Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

martes, 8 de noviembre de 2022

Pintado en la Pared No. 268

 

El joven que soñaba (final)

Esa noche fue larga en la montaña. La incertidumbre se apoderó del grupo de cuatro excursionistas que descendieron adelante. El grito los conmovió y dos de ellos intentaron regresar a averiguar qué había sucedido, pero la oscuridad y las dificultades de aquella zona les impidió avanzar rápidamente en la búsqueda. Midiendo cada paso, lograron aproximarse a uno de los desfiladeros que era necesario atravesar en el peligroso ascenso. Decidieron detenerse allí y con las luces de las linternas intentaron vislumbrar algo. Lograron escuchar lejanamente unos quejidos, pero provenían de un punto más lejano.

Los cuatro excursionistas de la avanzada decidieron acampar muy cerca del desfiladero, fue una larga vigilia plagada de suposiciones y temores hasta que por fin los primeros destellos del amanecer les permitieron prepararse para la inminente búsqueda de la pareja que quedó rezagada. Deseaban que no tuviesen que afrontar una penosa labor de rescate. Mientras caminaban, gritaban los nombres de los dos jóvenes. Hasta que por fin escucharon un quejido que venía de una hondonada de unos veinte metros de profundidad. Era el joven, alcanzaron a ver su cuerpo; le gritaron desde arriba y él alcanzó a agitar un brazo. Le preguntaron por la joven y hubo silencio por respuesta.

El joven fue rescatado, pero el cuerpo de la joven no fue encontrado. Según el testimonio de aquel, ambos cayeron. La caída fue su culpa; ella le había pasado un poco antes su casco con linterna y aun así fue ella la que guiaba el peligroso descenso. Él resbaló y ella intentó atraparlo antes de caer, pero en el esfuerzo perdió el equilibrio y cayó al precipicio primero que él. Mientras ella rodó más profundamente, el joven tuvo la fortuna de caer amortiguado por las ramas de los árboles. Logró quedar atascado en un pequeño promontorio que evitó caer por un precipicio a mayor profundidad.

Organismos de rescate participaron de una búsqueda infructuosa que se prolongó durante tres semanas. El cuerpo de la amiga nunca fue encontrado. El joven sufrió una fractura de columna que lo condenó a una silla de ruedas de por vida.

Han pasado varios años de aquella tragedia y él no puede olvidar la experiencia de esa excursión. En aquella ocasión había soñado su propia muerte y, sin embargo, por una sola vez en su vida su sueño no se cumplió. Su amiga impidió trágicamente el vaticinio. Él no falleció, pero ella sí. Triste demostración de la falsedad de un sueño. Desde entonces, el joven desprecia todo lo que sueña y trata de vivir a pesar de las limitaciones de su cuerpo. Desde entonces se ha dedicado a escribir y un día tomó fuerzas para escribir este relato que recuerda a la mujer que lo hace vivir.

Arles, Francia, noviembre de 2022.

  

 

 

 

 

 

 

 

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