Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

domingo, 24 de septiembre de 2023

Pintado en la Pared No. 298

 

Malas prácticas editoriales

 

Estas tres palabras eran para mí un misterio hasta que mi propia experiencia me ha permitido verlas con cierta frecuencia. Esas palabras parecían estar restringidas a las conductas éticas cuestionables de autores y de evaluadores; los comités de revistas y, en general, los programas editoriales universitarios suelen anunciar un código de deberes y prohibiciones para quienes postulan sus manuscritos y para los eventuales evaluadores. Luego, en tiempos más recientes, se ha vuelto más evidente que los editores también incurran en malas prácticas y por eso muchos comités de dirección de revistas formulan explícitamente los deberes de los editores y hasta anuncian un procedimiento para presentar disculpas. Por supuesto, ese comportamiento tan generoso no es de la mayoría; al contrario, he venido constatando que es de pocos.

Una travesía de tres décadas como autor de libros y de artículos para revistas, como evaluador de manuscritos anónimos para programas editoriales, en su gran mayoría de las universidades colombianas, me permite hablar con alguna propiedad de unas malas prácticas en que autores y evaluadores somos los directos afectados.

Algunos programas editoriales de nuestras universidades, especialmente las públicas, no han aprendido un lenguaje de las buenas maneras ni con los autores ni con los evaluadores. La Universidad Nacional de Colombia sigue creyendo que publicar un libro es algo que los autores tenemos que agradecer con genuflexiones. La Universidad Nacional tiene un modelo de contrato de derechos de autor que transita por lo indigno. Sólo se compromete a pagarle al autor con un número de ejemplares, ni una sola línea sobre pago de regalías ni a los autores que sean miembros de esa institución ni a los que provengan de otras universidades. Tampoco les ofrece un descuento en la compra posterior de ejemplares. Cuando organiza el lanzamiento del libro, hace una mezquina invitación al autor para que asista a la Feria del Libro, pero sin costear pasajes aéreos ni estadía y, con dificultad, brinda una boleta para que el autor pueda ingresar al evento. Como evaluadores no nos va mejor. Unas universidades pagan y otras no por esa labor; pero a todas hay que pedirles, rogarles por la expedición de un certificado que tardará por lo menos quince días hábiles.Un certificado debería adjuntarse con el agradecimiento por la labor cumplida, máxime si el servicio de evaluación fue ad honorem.

Mi Universidad del Valle parece ser la campeona de las malas maneras. Decidió encerrarse en el círculo vicioso de la pobreza. Los proyectos de libro se represan porque no consigue fácilmente evaluadores que presten gratuitamente ese servicio. Los autores han tenido que aprender a esperar o emigrar hacia otros centros de edición. Ahora bien, las universidades privadas no se quedan atrás. Siempre hacen alarde de su vigor económico, pero a la hora de pagos elementales tienen un frondoso manual de tecnicismos para eludir el pago por los servicios prestados por los evaluadores. Uno de mis libros, publicado por una prestigiosa universidad privada bogotana, conoció dos o tres reediciones durante una década, y nunca supe de una carta de invitación o una simple boleta para asistir a una feria del libro.  

¿Y las revistas? Conozco una en ciencias humanas muy bien clasificada en Publindex, pero que experimentó una desorganización administrativa este 2023. Quienes postulamos a inicios de este año, aún no sabemos del destino de nuestros escritos. Fue preciso acudir a un derecho de petición, luego de más de seis meses de espera y de silencio. La respuesta fue que hubo un vacío y un cambio en la dirección y los manuscritos aún no han sido sometidos a ningún proceso de evaluación. Esa revista es Ideas y Valores de la Universidad Nacional. Otro lujo de displicencia que puede darse esa universidad con los autores.

Me pregunto qué o quién puede cumplir algún tipo de vigilancia y hasta de sanción sobre esos procedimientos en que autores y evaluadores tenemos todas las desventajas. ¿Publindex no debería decir o hacer algo al respecto? Así no se construye ni comunidad académica ni nuevo conocimiento. Así sólo logramos saber que estamos sometidos a un sálvese quién pueda. También me pregunto con qué criterios en muchas de nuestras universidades nombran directores y directoras de programas editoriales. ¿Saben algo de la vida que circunda alrededor del mundo de los impresos? ¿O eso no interesa?

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