Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

lunes, 21 de septiembre de 2015

Pintado en la pared No. 127



                                          Enemigos públicos

Daniel Llano Parra. Enemigos públicos. Contexto intelectual y sociabilidad literaria del movimiento nadaísta, 1958-1971, Fondo Editorial FCSH, Universidad de Antioquia, 2015.

El nadaísmo pudo ser una broma colectiva, un suceso urbano muy efímero
circunscrito al estado de ánimo de unos cuantos jóvenes cuya irreverencia terminó adormecida en los laureles de la fama o de la necesidad de empleo para no morir de hambre. Lo que haya sido, sigue siendo, hoy, un fenómeno muy mal estudiado porque suele estar mal documentado, porque quienes hablan de aquella época son analistas ocasionales e interesados que juegan a ser investigadores y testigos al mismo tiempo. El nadaísmo tiende a ser mitificado, arropado en la buena o mala memoria de algunos. En fin, todavía es un objeto mal atrapado por las  ciencias sociales.

Por eso, el libro recién publicado del joven historiador Daniel Llano Parra, en una colección naciente del Fondo Editorial de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la Universidad de Antioquia, es una demostración muy refrescante de todo lo que puede empezar a decirse seriamente, con proposiciones consistentes, con fundamento documental, con escritura fluida, con sugerencias metodológicas en el análisis. La historia intelectual, una franja de la historiografía colombiana que ha ido adquiriendo una personalidad definida, tiene en este libro un buen testimonio de los avances en la investigación sobre lo que ha sido la vida intelectual colombiana del siglo XX.  

El nadaísmo no fue un hecho estrictamente literario; es más, literariamente dejó una impronta estética muy débil. Fue, más bien, un hecho socio-cultural, una vivencia colectiva que tuvo como escenario las principales ciudades colombianas; fue la manifestación de una transformación del país, de una tentativa de modernidad cultural con todas las dificultades inherentes. El nadaísmo reunió a jóvenes provincianos con alguna iniciación literaria, una clase media culta emergente que llegó a las ciudades colombianas en busca de relaciones que le permitiera hacer parte del campo intelectual.

Su principal valor como movimiento fue la “transgresión”, así su impulso transgresor se haya extinguido pronto y sus principales protagonistas hayan evolucionado hacia la rutinaria aceptación del orden institucional. Mientras fueron transgresores fueron nadaístas y esa transgresión dejó huellas, quizás tenues, en una bibliografía propia de aquellos que se consideraron miembros del movimiento; en archivos de baúl que guardan testimonios de algunos desplantes que sacudieron el  ritmo de producción y consumo de bienes simbólicos.

El nadaísmo hay verlo como un hecho socio-cultural en la historia contemporánea colombiana que informa de una condición pérdida en nuestra vida pública. ¿Después del nadaísmo qué grupo de semejantes características ha aparecido en la sociedad colombiana? Yo creo que después del nadaísmo, la vida pública colombiana se ha caracterizado por un déficit de sociabilidad. Persecución y asesinato contra el movimiento sindical, contra la izquierda democrática, contra defensores de los derechos humanos, desprestigio generalizado de los partidos políticos. En los últimos cuarenta años hemos asistido a una desmovilización general de la sociedad colombiana, cada vez menos capacitada para relaciones solidarias y sistemáticas entre los individuos. La neoliberalización de la vida cotidiana ha dado sus frutos, un individualismo in extremis, pequeñas ocupaciones y preocupaciones cuya capacidad de convocatoria es muy limitada; ninguna utopía que movilice y produzca hechos estéticos o políticos relevantes. Una sociedad disuelta en la desconfianza, el miedo, la lucha personalizada por la supervivencia en las lógicas despiadadas del mercado; los individuos convertidos en clientes, mientras que la ciudadanía es una categoría cada vez más abstracta que no se plasma en comportamientos colectivos. El nadaísmo fue el último momento de rebeldía juvenil en la historia política reciente de Colombia.


Daniel Llano Parra, en Enemigos públicos, pone el acento en el contexto intelectual y en la sociabilidad literaria que recubrió el fenómeno nadaista. De entrada hace una caracterización que considero acertada, el nadaísmo “se encargó de aglomerar diversos inconformismos”. No fue una secta, no fue un partido, no fue el grupo disciplinado de redactores de una revista. Fue, mejor, una aglomeración episódica de jóvenes que compartían un estado de ánimo. Eran muchachos que antes de congregarse en aquel rótulo movilizador, estaban acostumbrados a reunirse con “gentes raras”. Muchachos inquietos e inquietantes en unas ciudades que apenas comenzaban a sentir el peso de una transformación demográfica que le dio vuelco al país, el paso de la Colombia rural a la Colombia urbana.

Algo que el autor no tuvo muy en cuenta es que la aparición y vigencia del nadaísmo concuerdan con otros sucesos decisivos en la producción y consumo de símbolos de todo orden. Principalmente, son tiempos de la imagen, de la formación de una teleaudiencia; el mundo de los impresos dejaba de ser el principal elemento de comunicación entre intelectuales y entre diversos sectores de la sociedad. La radio, el cine y luego la televisión irrumpieron y fueron fijando otras pautas de consumo cultural, posiblemente más democráticas por masivas y posiblemente más dañinas.

El capítulo tres me ha llamado poderosamente la atención porque examina las limitaciones del mundo editorial colombiano. Quizás ha hecho falta mejor sustento en estadísticas y una perspectiva comparada, con tal de precisar el atraso o no del mundo del libro en Colombia. Sin embargo, muestra muy bien otro mundo perdido para los intelectuales, el delas revistas. Las revistas con vocación de difusión amplia o, al menos, como vehículo de expresión de un grupo más o menos cohesionado de escritores y artistas, ha sido en todas partes una forma de sociabilidad que alimentaba cohesión, identidad, afinidad de intereses. Pero, sobre todo, permitía la divulgación de formas de sentir y pensar que ampliaban el paisaje simbólico. Eran síntoma de un mundo intelectual activo, crítico, dispuesto a la discusión pública permanente.


Llano Parra, joven historiador recién graduado de la Universidad de Antioquia, tiene por delante una veta de investigación apasionante; ojalá pueda y quiera seguir revelándonos el complejo carácter del nadaísmo, un hecho intelectual cuyas interrelaciones, bien reconstituidas, pueden llevarnos a comprender las tendencias, los estilos de escritura, los comportamientos que fueron definiendo la organización del campo intelectual colombiano, sus relaciones con el poder político y sus implicaciones en la configuración de campos específicos de conocimiento.

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