Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

domingo, 9 de septiembre de 2012

PINTADO EN LA PARED NO. 75



SIGUE LA BASURA INTELECTUAL

No es difícil conseguir colegas que nos odien; pero según un recomendable método terapéutico hawaiano no solamente hay que perdonarlos, también hay que pedirles perdón y amarlos; que nos perdonen por haber provocado en ellos tanto rencor, por haberles despertado sentimientos tan hostiles; y amarlos porque es la mejor manera de aplacarles esas fuerzas desparramadas en el odio. Uno de esos colegas, con o sin razón, pero con mucho odio, sentenció alguna vez: “Y sigue la basura intelectual”. Eso se unió a otros comentarios de otros colegas, no muy distantes institucionalmente, que han supuesto que el autor de estas notas que salen episódicamente en este blog están contagiadas de “afrancesamiento”, que son ‘boberías” lanzadas al campo virtual sin ningún sustento científico. Después aparecieron avisos en que se repetía la ofensiva palabra basura junto al adjetivo intelectual.

Sin derrame de pasión, creo que esa ferocidad crítica con prolongación anónima tiene algo de razón. Los profesores universitarios estamos muy cerca de la producción y consumo de basura; es posible que aquello que hoy nos resulta trascendental mañana va fácilmente a un depósito de basura, a un último rincón de un anaquel polvoriento de alguna sala olvidada; peor aun, puede ser sometido al descuartizamiento definitivo. Las gentes que habitamos las universidades somos propensas a deleitarnos con una dulcería de la cual dejamos después, saciados, los desperdicios que otros recogerán y le darán quién sabe qué merecido o triste destino.

A eso se añade la dificultad para tener un auditorio fascinado con la basura que producimos. Por desgracia o por fortuna, los auditorios universitarios son escasos en personal dispuesto a dejarse seducir por nuestros cantos de sirena. Son más bien pocos los incautos que siguen con devoción a alguien. Hoy, en el caso estricto de los historiadores, la única persona que puede reclamar y proclamar un auditorio fascinado y cautivo, sobre todo en horario dominical, es la profesora Diana Uribe con sus relatos radiales que nos ahorran páginas de aburridas lecturas.

Lo que ahora llamamos historia intelectual es un campo de producción de conocimiento histórico muy susceptible de recibir esos improperios que son, en cierta manera, la mejor bienvenida a alguna novedad mal asimilada. Un autor muy autorizado, Martin Jay, de la Universidad de California (no es francés, por supuesto), definía bien la historia intelectual como un campo muy hibrido y, por tanto, expuesto a dardos de insatisfacción provenientes de flancos diversos. La historia intelectual intenta superar la tradicional historia de las ideas y se mezcla con una historia de los intelectuales, de sus creaciones y de las instituciones a las que pertenecen; y puede agregar, además, preocupaciones muy propias de la historia cultural clásica: historia del libro y la lectura, por ejemplo. En fin, dentro de las tantas cosas posiblemente repugnantes de la historia intelectual es su presunta concentración en asuntos elitistas y su poca capacidad para servir de música de fondo para marchas de protesta de determinados grupos sociales. Y así como nada puede ofrecerles, en principio, a los de abajo, la historia intelectual tampoco deja contentos a los amigos filósofos o sociólogos que pueden regodearse con sus finas interpretaciones.

Por ahora me basta aventurar que la historia intelectual sugiere una sensibilidad en la interpretación que, en estos tiempos, no es nada despreciable. Si en algo es necesario cambiar ahora es en eso: en la sensibilidad interpretativa; el asunto ahora no es de volumen de fuentes documentales sino de calidad en la mirada y hasta de belleza en la escritura. Diana habla mucho porque no escribe, es mi sospecha. Y esa incapacidad se ha multiplicado en otros, aunque a veces logran encadenar un sustantivo con un adjetivo sin mayores sobresaltos gramaticales. 

1 comentario:

  1. Delicioso el texto. No se preocupe por el eco de los ladridos. Debe ser de un perro viejo que ladra echado. O yo estoy perdiendo la audición o usted tiene hipersensibilidad auditiva a los ladridos de perros viejos que hasta sarnosos serán.

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