Entre
Julio Cortázar y Edward P. Thompson
50
AÑOS DE
RAYUELA Y DE LA FORMACIÓN DE LA CLASE OBRERA EN INGLATERRA
Con
un tufillo de esnobismo se han ido sumando los testimonios de los lectores de Rayuela, de Julio Cortázar. Su
cincuentenario de aparición es una novedad social con la que hay que sentirse
afiliado, a riesgo de quedar marginado de un remoto club de intelectuales al
día. Todos queremos tanto a Cortázar, y todos sabemos tanto de su vida y su
obra por estas horas, volvemos a las peripecias de la Maga o de Talita. Pero
hay otro cincuentenario menos popularizado o banalizado; puede que se trate de
una obra mucho menos leída y criticada y de un autor que pertenece a los
confines de una disciplina científica poco disponible para el espectáculo. Me
refiero a los cincuenta años de la primera edición de La formación de la clase obrera en Inglaterra, por Edward Palmer
Thompson.
Yo
leí y gocé Rayuela. Soy de los que
piensa que los buenos libros nos atraviesan la vida. No volvemos a ser los
mismos después de cerrarlos. Y soy de los que piensa que el sentido de un libro
para nuestras vidas tiene que ver con eso, con nuestras vidas. El momento moral
en que leemos un libro agrega mucho en el significado que esa obra tiene para
nosotros. No es lo mismo leer los cuentos filosóficos de Voltaire a los 16 años
que leerlos cuando atravesamos los cuarenta. No es lo mismo leer tendidos en
una hamaca, contemplando un cielo de verano y con la holgura de las vacaciones
escolares que leer encerrado en una habitación fría y un cielo opaco que nos
recuerda un prolongado invierno. No es lo mismo leer en la encrucijada del
suicidio o del desamor que leer con el atafago de un deber para la universidad.
Eso me ha sucedido con Rayuela, con Sobre héroes y tumbas (de Ernesto
Sábato), con unos cuentos de Marguerite Yourcenar, con el libro de Bajtin sobre
Rabelais y, claro, también con Edward Palmer Thompson y la que yo considero una
de las mejores obras de historiografía del siglo XX.
Leí
Rayuela con fruición mientras
aguantaba hambre en el portón de los libros de la Biblioteca de la Luis Ángel
Arango, en pleno cierre prolongado de la Universidad Nacional de Colombia,
entre 1984 y 1985. Y la leía y la pensaba mientras caminaba entre ese lugar y
una habitación pulguienta del barrio Palermo, en Bogotá. La incertidumbre de
las vidas narradas, la incertidumbre de la disposición de la obra de Cortázar
iba bien con la incertidumbre de la vida de un estudiante universitario sin
universidad. Esas vidas en suspenso, sin firmeza en ninguna parte, no eran nada
distantes de la escasez del presente y de lo que otro libro había llamado, para
los jóvenes colombianos, ausencia de futuro. Tristes vidas flotantes en la
ciudad.
La formación de
la clase obrera en Inglaterra
la leí, en cambio, en búsqueda de certezas. La leí como modelo narrativo de la
historia y me deleité con la minucia con que Thompson narró un proceso
colectivo. El libro enseña que la costumbre puede ser una fuerza
revolucionaria, que puede haber revoluciones en defensa de la tradición; que el
mundo de los suburbios es un agregado cultural nada despreciable en la
construcción de una clase social. Que el ser colectivo se define en la
experiencia, que no es una categoría abstracta sino un hecho real y cambiante. La
obra de Thompson es un homenaje a un marxismo creativo; demuestra que el
investigador social comprometido no es aquel que ha quedado congelado en las
consignas de una secta y en la verborrea del activismo. El intelectual de
izquierda es aquel que le da otras vueltas a la tuerca, escapa de los lugares
comunes y nos hace pensar acerca de la compleja historia de la sociedad. Thompson
demostró que es posible reconstruir la vida de la gente de abajo, de la gente
que perdió en la transición a la modernización capitalista. Pero,
principalmente, es quizás uno de los ejemplos más palpables de escribir bien la
historia. Thompson no sólo es legible, es apasionante, resiste relecturas e
inspira para escribir otras cosas.
Entre
Cortázar y Thompson hemos tenido, algunos, una educación de los sentimientos y
del intelecto. Con Rayuela conversamos
los dilemas de la juventud; con La
formación de la clase obrera en Inglaterra nos internamos en el universo de
la escritura de la historia social y cultural. La una y la otra crecieron entre
debates y con la ayuda de la rebeldía fecunda de sus autores. Cortázar y
Thompson vivieron al través, al margen de las instituciones consagratorias. Sus
obras conquistaron sus propios públicos. Algunos hemos podido disfrutar del
privilegio raro de gozar de la una y de la otra. Puedo decir que leí ambas y
con ambas obras crecí.
GILBERTO LOAIZA
CANO, julio de 2013
Otra asociación posible entre Thompson y Cortázar (aunque caprichosa) es la de los fracasos que constituyeron sus acercamientos al campo del otro. Las novelas de ciencia ficción de Thompson (publicadas, curiosamente, en los años setenta) significaron un fracaso semejante al del LIBRO DE MANUEL, ese libro en el que Cortázar quiso confrontar la historia a golpe de documento crudo.
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