Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

domingo, 30 de junio de 2024

Pintado en la Pared No. 317

 

La formación doctoral en ciencias humanas en Colombia (1)

Mientras esperamos que la presidencia de Gustavo Petro sepa y pueda hacer una reforma importante de la educación superior en Colombia, lo cual pongo en duda cuando nos acercamos a la mitad de su errático gobierno, quiero compartir un diagnóstico y algunas propuestas en torno a la formación doctoral en las ciencias humanas basado en mi experiencia y en lo que he podido observar en los últimos veinte años. Mi experiencia es relativa y, por supuesto, subjetiva; de modo que no aspiro a generalizar categóricamente. Mi condición de coordinador de una maestría y de un doctorado en varias ocasiones; el trajín de la dirección de tesis doctorales; el hecho de haber sido muchas veces jurado de otras; también haber impartido seminarios por muchos años en maestrías y doctorados de Historia y de Literatura de varias universidades; finalmente, el papel de par evaluador de programas académicos por mandato del Consejo Nacional de Acreditación; incluso, haber redactado alguna vez el documento que postulaba la creación de un programa doctoral que nunca tuvo realización; en fin, toda esa experiencia la usaré ahora como apoyo para unas reflexiones sobre lo que ha venido siendo la formación doctoral en las ciencias humanas en mi país.

Mi primera constatación es que en estos últimos veinte años ha habido cambios cualitativos y cuantitativos en la formación doctoral en al menos disciplinas como la Historia, la Sociología y la Literatura. Un informe del Consejo Nacional de Acreditación (CNA) de 2008 mostraba a un país atrasado en las cifras de formación doctoral; entramos a la década 2010 como uno de los países con más bajo índice de doctoras y doctores en América latina. Esa carencia de doctores era notoria a la hora de los concursos profesorales en las universidades, los pocos postulantes con doctorado traían su título de universidades extranjeras. Y ese dato nos envía a otra constatación; por lo menos al inicio de esa década eran muy pocas las universidades colombianas que ofrecían programas de doctorado para alguna vertiente de las ciencias humanas. En definitiva, en Colombia comenzamos el siglo XXI como un país rezagado en la formación doctoral tanto en las ciencias exactas como en las ciencias humanas.

En 2016, Colombia tenía 12, 6 doctores por millón de habitantes, por debajo de países como Costa Rica, Brasil, Chile, México y Venezuela. Y a ese dato se unía que era uno de los países con menos inversión de presupuesto para investigación. A eso agreguemos que era, y sigue siendo, uno de los países que menos becas y ayudas económicas ofrece a los estudiantes de posgrado. En suma, pocos programas doctorales de calidad, pocos incentivos para el ingreso a la formación de posgrado, poco interés del Estado para invertir en ciencia y en investigación. Ante ese panorama, hemos tenido muy pocos doctores formados en universidades colombianas y quizás un número mayor de jóvenes investigadores que prefirieron buscar otros horizontes en universidades extranjeras.

Hoy, en contraste con la situación de hace veinte años, tenemos más doctoras y doctores entre los 30 y 40 años de edad; los concursos universitarios de los últimos diez años pueden reunir a varias decenas de candidatos con títulos de doctorado. Pero ese aumento no es el resultado de una política de ciencia y tecnología generosa y sistemática; es, mejor, el resultado de los esfuerzos de algunas universidades colombianas, de la iniciativa y hasta la osadía de muchos jóvenes. Y, también, es el resultado de una pauperización y hasta banalización de la formación doctoral que ha permitido que mucha gente desprovista de las capacidades haya terminado con título de doctora o de doctor gracias a programas doctorales de muy dudoso rigor. Por eso hoy podemos hablar de un cierto aumento de doctores y de programas doctorales al amparo de una mediocridad casi desbocada.

(Sigue).

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