Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

jueves, 20 de julio de 2023

Pintado en la Pared No. 294

                                         Una izquierda errática

 

Se acerca el primer año de gobierno del presidente Gustavo Petro en Colombia; un gobierno que generó expectativas, ilusiones y aprensiones por ser el primer triunfo de un dirigente de izquierda en ese país. Es cierto que ha tenido al frente una oposición feroz, pero también es cierto que su gestión ha sido errática y adobada por escándalos que circundan al palacio presidencial y a la familia del presidente. Rodeado por la difusa o confusa izquierda colombiana, Petro inicio su gobierno con una coalición porque, como él mismo lo advirtió, no podía gobernar solo. Su primer gabinete ministerial parecía ser el resultado de una repartición bien meditada, con varios ministros de lujo que podían garantizarle el feliz tránsito de sus proyectos de reforma en el Congreso. Pero, ante las primeras disonancias de algunos de sus ministros, pulverizó tempranamente esa coalición y sus proyectos de reforma quedaron al garete. Ese ha sido quizás su primer y gran error político; la soberbia o la ira del momento lo empujó a quedarse con aquellos ministros que le fuesen fieles peones y las alianzas iniciales se convirtieron fácilmente en oposición política con la resurrección incluida de dirigentes que parecían en retirada.

La apuesta por la fidelidad a ultranza duró también muy poco. Su ministra de salud era portadora de la reforma que era uno de los estandartes de su gobierno; pero la ministra no supo ni tramitar ni transmitir las supuestas bondades de un proyecto que pretendía acabar con el andamiaje neoliberal de la atención médica en Colombia. Ella también fue retirada de su cartera y hoy ese proyecto es un adefesio que, de aprobarse, va a exprimir el presupuesto del Estado para dejar satisfechos los muy diversos intereses que rodean al servicio de salud. Hace pocos días, su pedante ministra de Minas tuvo que renunciar acusada de utilizar su cargo para favorecer asuntos familiares. En resumen, en menos de un año el presidente Petro ha cambiado a 11 de sus 18 ministros, lo cual es un indicio claro de inestabilidad. 

Es cierto que Colombia es un país difícil, agudamente conservador con una sociedad acostumbrada al mal vivir; de modo que cualquier intento de cambio que entrañe el fortalecimiento del Estado y el desafío a un individualismo hirsuto estará agobiado por las dificultades. Aun así, el plan de reformas del gobierno de Petro ha sido entre errático e inconsecuente. Sus ministros tardaron en presentar los proyectos de reforma en salud, en pensiones y en lo laboral. Y luego de presentarlos fueron notables algunos desaciertos o vacíos en su concepción; se supone que, por ejemplo, la izquierda colombiana lleva por lo menos 30 años pensando formulas alternativas al pésimo sistema de salud colombiano, pero lo que la ministra Corcho presentó al Congreso no contenía la madurez de esa larga reflexión. En su proyecto no hubo claridad acerca de cómo aplicar la reforma, en cómo debía hacerse la transición, en cómo iba a garantizar el Estado la existencia de un sistema de salud en los sitios más apartados y conflictivos del territorio e, incluso, olvidaba temas tan vitales como la investigación y el cuidado de enfermedades huérfanas.

Mientras tanto, la ministra de Trabajo, Gloria Inés Ramírez, una reconocida dirigente sindical, presentó un proyecto de reforma pensional completamente lesivo para la clase media y en especial funesto para los empleados públicos y profesores universitarios. Curioso que los profesores de la Universidad Nacional hayan tenido que escribir una carta abierta advirtiéndole a una ministra, veterana dirigente comunista y docente, que su propuesta de reforma pensional era inequitativa, disminuía la mesada pensional de los profesores universitarios y beneficiaba a los fondos privados. Los profesores de esa universidad criticaban el cambio abrupto de las reglas de juego para aquellos que estaban cerca de las 1000 semanas de cotización, les obligaba a aportar más y a recibir menos al momento de su jubilación, además hacía desparecer la edad de retiro forzoso. Un gobierno que ha agitado la bandera de la equidad presentó un proyecto que mimaba los regímenes especiales y de excepción (eso incluye a presidentes de la república, congresistas, militares, etc.). En definitiva, la reforma pensional en su origen era por lo menos inconsecuente con un gobierno que se reclama de izquierda.

Los ministerios de Ciencia y Tecnología, de Cultura y de Educación son un verdadero misterio. ¿El gobierno de Petro tiene un plan de reformas para estos sectores? Va a cumplirse un año sin que se modifiquen los criterios de medición de las publicaciones académicas, sin novedad alguna en la promoción y en la financiación de la investigación en ciencias (y mucho menos en las ciencias humanas). Desde febrero no ha sido designado un ministro o una ministra de Cultura, a la acefalía de ese ministerio se suma la renuncia del viceministro que, al parecer, falsificó su hoja de vida. En el Ministerio de Educación apenas asoma un proyecto de reforma de la ley de financiamiento de la educación superior; pero nada dice aún acerca de cambios en los procesos de elección o designación de rectores de las universidades públicas ni en las implicaciones que puede tener la aplicación de la teoría del decrecimiento en la valoración del conocimiento científico y en el vínculo de las universidades con la sociedad y los sectores productivos. El sistema nacional de acreditación es un enredijo sin resolver y muchos programas académicos están hoy en el limbo.

La apuesta por una paz total ha sido más un anuncio de buenas intenciones que logros palpables que indiquen una mejoría ostensible de la situación para aquellas poblaciones sometidas al designio de los diversos agentes armados. Mucho de improvisación y voluntarismo ha primado en el equipo de gobierno en este primer año de tentativas de negociación con las disidencias de las FARC y con el ELN.

El primer año del presidente Petro es insatisfactorio para amigos, aliados y enemigos acérrimos. Quienes creían con ilusión que había llegado el momento del cambio, se han equivocado; quienes temían un gobierno arbitrario que nos arrastrase a una nueva versión del castro-chavismo, también se equivocaron. Ambas expectativas, tan opuestas, coinciden en el desconocimiento de la índole de un país en que los poderes son tan arraigados y dispersos. Por lo pronto, hemos tenido un primer año de un gobierno de izquierda errático e inconsecuente.

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