Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

viernes, 5 de julio de 2013

PINTADO EN LA PARED No. 88



Entre Julio Cortázar y Edward P. Thompson
50 AÑOS DE
RAYUELA Y DE LA FORMACIÓN DE LA CLASE OBRERA EN INGLATERRA

Con un tufillo de esnobismo se han ido sumando los testimonios de los lectores de Rayuela, de Julio Cortázar. Su cincuentenario de aparición es una novedad social con la que hay que sentirse afiliado, a riesgo de quedar marginado de un remoto club de intelectuales al día. Todos queremos tanto a Cortázar, y todos sabemos tanto de su vida y su obra por estas horas, volvemos a las peripecias de la Maga o de Talita. Pero hay otro cincuentenario menos popularizado o banalizado; puede que se trate de una obra mucho menos leída y criticada y de un autor que pertenece a los confines de una disciplina científica poco disponible para el espectáculo. Me refiero a los cincuenta años de la primera edición de La formación de la clase obrera en Inglaterra, por Edward Palmer Thompson.
Yo leí y gocé Rayuela. Soy de los que piensa que los buenos libros nos atraviesan la vida. No volvemos a ser los mismos después de cerrarlos. Y soy de los que piensa que el sentido de un libro para nuestras vidas tiene que ver con eso, con nuestras vidas. El momento moral en que leemos un libro agrega mucho en el significado que esa obra tiene para nosotros. No es lo mismo leer los cuentos filosóficos de Voltaire a los 16 años que leerlos cuando atravesamos los cuarenta. No es lo mismo leer tendidos en una hamaca, contemplando un cielo de verano y con la holgura de las vacaciones escolares que leer encerrado en una habitación fría y un cielo opaco que nos recuerda un prolongado invierno. No es lo mismo leer en la encrucijada del suicidio o del desamor que leer con el atafago de un deber para la universidad. Eso me ha sucedido con Rayuela, con Sobre héroes y tumbas (de Ernesto Sábato), con unos cuentos de Marguerite Yourcenar, con el libro de Bajtin sobre Rabelais y, claro, también con Edward Palmer Thompson y la que yo considero una de las mejores obras de historiografía del siglo XX.
Leí Rayuela con fruición mientras aguantaba hambre en el portón de los libros de la Biblioteca de la Luis Ángel Arango, en pleno cierre prolongado de la Universidad Nacional de Colombia, entre 1984 y 1985. Y la leía y la pensaba mientras caminaba entre ese lugar y una habitación pulguienta del barrio Palermo, en Bogotá. La incertidumbre de las vidas narradas, la incertidumbre de la disposición de la obra de Cortázar iba bien con la incertidumbre de la vida de un estudiante universitario sin universidad. Esas vidas en suspenso, sin firmeza en ninguna parte, no eran nada distantes de la escasez del presente y de lo que otro libro había llamado, para los jóvenes colombianos, ausencia de futuro. Tristes vidas flotantes en la ciudad.
La formación de la clase obrera en Inglaterra la leí, en cambio, en búsqueda de certezas. La leí como modelo narrativo de la historia y me deleité con la minucia con que Thompson narró un proceso colectivo. El libro enseña que la costumbre puede ser una fuerza revolucionaria, que puede haber revoluciones en defensa de la tradición; que el mundo de los suburbios es un agregado cultural nada despreciable en la construcción de una clase social. Que el ser colectivo se define en la experiencia, que no es una categoría abstracta sino un hecho real y cambiante. La obra de Thompson es un homenaje a un marxismo creativo; demuestra que el investigador social comprometido no es aquel que ha quedado congelado en las consignas de una secta y en la verborrea del activismo. El intelectual de izquierda es aquel que le da otras vueltas a la tuerca, escapa de los lugares comunes y nos hace pensar acerca de la compleja historia de la sociedad. Thompson demostró que es posible reconstruir la vida de la gente de abajo, de la gente que perdió en la transición a la modernización capitalista. Pero, principalmente, es quizás uno de los ejemplos más palpables de escribir bien la historia. Thompson no sólo es legible, es apasionante, resiste relecturas e inspira para escribir otras cosas.
Entre Cortázar y Thompson hemos tenido, algunos, una educación de los sentimientos y del intelecto. Con Rayuela conversamos los dilemas de la juventud; con La formación de la clase obrera en Inglaterra nos internamos en el universo de la escritura de la historia social y cultural. La una y la otra crecieron entre debates y con la ayuda de la rebeldía fecunda de sus autores. Cortázar y Thompson vivieron al través, al margen de las instituciones consagratorias. Sus obras conquistaron sus propios públicos. Algunos hemos podido disfrutar del privilegio raro de gozar de la una y de la otra. Puedo decir que leí ambas y con ambas obras crecí.

GILBERTO LOAIZA CANO, julio de 2013






1 comentario:

  1. Otra asociación posible entre Thompson y Cortázar (aunque caprichosa) es la de los fracasos que constituyeron sus acercamientos al campo del otro. Las novelas de ciencia ficción de Thompson (publicadas, curiosamente, en los años setenta) significaron un fracaso semejante al del LIBRO DE MANUEL, ese libro en el que Cortázar quiso confrontar la historia a golpe de documento crudo.

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