Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

lunes, 14 de abril de 2025

Pintado en la Pared No. 331

 

Nuestros pobres archivos y bibliotecas (1)

Inicio de un balance.

Quienes comenzamos a investigar a finales de la década de 1980 y seguimos haciéndolo hoy, deberíamos tener algún criterio para comparar entre aquellos años y nuestro ahora. Cuando iniciábamos, quizás sin presagiarlo, una vida dedicada a la investigación en los archivos y bibliotecas conocimos unas condiciones que han tenido, hasta hoy, un cambio relativo. Algunas cosas han cambiado de modo protuberante en los últimos cuarenta años, otras condiciones siguen intactas o son incluso más adversas. Entre finales de la década de 1980 y hoy podemos constatar que ha habido cambios importantes en el paisaje de los archivos y bibliotecas en Bogotá, el lugar donde fatalmente se ha concentrado la salvaguarda de colecciones manuscritas e impresas que informan de diversas épocas de la vida pública colombiana. El Archivo General de la Nación (AGN) consiguió un edificio propio santificado con la aureola de un arquitecto muy prestigioso llamado Rogelio Salmona que hizo una fría y desapacible sala para los investigadores. La Biblioteca Nacional de Colombia (BNC) recuperó espacios que les había prestado a Inravisión y al AGN; mientras tanto, la biblioteca Luis Ángel Arango (BLAA) pasó de ser un par de salas estrechas e insuficientes a un adefesio de varios pisos que es impenetrable para las personas con alguna dificultad en su movilidad.

A fines de aquella década, quienes investigábamos teníamos que hacer largas filas en la calle para lograr el acceso a las salas de la BNC o de la BLAA; teníamos que disputar con chicos de escuelas primarias y con colegiales de bachillerato el uso de un diccionario y, más seriamente, la posibilidad de consultar un periódico del siglo XIX. La construcción de varias bibliotecas distritales alivió la penosa carga infantil y juvenil de esas dos bibliotecas que pudieron concentrarse en la preservación y formación de colecciones cuya antigüedad reclamaba la elaboración de catálogos y el inicio de costosos procesos de, primero, microfilmación y, más tarde, de digitalización. Parecía que por fin las y los investigadores de nuestras ciencias humanas podíamos tener un acceso más expedito a volúmenes generosos de documentación sin poner en riesgo la conservación de ese patrimonio. Parecía, también, innecesario desplazarnos a los archivos y bibliotecas, porque el aumento de colecciones digitales nos colocaba los documentos en las pantallas de nuestros computadores o celulares. Sin embargo, el efecto de esa digitalización ha sido ilusorio por lo incompleta.

En la década 1990, la BNC, aparentemente depurada de las visitas masivas, disponía de una sala de música que, ocasionalmente, tenía eventos tales como la programación de un cine club o el lanzamiento de libros. En el piso 1 siguió funcionando una sala de referencia que tenía diccionarios biográficos y temáticos, catálogos de los fondos y colecciones de la propia biblioteca. Esa sala de referencia, que también funcionaba como sala de consulta de libros pertenecientes a fondos documentales del siglo XIX, hoy se ha convertido en sala de exposiciones. La sala de referencia desapareció y los diccionarios de ciencias sociales, de política y biográficos, y hasta los útiles catálogos, ya no son fáciles de consultar. La atención a los investigadores quedó restringida a una o dos salas que funcionan en el segundo piso. Esas salas tienen pocos equipos en buen estado para leer materiales microfilmados y digitalizados. Cuando el documento solicitado no está disponible en esos formatos, la consulta del documento original en papel queda supeditada al peritaje del coordinador o la coordinadora de la sala respectiva y, si ese funcionario no aparece, lo cual es muy probable, depende del responsable de la sección de conservación. Ese aparente protocolo puede convertirse en una larga e infructuosa espera que deja dos opciones: solicitar otro documento y postergar nuestra pesquisa original o retirarse de la BNC y buscar alternativas en, por ejemplo, la BLAA. Por supuesto, este protocolo un tanto fraudulento no concibe que la investigadora o el investigador sea alguien que no esté domiciliado en Bogotá y espera que el servicio de consulta sea más expedito.

La BNC hoy no logra ser un lugar acogedor para las y los investigadores colombianos; sigue siendo un sitio pobre en recursos y limitado en la atención a quienes intentamos hacer búsquedas sistemáticas. No tiene un servicio de asesoría en la consulta de catálogos ni lugares adecuados para reservar y leer altos volúmenes bibliográficos y documentales. Quejas recientes informan de una estrategia de salvaguarda de la documentación muy cuestionable y que consiste en someter a cuarentena el documento en papel que consultamos una vez y debemos seguir revisándolo. Así, por ejemplo, será imposible que un documento revisado hoy quede reservado para seguir leyéndolo mañana; el documento entra en cuarentena. Disposición curiosa que merecería una justificación técnica convincente.

Próxima entrega: los servicios a los investigadores en la BLAA y el AGN.

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