Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

jueves, 6 de noviembre de 2014

Pintado en la Pared No. 112




La Universidad Nacional de Colombia

Los escándalos en la llamada Fundación Universitaria San Martín no tienen que ver, solamente, con el hecho de que una familia en particular se haya enriquecido ofreciendo educación universitaria de mala calidad. Eso viene sucediendo en Colombia hace mucho rato y en muchas otras instituciones universitarias que son negocios familiares o de comunidades religiosas o de grupos de empresarios. Este lío reciente desnuda, una vez más, las flaquezas del sistema de educación superior colombiano que no ha sido lo suficientemente selectivo de la calidad de las instituciones que deben componerlo.

Si tuviésemos grandes universidades públicas, bien financiadas, bien distribuidas en sedes por todo el país, con una planta de profesores amplia y bien remunerada, los padres de familia y sus hijos no tendrían que recurrir a las que llamamos “universidades de garaje”. Es la debilidad del sistema de universidades públicas, su escasez de cupos para la creciente población juvenil, su disminuido presupuesto para mantenimiento de edificios, laboratorios y bibliotecas lo que ha hecho que la gente mire como alternativa cualquier cosa que ponga por delante el mote de universidad sin serlo.

A mis amigos y a mis parientes les aconsejo, siempre, que piensen en la Universidad Nacional de Colombia como el mejor lugar para una formación universitaria rigurosa, para llevar una vida genuina de estudiante. Un joven a los dieciséis o diecisiete años puede comenzar a comprender que los seres humanos tenemos preocupaciones estéticas, artísticas, arquitectónicas, médicas, biológicas, jurídicas, históricas, matemáticas cuando asiste a una universidad en cuyo campus se encuentran distribuidas todas esas formas de saber producidas por los seres humanos desde tiempos inmemoriales. Las verdaderas universidades permiten a quienes las habitan –porque en las verdaderas universidades se vive- comprender que el ser humano tiene relación consigo mismo, tiene relación con los demás seres humanos, con la naturaleza y con cualquier idea de trascendencia. Todas esas relaciones están reunidas para entenderlas y discutirlas en las verdaderas universidades.

En las verdaderas universidades hay tradiciones de conocimiento que se transmiten en la conversación cotidiana, en la clase magistral, en las sesiones de una tertulia, de una mesa redonda, en las revistas especializadas, en los centros de documentación que guardan centenarias tesis de antiguos estudiantes. Las verdaderas universidades han vivido épocas florecientes y tiempos decadentes, han sobrevivido a guerras, a malos gobiernos, pero siguen acumulando tradición que se plasma en libros, en obras de arte, en invenciones, en profesionales idóneos que salen a recorrer el mundo.

En Colombia hay pocas verdaderas universidades que tengan un legado que atraviese siglos. Colombia ha sido un país de una muy pequeña tradición universitaria y la única institución que se parece a una gran universidad es la Universidad Nacional. Cada vez que se difunde un escándalo de negociantes que se han lucrado con las expectativas de educación de la juventud colombiana, se vuelve apremiante fortalecer la universidad pública, expandirla por todo el territorio y tomarla como el emblema de lo que debe ser una educación universitaria de alta calidad.

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