Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

lunes, 28 de abril de 2025

Pintado en la Pared No. 333

Nuestros pobres archivos y bibliotecas (3) 

Un AGN precario.

El Archivo General de la Nación (AGN) es hermano de la Biblioteca Nacional (BNC) en pobreza y en dificultades de atención en su sala. El AGN tiene unas atribuciones institucionales muy serias, pero su capacidad para cumplirlas es muy limitada. Con la dirección del profesor Jorge Palacios Preciado sufrió cambios ostensibles a inicios de la década 1990. Un nuevo edificio y nuevas atribuciones presagiaban una institución muy influyente en las políticas nacionales de creación de un sistema nacional de archivos; a él le corresponde, por ejemplo, dirigir el sistema nacional de archivos, conservar el patrimonio documental y, en general, tiene el deber de guiar “la política archivística del país”. A eso se une “la organización, descripción, digitalización, preservación, acceso y uso eficaz de las tecnologías de la información y las comunicaciones para la gestión de los archivos y la difusión del patrimonio documental de la nación”. Todo esto, tan importante, está consignado en la visión institucional de nuestro AGN.

Podemos decir que ese liderazgo lo ha cumplido con insuficiencia desde inicios de la década de 1990 hasta ahora; no ha tenido influencia benéfica en la muy dispar composición de los archivos públicos regionales, muchos de ellos abandonados a las veleidades locales y sumidos en el ostracismo. Tampoco le ha servido tener tan importantes atribuciones para ser garante de la preservación de múltiples archivos dispersos. A inicios de esa década, recuerdo que debía consultar el antiguo archivo diplomático en una casa desvencijada de la carrera décima, entre calles séptima y octava; algo semejante sucedía con la consulta del archivo de la academia colombiana de historia (ACdeH), una preciosa documentación paradójicamente descuidada por los “eminentes” miembros de esa institución. Pues bien, esos archivos fueron llevados al AGN. Ese suceso, en principio, garantizaba una preservación mucho más responsable. Pero he tenido que constatar, sobre todo en lo que atañe al archivo de la ACdeH, que varios documentos desaparecieron en el trasteo o en la catalogación. Ahora nadie puede explicar qué sucedió con la documentación perdida.

Ahora bien, la fría sala de consulta del AGN siempre ha padecido por tener muy pocos equipos lectores de microfilmes y de documentación en formato digital; más pobre es aún en equipos y recursos que permitan reproducir los documentos. Recuerdo que hubo un tiempo en que me decían que, si quería “ganarme” la posibilidad de sentarme ante el único equipo disponible y en buen estado, tenía que alojarme al lado del AGN para ser el primer investigador que llegase ese día a la sala. Por las quejas que escucho hoy de mis colegas, sospecho que esos tiempos no han mejorado. Han pasado por lo menos cinco directores distintos –todos muy prestigiosos- y ninguno ha podido gestionar la adquisición de un buen número de equipos que solvente esa carencia tan elemental. Esa precariedad constante de la atención en la sala pretendió morigerarla con un sistema digital de consulta llamado plataforma Archidoc.

Esa plataforma fue muy útil mientras existió; permitía conocer sus colecciones y tener acceso a muchos documentos. Sin embargo, las plataformas digitales de consulta del AGN y de la BNC sufrieron un ataque y desaparecieron en 2022; desde entonces, estudiantes e investigadores que no estamos domiciliados en Bogotá volvimos a padecer las dificultades de acceso que esas plataformas habían solventado. Hoy, en 2025, parece que estamos lejos de tener nuevos sistemas digitales tan eficientes como fueron el Archidoc (en el AGN) y el catálogo OPAC (en BNC). Algunos colegas han hecho denuncias sobre las implicaciones de este robo de información que ha debilitado aún más el muy deficiente funcionamiento de estas instituciones. Alguien se ha llevado la información contenida en esas plataformas y no sabemos con qué propósitos. No es fácil entender que esos sistemas digitales no tuviesen algún tipo de salvaguarda. Me pregunto, incluso, si esa pérdida de información no está siendo aprovechada para un usufructo soterrado y particular de las existencias documentales de nuestro AGN y nuestra BNC. ¿Alguien o algunos están lucrándose con el robo de esas plataformas?

Mientras tanto, la investigación en ciencias humanas sigue en la penumbra; con archivos y bibliotecas pobres, con deficientes por no decir hostiles salas de consulta y con plataformas digitales robadas. Necesitamos, entonces, hablar de soluciones o, al menos, sugerirlas.

Sigue: los bichos raros de la investigación en ciencias humanas.

miércoles, 16 de abril de 2025

Pintado en la Pared No. 332

 Nuestros pobres archivos y bibliotecas (2)

Ascensos y descensos de la BLAA.

La precariedad de la BNC la ha compensado en buena parte la BLAA. Desde inicios de la década 1990 conocí el servicio de cabinas para investigadores ubicadas, en aquel entonces, a un costado de la sala general del segundo piso. Allí muchos investigadores avanzamos en nuestras tesis de maestría y de doctorado gracias al apoyo sustancial de asesores bibliográficos muy atentos y bien capacitados, conocedores de los intrigulis documentales de las diversas colecciones. Entonces era posible el acceso expedito a múltiple material. Luego vendría otro gesto de generosidad y audacia con un sistema de afiliación que hizo posible el préstamo de libros y documentos a investigadoras e investigadores domiciliados en lugares distintos a Bogotá. Esos dos hechos informan la capacidad de una biblioteca bien financiada y dispuesta a sacar provecho de la red nacional de bibliotecas sostenida por el Banco de la República. Y esos dos hechos tenemos que agradecerlos.

Sin embargo, el salto de lo que era la pequeña biblioteca situada en el barrio La Candelaria al edificio contrahecho que hoy conocemos y padecemos ha traído contrariedades aún no resueltas. La antigua sala de referencia con sus volúmenes de libros de indudable utilidad desapareció y fue parcialmente dispersa en las nuevas salas. Así dejamos de saber –y dejaron de saber los mismos empleados de la BLAA- de diccionarios biográficos, catálogos de existencias, índices bibliográficos y otros libros de ayuda a la consulta que alguna vez tuvimos muy a la mano.

La sala de libros Raros y Manuscritos ha ido sufriendo, tal vez de modo imperceptible, una crisis de identidad. Hubo unos años en que el acceso a esa sala estaba acompañado de una carta de presentación que debía describir el motivo de la consulta y las calidades del investigador, luego se agregaba una vigilancia dentro de la sala que incluía un guardia situado a la espalda del visitante durante todo el tiempo de la consulta (parecían insuficientes las cámaras); mientras nos sometíamos a tan estricta vigilancia, era posible contemplar cómo la dirección de la biblioteca le guiaba una visita por la bóveda de la inexpugnable sala a un ilustre profesor extranjero. Hoy, esa ceremonia sigue teniendo sus aderezos: primero debe solicitarse el documento, luego agendarse su consulta para una fecha y un horario, a la hora y el día convenidos hay que acercarse a golpear una puerta de cristal, entonces llegará un vigilante que preguntará su nombre, el vigilante se retirará para verificar si ese nombre está en la agenda del día y regresará para abrir la puerta o para pedir que espere un rato más; aprobado el ingreso, el visitante pasará por un corredor con escalinatas, firmará un registro, guardará sus haberes en un armario, entrará con una libreta de apuntes, bolígrafo, guantes y tapabocas. Cumplido todo esto, podrá leer un documento que, ¡oh, sorpresa!, está digitalizado. Toda esta truculenta ceremonia, que puede ocupar varios días, ha sido para consultar un documento “raro” o “manuscrito” que está digitalizado, pero que por alguna bondadosa razón no es de dominio público y sólo puede leerse en un computador de la sala de libros Raros y Manuscritos. Eso debe ser lo "raro".

Hay defectos de catalogación y ubicación de libros que son difíciles de comprender. Un libro compuesto de tres tomos puede no estar completo en un mismo lugar. Es posible que el tomo 1 esté en la casa Gómez Campuzano, al norte de Bogotá; el tomo 2 en la sede de Manizales y el tomo 3 en la sede de la BLAA; adivinemos, entonces, en qué desorden podemos consultar el libro. Hay un depósito en Ipiales que debe ser seguramente eso, un depósito. He solicitado libros que por su “rareza” han ido a parar a ese depósito, pero no los encuentran. Quizás ese depósito merezca una revisión.

El edificio construido en 1990 es una estructura hostil para quienes tengan alguna dificultad en la movilidad. La BLAA ha tratado de mitigar la ausencia de rampas –que han debido construirlas hace mucho tiempo- con una travesía por ascensores destinados originalmente para el uso exclusivo de los funcionarios. La travesía de un investigador discapacitado comienza por el sótano del parqueadero; si logra persuadir al primer vigilante (momento crucial de la jornada), podrá subir un ascensor que lleva hasta el piso 1 (las salas de consulta comienzan en el piso 2); allí deberá franquear una segunda requisa para dirigirse a un segundo ascensor que tiene como único destino el piso 5 (allí no hay salas de consulta); al salir del piso 5 tendrá que presentarse de nuevo ante un vigilante para salir en busca de un tercer ascensor que lo llevará a su destino, el piso 2, donde están, en un confín de la BLAA, las cabinas de investigadores. Así hemos superado todos los obstáculos hasta tener al frente al  dragón y la reina. La BLAA de hoy parece un edificio secuestrado por la compañía de vigilancia. 

Por último, ese formidable servicio en cabinas para los investigadores ya no es el mismo de la década 1990. Nada hay que reprocharles a los asesores bibliográficos de ahora, jóvenes muy preparados y muy atentos, incluso egresados de nuestras carreras de Historia; pero esta vez hay una disposición muy enrevesada de los espacios en la BLAA que hace muy difícil una buena atención en esas cabinas. Hoy las cabinas están situadas en un sitio extremo del segundo piso, muy lejos de las oficinas de los asesores bibliográficos; a eso se agrega que ni en el sector de las cabinas ni en ese piso hay servicio de baño para las y los investigadores. Dicho sea de paso, todos los baños del edificio están en mal estado. Es posible que estemos en un punto de transición de un servicio que otrora fue vital o en un momento de vacas flacas; de todos modos, hay algo de incuria en lo que fue una modalidad de consulta que hizo placentera la visita diaria a la BLAA.

Sigue: la situación del AGN y la debacle de las plataformas digitales de consulta.

lunes, 14 de abril de 2025

Pintado en la Pared No. 331

 

Nuestros pobres archivos y bibliotecas (1)

Inicio de un balance.

Quienes comenzamos a investigar a finales de la década de 1980 y seguimos haciéndolo hoy, deberíamos tener algún criterio para comparar entre aquellos años y nuestro ahora. Cuando iniciábamos, quizás sin presagiarlo, una vida dedicada a la investigación en los archivos y bibliotecas conocimos unas condiciones que han tenido, hasta hoy, un cambio relativo. Algunas cosas han cambiado de modo protuberante en los últimos cuarenta años, otras condiciones siguen intactas o son incluso más adversas. Entre finales de la década de 1980 y hoy podemos constatar que ha habido cambios importantes en el paisaje de los archivos y bibliotecas en Bogotá, el lugar donde fatalmente se ha concentrado la salvaguarda de colecciones manuscritas e impresas que informan de diversas épocas de la vida pública colombiana. El Archivo General de la Nación (AGN) consiguió un edificio propio santificado con la aureola de un arquitecto muy prestigioso llamado Rogelio Salmona que hizo una fría y desapacible sala para los investigadores. La Biblioteca Nacional de Colombia (BNC) recuperó espacios que les había prestado a Inravisión y al AGN; mientras tanto, la biblioteca Luis Ángel Arango (BLAA) pasó de ser un par de salas estrechas e insuficientes a un adefesio de varios pisos que es impenetrable para las personas con alguna dificultad en su movilidad.

A fines de aquella década, quienes investigábamos teníamos que hacer largas filas en la calle para lograr el acceso a las salas de la BNC o de la BLAA; teníamos que disputar con chicos de escuelas primarias y con colegiales de bachillerato el uso de un diccionario y, más seriamente, la posibilidad de consultar un periódico del siglo XIX. La construcción de varias bibliotecas distritales alivió la penosa carga infantil y juvenil de esas dos bibliotecas que pudieron concentrarse en la preservación y formación de colecciones cuya antigüedad reclamaba la elaboración de catálogos y el inicio de costosos procesos de, primero, microfilmación y, más tarde, de digitalización. Parecía que por fin las y los investigadores de nuestras ciencias humanas podíamos tener un acceso más expedito a volúmenes generosos de documentación sin poner en riesgo la conservación de ese patrimonio. Parecía, también, innecesario desplazarnos a los archivos y bibliotecas, porque el aumento de colecciones digitales nos colocaba los documentos en las pantallas de nuestros computadores o celulares. Sin embargo, el efecto de esa digitalización ha sido ilusorio por lo incompleta.

En la década 1990, la BNC, aparentemente depurada de las visitas masivas, disponía de una sala de música que, ocasionalmente, tenía eventos tales como la programación de un cine club o el lanzamiento de libros. En el piso 1 siguió funcionando una sala de referencia que tenía diccionarios biográficos y temáticos, catálogos de los fondos y colecciones de la propia biblioteca. Esa sala de referencia, que también funcionaba como sala de consulta de libros pertenecientes a fondos documentales del siglo XIX, hoy se ha convertido en sala de exposiciones. La sala de referencia desapareció y los diccionarios de ciencias sociales, de política y biográficos, y hasta los útiles catálogos, ya no son fáciles de consultar. La atención a los investigadores quedó restringida a una o dos salas que funcionan en el segundo piso. Esas salas tienen pocos equipos en buen estado para leer materiales microfilmados y digitalizados. Cuando el documento solicitado no está disponible en esos formatos, la consulta del documento original en papel queda supeditada al peritaje del coordinador o la coordinadora de la sala respectiva y, si ese funcionario no aparece, lo cual es muy probable, depende del responsable de la sección de conservación. Ese aparente protocolo puede convertirse en una larga e infructuosa espera que deja dos opciones: solicitar otro documento y postergar nuestra pesquisa original o retirarse de la BNC y buscar alternativas en, por ejemplo, la BLAA. Por supuesto, este protocolo un tanto fraudulento no concibe que la investigadora o el investigador sea alguien que no esté domiciliado en Bogotá y espera que el servicio de consulta sea más expedito.

La BNC hoy no logra ser un lugar acogedor para las y los investigadores colombianos; sigue siendo un sitio pobre en recursos y limitado en la atención a quienes intentamos hacer búsquedas sistemáticas. No tiene un servicio de asesoría en la consulta de catálogos ni lugares adecuados para reservar y leer altos volúmenes bibliográficos y documentales. Quejas recientes informan de una estrategia de salvaguarda de la documentación muy cuestionable y que consiste en someter a cuarentena el documento en papel que consultamos una vez y debemos seguir revisándolo. Así, por ejemplo, será imposible que un documento revisado hoy quede reservado para seguir leyéndolo mañana; el documento entra en cuarentena. Disposición curiosa que merecería una justificación técnica convincente.

Próxima entrega: los servicios a los investigadores en la BLAA y el AGN.

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