Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Pintado en la Pared No. 38-Caridad, pobreza y catolicismo en la historia de Colombia

Reseña del libro de Beatriz Castro Carvajal, Caridad y beneficencia. El tratamiento de la pobreza en Colombia, 1870-1930, Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 2007, 351 pags.

Por: Gilberto Loaiza Cano

La profesora Beatriz Castro Carvajal nos ha mostrado a lo largo de los seis capítulos de esta obra un panorama de lo que fue la pobreza y las principales formas de ayuda institucional y privada que se utilizaron, en Colombia, entre 1870 y 1930. Con un acervo amplio de fuentes primarias, tanto manuscritas como impresas, Castro Carvajal examina la pobreza estructural en un periodo de conflictos partidistas, de debates entre el Estado y la Iglesia católica, de relativos procesos de urbanización y modernización. Su libro es pionero por la visión general que presenta para un lapso temporal considerable y significativo en la vida pública colombiana; la autora comienza en 1870, cuando el reformismo liberal radical depositó buena parte de sus esperanzas modernizadoras en la implantación de un sistema nacional escolar; atraviesa el ascenso de la Regeneración y las primeras décadas del siglo XX que se distinguieron por un proceso de urbanización y de industrialización en algunas regiones; por la formación del movimiento obrero; por la crisis, no solo nacional, del liberalismo; y por la aparición, así hubiese sido efímera, de los partidos socialistas.

En los dos primeros capítulos, la autora nos presenta un panorama general de la pobreza y luego examina, “en términos semánticos”, las categorías de pobres. Es interesante, en su examen comparativo, que concluya que la pobreza estructural colombiana, como la de otros países latinoamericanos, ha sido diferente a la de Europa; también es esclarecedor su análisis acerca de cómo eran percibidos los pobres dentro de la sociedad y cómo en esa categorización ha podido existir la imagen del “pobre ideal” proyectada por el trabajador sobrio y ahorrador. El pobre como una categoría social dentro de lo popular me parece un matiz explicativo muy acertado. En el capítulo tercero hay un detenido examen de los antecedentes coloniales sobre la existencia de hospitales, orfanatos y hospicios. Creo que en este capítulo se precisa y justifica el hecho de haber tomado el año 1870 como el momento inicial de una tentativa de ayuda institucional sistemática en Colombia. Podría entenderse que la ayuda institucional fue la concreción de la noción liberal de filantropía, atacada entonces por los ideólogos conservadores; una ayuda mediada por instituciones en que la visita domiciliaria era elemento ausente. El capítulo cuarto está dedicado a analizar el origen y los alcances de la ayuda domiciliaria que, al parecer, tiene relación directa con la implantación de una asociación católica de origen francés, las conferencias de San Vicente de Paúl, cuya llegada al país se remonta a 1857. La autora ha explicado en esta parte la importancia de la visita a domicilio como un mecanismo que permitió, afirma ella, “crear vínculos personales estrechos con los grupos bajo atención” (p.177). El capítulo siguiente es una aproximación histórica a las prácticas de auxilio mutuo en el mundo artesanal y obrero; para Castro Carvajal estas prácticas también tienen su inicio en 1870 y señala como momento de auge la década de 1920. Y el capítulo final es una especie de síntesis en que compara los logros de la beneficencia estatal con los de la asistencia privada. Uno de sus interesantes hallazgos tiene que ver con el amplio espectro de ayuda a los pobres durante la Regeneración que va más allá de la intervención de la Iglesia católica.

Este trabajo, en últimas, demuestra las limitaciones de la beneficencia estatal en Colombia y la importancia creciente que adquirió la caridad privada gracias a un activismo más variado y a la intervención de un personal que no fue exclusivamente la elite conservadora y paternalista. El libro tiene la virtud de presentar, en cada capítulo, una explicación sustentada en antecedentes históricos que, en varios casos, se remontan al periodo del dominio colonial español. También se apoya en datos estadísticos sobre la población colombiana en diversos periodos; en inventarios de hospitales, escuelas, asociaciones de ayuda mutua, en fin. Todo esto hace de esta de obra un punto de referencia insoslayable para otros investigadores.

Ahora bien, quizás haya sido mejor que cada capítulo tuviera sus propias conclusiones, pero eso lo subsana en parte las conclusiones generales. La autora pudo haber acudido a algunas fuentes más representativas para su ejercicio de reconstrucción histórica; constato, por ejemplo, la ausencia notoria del periódico La Caridad que existió, con algunas interrupciones, entre 1864 y 1890 (la profesora Castro sólo hace referencia a un periódico con el mismo título de 1905). No hay que olvidar que La Caridad fue el principal órgano de la conferencia de San Vicente de Paúl, en Bogotá, y que su popularidad le permitió darse el lujo de contribuir a financiar las actividades de esa asociación, algo poco común en la prensa colombiana del siglo XIX. También es una ausencia ostensible el periódico La Sociedad, de Medellín, que entre 1872 y 1876 fue el difusor de las actividades caritativas de la elite conservadora antioqueña. Ambos periódicos fueron el vehículo de algunos debates sustanciales en torno al papel de la Iglesia católica y el laicado conservador en el frente caritativo; también fueron voceros de un catolicismo intransigente que censuró de manera sistemática la aparición de novedades bibliográficas consideradas impías. En ellos, como también en El Catolicismo, hubo un desarrollo bastante amplio de la discusión en torno a las diferencias entre la caridad y la filantropía, algo que la autora examina en su obra.

Precisamente, el debate entre caridad y filantropía tuvo, en la prensa de la época, mayores matices y tiene una conexión muy estrecha con el recurso eficaz de la visita domiciliaria. La caridad cristiana se entendía, para los ideólogos conservadores, como una superación doctrinaria y práctica de la filantropía. Mientras la caridad cristiana tenía un sustento divino que le otorgaba, según esa reflexión, una base moral mucho más sólida, la filantropía era un frío recurso de liberales y masones que no estaban interesados en el contacto cotidiano y directo con los pobres; además, he ahí lo más importante, no tenía ninguna trascendencia religiosa, era simplemente un acto racional del hombre con el hombre. Por eso, la visita domiciliaria era, al tiempo, una expresión del contacto directo del rico con el pobre; una visita religiosa con el fin de lograr, además, un control doctrinario, confesional, sobre la población y una expresión del dominio paternal de la elite conservadora. Era, en resumen, la demostración de la superioridad de la religión católica en la vida pública. Precisemos de paso que los argumentos de la Iglesia católica y los laicos conservadores pueden leerse, por ejemplo, en: La Caridad, Bogotá, n° 1, 25 de mayo de 1871, p. 1; « Filosofía religiosa. De la caridad y de la filantropía », El Catolicismo, Bogotá, n° 58, 1° de agosto de 1852, p. 498; « La filantropía y la caridad », La Caridad, Bogotá, n° 34, 19 de mayo 1865, p. 529; Rafael Celedón, « Diálogo entre un masón y un católico», La Sociedad, Medellín, n° 57, 12 de julio de 1873, p. 70.

Es un acierto de este estudio que tenga en cuenta la implantación en Colombia de la Sociedad de San Vicente de Paúl; incluso, ese factor haría pensar que es más convincente tratar este tema a partir del hito fundacional de 1857 que a partir de 1870. ¿Por qué? Porque puede suponerse que desde entonces comienza una nueva etapa del catolicismo colombiano en alianza con la dirigencia conservadora; después de la coyuntura crítica de mitad de siglo que desembocó en el golpe artesano-militar del 17 de abril de 1854, y gracias al triunfo electoral del conservador Mariano Ospina Rodríguez, hubo una reorganización del activismo asociativo que se basó en una alianza orgánica del laicado conservador y el personal eclesiástico. El modelo caritativo de la Sociedad de San Vicente de Paúl implicaba una movilización del personal laico y, algo que me parece poco destacado por el libro de Castro Carvajal, el vínculo sistemático al frente caritativo de las mujeres. La presencia del personal femenino estuvo basada en una propaganda doctrinaria muy fuerte durante ese siglo, auspiciada por el papado de Pío IX, acerca de las virtudes intrínsecas de la mujer para ser difusora de la fe cristiana. La visita domiciliaria, el apoyo masivo del personal femenino que se plasmó en la existencia de otras asociaciones, como la Congregación del Sagrado Corazón de Jesús que, entre otras cosas, tampoco aparece examinada en detalle por este estudio, fueron ingredientes novedosos que contribuyeron a que el conservatismo colombiano le diera una solución parcial a la necesidad de ejercer un control sobre los sectores populares y demostrar la superioridad del proyecto de una república católica sobre el proyecto laico del liberalismo radical. Ese conflicto entre dos ideales de organización republicana fue, eso sí, más intenso a partir de 1870 con la instauración de la reforma escolar del radicalismo. De todos modos, no puede despreciarse la importancia explicativa del contexto de pugnas entre liberalismo e Iglesia católica para comprender el paso que dio el conservatismo colombiano al adoptar la experiencia francesa de las conferencias de San Vicente de Paúl. En mi opinión, desde 1857 nuestro catolicismo pasa de una posición defensiva a tomar la iniciativa en la expansión de un asociacionismo basado en el frente de caridad. Digamos de paso que esta experiencia de contacto directo de la elite conservadora con los pobres fue evocada luego por un sector del partido conservador hacia la década de 1930, cuando era apremiante replantear la relación de elites y pueblo en un proyecto populista de ese partido (Es algo que me sugiere la lectura de otro libro reciente; Cesar Ayala Diago, El porvenir del pasado: Gilberto Alzate Avendaño, sensibilidad leopardo y democracia. La derecha colombiana de los años treinta, Bogotá, Fundación Gilberto Alzate Avendaño-Gobernación de Caldas, 2007).

Acerca de los orígenes de las asociaciones de ayuda mutua quizás sea necesario agregar algunas precisiones. Los clubes políticos que la dirigencia proto-liberal intentó fundar, entre 1838 y 1839, contienen en sus programas algunas tentativas de apoyo mutuo; la instrucción mutua fue una de las aspiraciones tanto de las Sociedades democráticas como de las Sociedades Populares de Instrucción Mutua que emergieron entre 1849 y 1851. Y, en 1868, ya existían círculos de ayuda mutua que se denominaron La Alianza y El Obrero. Tal vez nos falte indagar un poco más acerca de la posible influencia eclesiástica sobre estas asociaciones; no olvidemos que las asociaciones de artesanos en los primeros años de la Regeneración debían solicitar un permiso eclesiástico para su funcionamiento; tampoco olvidemos que algunas asociaciones de artesanos, como los carpinteros y los tipógrafos en Bogota, fueron el fruto del liderazgo del personal conservador y del vínculo muy estrecho con las actividades de la Iglesia católica. Rafael Núñez alguna vez reconoció que su ascenso político se debió, en buena medida, a sectores artesanales que se habían desprendido de la tutela liberal radical y habían preferido hacer alianzas con el conservatismo o con el ala moderada del liberalismo.

Como puede verse, el libro de la profesora Beatriz Castro Carvajal no sólo llena un vacío historiográfico sino que permite iniciar discusiones en torno, por ejemplo, a la relación de prácticas caritativas con la formación partidista en Colombia; en torno al vínculo orgánico de la caridad cristiana con la consolidación pública del partido conservador. Y, al mismo tiempo, nos permite comprender mejor las limitaciones en la expansión del proyecto modernizador liberal en una sociedad mayoritariamente rural y católica.








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