Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

jueves, 15 de febrero de 2024

Pintado en la Pared No. 307

                                        Luis Tejada, cien años después

 

2024 ha llegado para recordarnos la conmemoración de dos centenarios. Por lo menos a mí me parece importante que recordemos que hace 100 años fue publicada por primera vez la novela La Voragine. Las revistas académicas colombianas, algún departamento de Literatura habrán anotado en sus agendas una jornada de celebración o de reflexión. Podríamos intentar responder a preguntas tales como: ¿qué ha pasado durante estos cien años con esa novela? ¿Ha perdido o ganado vigencia? ¿Tiene aún algo qué decirnos o simplemente se volvió una pieza documental para un museo literario?

El otro hecho me incumbe muy directamente, se trata de los cien años de la muerte del periodista colombiano Luis Tejada. Él “pequeño filósofo de lo cotidiano” nació en Barbosa (Antioquia) el 7 de febrero de 1898 y murió en Girardot (Cundinamarca) el 17 de septiembre de 1924.[1] Su vida fue muy corta, su tiempo de escritor fue muy breve y, a pesar de su muerte prematura, dejó la huella de la genialidad en el fugaz espacio de la crónica en el periodismo escrito de aquel tiempo. Expulsado de la Escuela Normal de Antioquia, por haber sido sorprendido leyendo libros prohibidos por la Iglesia católica, frustró el anhelo de sus padres de verlo como continuador de la tradición docente de su familia. Sin oficio definido, sin rumbo fijo en la vida y sin cumplir veinte años se fue a buscar alguna oportunidad en la gélida y gris Bogotá; allí, sus parientes directores del diario El Espectador le permitieron iniciarse en la prosa cotidiana. Muy pronto, su columna casi diaria se volvió lectura obligada para los suscriptores de aquel periódico heredero del liberalismo radical del siglo XIX.

Tejada era un lector apasionado y desordenado que halló rápidamente el modo de escapar de la prosa monótona de la noticia escueta o del ensayo farragoso del comentarista político. Se alejó de los juegos de palabras, de la ironía y prefirió el recurso argumentativo de la paradoja. Inspirado quizás en los escritos de Oscar Wilde y Gilbert K. Chesterton, aprendió a “decir las cosas al revés”, a afirmar el valor de los hechos contarios. Así fue como sugirió dormir de pie, hacer pereza y caminar sucio y pobre por la urbe. Si leyéramos hoy sus crónicas como un simple dato acerca de la vida cotidiana de comienzos de siglo, en Colombia, tendríamos información acerca de la transición en las costumbres. Sus breves escritos hablan de la llegada de los primeros automóviles, de ciudades invadidas por la atroz vigilancia de los relojes públicos, la novedad de la iluminación nocturna de las calles, los primeros ensayos de la aviación, las delicias de viajar en tren.

Sospecho que hoy se ha perdido el interés por la obra del joven cronista antioqueño; muy pocos lo habrán leído y lo leerán en las escuelas de periodismo. Algo semejante debe suceder en los departamentos de literatura, de historia o de lingüística. Sospecho también que, en estos tiempos, en que es tan fácil pensar y actuar como alguien de derecha, no debe ser atractivo leer a un escritor bohemio que se le ocurrió fundar el primer grupo comunista de Colombia y hacer el elogio de Lenin y Trotsky.

El joven Luis Tejada hizo parte de una generación intelectual que exploró lo que llamaría las escrituras de ruptura. Entre los decenios de 1910 y 1920, en Colombia, afloraron disidentes anti-católicos, anarquistas, espiritistas, socialistas, librepensadores, artistas que encontraron en los aforismos, los apólogos, las paradojas y las parábolas un universo discursivo inquietante, revaluador que desafío el conservatismo intelectual patrocinado por la Iglesia católica y sus aliados laicos. El año próximo, recordémoslo también, será el centenario del libro Tergiversaciones de León de Greiff, de El tonel de Diógenes escrito por el misterioso Enrique Restrepo. En 2026 será el centenario del poemario Suenan timbres de Luis Vidales. Suficientes pretextos para examinar los aportes de la generación de Los Nuevos y los balbuceos de la tímida vanguardia estética colombiana.  



[1] El suscrito es autor de la biografía titulada Luis Tejada y la lucha por una nueva cultura; publicada por primera vez en 1995 y reeditada en 2020 por la Editorial Universidad de Antioquia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores