, 2017, pp. 467-494.

[2] Sobre este primer momento, mi ensayo “ciencia útil en los ilustrados del Nuevo Reino de Granada, Co-herencia, Vol. 16, No. 31, julio-diciembre de 2019, pp. 47-76.

[3] Una caracterización de la Ilustración moderada española y de su prolongación en América la proporciona Jonathan Israel en Democratic Enlightenment. Philosophy, Révolution and Human Rights, 1750-1850, Oxford University Press, 2011.

[4] Esta percepción de la Ilustración y su impacto en la actividad científica la han sabido sustentar las obras de Mauricio Nieto Olarte, Orden natural y orden social. Ciencia y política en el Semanario del Nuevo Reyno de Granada, Universidad de los Andes, Bogotá, 2007; y Santiago Castro Gómez, La Hybris del Punto Cero. Ciencia, raza e ilustración en la Nueva Granada (1750-1816), Editorial Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, 2010.

[5] Todo esto lo han explicado con detalle Isidro Vanegas, La Revolución neogranadina, Ediciones Plural, Bogotá, 2013; sobre el republicanismo de Antiguo régimen, el reciente libro de Clément Thibaud, Libérer le Nouveau Monde. La fondation des premieres républiques hispaniques. Colombie et Venezuela (1780-1820), Éditions Les Perseides, Rennes, 2017.

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