Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

miércoles, 16 de abril de 2025

Pintado en la Pared No. 332

 Nuestros pobres archivos y bibliotecas (2)

Ascensos y descensos de la BLAA.

La precariedad de la BNC la ha compensado en buena parte la BLAA. Desde inicios de la década 1990 conocí el servicio de cabinas para investigadores ubicadas, en aquel entonces, a un costado de la sala general del segundo piso. Allí muchos investigadores avanzamos en nuestras tesis de maestría y de doctorado gracias al apoyo sustancial de asesores bibliográficos muy atentos y bien capacitados, conocedores de los intrigulis documentales de las diversas colecciones. Entonces era posible el acceso expedito a múltiple material. Luego vendría otro gesto de generosidad y audacia con un sistema de afiliación que hizo posible el préstamo de libros y documentos a investigadoras e investigadores domiciliados en lugares distintos a Bogotá. Esos dos hechos informan la capacidad de una biblioteca bien financiada y dispuesta a sacar provecho de la red nacional de bibliotecas sostenida por el Banco de la República. Y esos dos hechos tenemos que agradecerlos.

Sin embargo, el salto de lo que era la pequeña biblioteca situada en el barrio La Candelaria al edificio contrahecho que hoy conocemos y padecemos ha traído contrariedades aún no resueltas. La antigua sala de referencia con sus volúmenes de libros de indudable utilidad desapareció y fue parcialmente dispersa en las nuevas salas. Así dejamos de saber –y dejaron de saber los mismos empleados de la BLAA- de diccionarios biográficos, catálogos de existencias, índices bibliográficos y otros libros de ayuda a la consulta que alguna vez tuvimos muy a la mano.

La sala de libros Raros y Manuscritos ha ido sufriendo, tal vez de modo imperceptible, una crisis de identidad. Hubo unos años en que el acceso a esa sala estaba acompañado de una carta de presentación que debía describir el motivo de la consulta y las calidades del investigador, luego se agregaba una vigilancia dentro de la sala que incluía un guardia situado a la espalda del visitante durante todo el tiempo de la consulta (parecían insuficientes las cámaras); mientras nos sometíamos a tan estricta vigilancia, era posible contemplar cómo la dirección de la biblioteca le guiaba una visita por la bóveda de la inexpugnable sala a un ilustre profesor extranjero. Hoy, esa ceremonia sigue teniendo sus aderezos: primero debe solicitarse el documento, luego agendarse su consulta para una fecha y un horario, a la hora y el día convenidos hay que acercarse a golpear una puerta de cristal, entonces llegará un vigilante que preguntará su nombre, el vigilante se retirará para verificar si ese nombre está en la agenda del día y regresará para abrir la puerta o para pedir que espere un rato más; aprobado el ingreso, el visitante pasará por un corredor con escalinatas, firmará un registro, guardará sus haberes en un armario, entrará con una libreta de apuntes, bolígrafo, guantes y tapabocas. Cumplido todo esto, podrá leer un documento que, ¡oh, sorpresa!, está digitalizado. Toda esta truculenta ceremonia, que puede ocupar varios días, ha sido para consultar un documento “raro” o “manuscrito” que está digitalizado, pero que por alguna bondadosa razón no es de dominio público y sólo puede leerse en un computador de la sala de libros Raros y Manuscritos. Eso debe ser lo "raro".

Hay defectos de catalogación y ubicación de libros que son difíciles de comprender. Un libro compuesto de tres tomos puede no estar completo en un mismo lugar. Es posible que el tomo 1 esté en la casa Gómez Campuzano, al norte de Bogotá; el tomo 2 en la sede de Manizales y el tomo 3 en la sede de la BLAA; adivinemos, entonces, en qué desorden podemos consultar el libro. Hay un depósito en Ipiales que debe ser seguramente eso, un depósito. He solicitado libros que por su “rareza” han ido a parar a ese depósito, pero no los encuentran. Quizás ese depósito merezca una revisión.

El edificio construido en 1990 es una estructura hostil para quienes tengan alguna dificultad en la movilidad. La BLAA ha tratado de mitigar la ausencia de rampas –que han debido construirlas hace mucho tiempo- con una travesía por ascensores destinados originalmente para el uso exclusivo de los funcionarios. La travesía de un investigador discapacitado comienza por el sótano del parqueadero; si logra persuadir al primer vigilante (momento crucial de la jornada), podrá subir un ascensor que lleva hasta el piso 1 (las salas de consulta comienzan en el piso 2); allí deberá franquear una segunda requisa para dirigirse a un segundo ascensor que tiene como único destino el piso 5 (allí no hay salas de consulta); al salir del piso 5 tendrá que presentarse de nuevo ante un vigilante para salir en busca de un tercer ascensor que lo llevará a su destino, el piso 2, donde están, en un confín de la BLAA, las cabinas de investigadores. Así hemos superado todos los obstáculos hasta tener al frente al  dragón y la reina. La BLAA de hoy parece un edificio secuestrado por la compañía de vigilancia. 

Por último, ese formidable servicio en cabinas para los investigadores ya no es el mismo de la década 1990. Nada hay que reprocharles a los asesores bibliográficos de ahora, jóvenes muy preparados y muy atentos, incluso egresados de nuestras carreras de Historia; pero esta vez hay una disposición muy enrevesada de los espacios en la BLAA que hace muy difícil una buena atención en esas cabinas. Hoy las cabinas están situadas en un sitio extremo del segundo piso, muy lejos de las oficinas de los asesores bibliográficos; a eso se agrega que ni en el sector de las cabinas ni en ese piso hay servicio de baño para las y los investigadores. Dicho sea de paso, todos los baños del edificio están en mal estado. Es posible que estemos en un punto de transición de un servicio que otrora fue vital o en un momento de vacas flacas; de todos modos, hay algo de incuria en lo que fue una modalidad de consulta que hizo placentera la visita diaria a la BLAA.

Sigue: la situación del AGN y la debacle de las plataformas digitales de consulta.

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