Nuestros pobres archivos y bibliotecas (2)
Ascensos y descensos de la BLAA.
La precariedad de la BNC la ha compensado en buena parte la BLAA. Desde
inicios de la década 1990 conocí el servicio de cabinas para investigadores
ubicadas, en aquel entonces, a un costado de la sala general del segundo piso.
Allí muchos investigadores avanzamos en nuestras tesis de maestría y de
doctorado gracias al apoyo sustancial de asesores bibliográficos muy atentos y
bien capacitados, conocedores de los intrigulis
documentales de las diversas colecciones. Entonces era posible el acceso
expedito a múltiple material. Luego vendría otro gesto de generosidad y audacia
con un sistema de afiliación que hizo posible el préstamo de libros y
documentos a investigadoras e investigadores domiciliados en lugares distintos
a Bogotá. Esos dos hechos informan la capacidad de una biblioteca bien
financiada y dispuesta a sacar provecho de la red nacional de bibliotecas
sostenida por el Banco de la República. Y esos dos hechos tenemos que
agradecerlos.
Sin embargo, el salto de lo que era la pequeña biblioteca situada en el
barrio La Candelaria al edificio contrahecho que hoy conocemos y padecemos ha
traído contrariedades aún no resueltas. La antigua sala de referencia con sus
volúmenes de libros de indudable utilidad desapareció y fue parcialmente
dispersa en las nuevas salas. Así dejamos de saber –y dejaron de saber los
mismos empleados de la BLAA- de diccionarios biográficos, catálogos de
existencias, índices bibliográficos y otros libros de ayuda a la consulta que alguna vez tuvimos muy a
la mano.
La sala de libros Raros y Manuscritos ha ido sufriendo, tal vez de modo imperceptible, una crisis de identidad. Hubo unos años en que el acceso a esa sala estaba acompañado de una carta de presentación que debía describir el motivo de la consulta y las calidades del investigador, luego se agregaba una vigilancia dentro de la sala que incluía un guardia situado a la espalda del visitante durante todo el tiempo de la consulta (parecían insuficientes las cámaras); mientras nos sometíamos a tan estricta vigilancia, era posible contemplar cómo la dirección de la biblioteca le guiaba una visita por la bóveda de la inexpugnable sala a un ilustre profesor extranjero. Hoy, esa ceremonia sigue teniendo sus aderezos: primero debe solicitarse el documento, luego agendarse su consulta para una fecha y un horario, a la hora y el día convenidos hay que acercarse a golpear una puerta de cristal, entonces llegará un vigilante que preguntará su nombre, el vigilante se retirará para verificar si ese nombre está en la agenda del día y regresará para abrir la puerta o para pedir que espere un rato más; aprobado el ingreso, el visitante pasará por un corredor con escalinatas, firmará un registro, guardará sus haberes en un armario, entrará con una libreta de apuntes, bolígrafo, guantes y tapabocas. Cumplido todo esto, podrá leer un documento que, ¡oh, sorpresa!, está digitalizado. Toda esta truculenta ceremonia, que puede ocupar varios días, ha sido para consultar un documento “raro” o “manuscrito” que está digitalizado, pero que por alguna bondadosa razón no es de dominio público y sólo puede leerse en un computador de la sala de libros Raros y Manuscritos. Eso debe ser lo "raro".
Hay defectos de catalogación y ubicación de libros que son difíciles de
comprender. Un libro compuesto de tres tomos puede no estar completo
en un mismo lugar. Es posible que el tomo 1 esté en la casa Gómez Campuzano, al
norte de Bogotá; el tomo 2 en la sede de Manizales y el tomo 3 en la sede de la
BLAA; adivinemos, entonces, en qué desorden podemos consultar el libro. Hay un
depósito en Ipiales que debe ser seguramente eso, un depósito. He solicitado
libros que por su “rareza” han ido a parar a ese depósito, pero no los
encuentran. Quizás ese depósito merezca una revisión.
El edificio construido en 1990 es una estructura hostil para quienes tengan
alguna dificultad en la movilidad. La BLAA ha tratado de mitigar la ausencia de
rampas –que han debido construirlas hace mucho tiempo- con una travesía por
ascensores destinados originalmente para el uso exclusivo de los funcionarios.
La travesía de un investigador discapacitado comienza por el sótano del parqueadero;
si logra persuadir al primer vigilante (momento crucial de la jornada), podrá subir un ascensor que lleva hasta
el piso 1 (las salas de consulta comienzan en el piso 2); allí deberá franquear
una segunda requisa para dirigirse a un segundo ascensor que tiene como único
destino el piso 5 (allí no hay salas de consulta); al salir del piso 5 tendrá
que presentarse de nuevo ante un vigilante para salir en busca de un tercer
ascensor que lo llevará a su destino, el piso 2, donde están, en un confín de
la BLAA, las cabinas de investigadores. Así hemos superado todos los obstáculos hasta tener al frente al dragón y la reina. La BLAA de hoy parece un edificio
secuestrado por la compañía de vigilancia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario