Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

lunes, 24 de julio de 2017

Pintado en la Pared No. 157-Los médicos de la Regeneración



Poco sabemos de la vida pública durante la Regeneración, al menos del lapso que va de 1886 hasta la guerra civil de los Mil Días (1899-1901). Hay algunos estudios puntuales, monográficos, pero no una visión que nos complete el paisaje de lo que fue el mundo de relaciones entre los individuos, sobre el funcionamiento del espacio público de opinión. Tenemos claro, como especie de premisa, que con el triunfo de la alianza de los conservadores y los liberales moderados, sellada por la Constitución de 1886 y refrendada por el Concordato de 1887 que le devolvió a la Iglesia católica potestades que desempeñó con holgura desde entonces y hasta bien entrado el siglo XX, tenemos claro, decimos, que las reglas de funcionamiento de la vida pública tuvieron modificaciones importantes: la libertad absoluta de prensa tuvo limitaciones; la injerencia eclesiástica en el sistema de instrucción pública tuvo el carácter de política cultural oficial. Pero esto es para nosotros lugares comunes, frases de cajón poco o mal demostradas.
Si nos adentramos en la letra menuda de la época, en averiguar cómo los individuos se asociaron y con qué propósitos, quizás hallemos algunos hechos significativos que no habíamos detectado o ni siquiera vislumbrado. Por ejemplo, el incremento de una sociabilidad formal, apoyada en la especialización del trabajo, en la consolidación social de determinadas profesiones. Todo esto tuvo su apoyo legal en la aparición de una legislación en torno al otorgamiento de personería jurídica que entrañó algo más que la necesidad de un registro legal de los asociados, de una descripción de los objetivos de la asociación y de un seguimiento o vigilancia de sus actividades. Aquí estamos ante un asunto que va más allá de la influencia de la Iglesia católica en la custodia de la moral pública, se trata de una especie de regulación de profesiones que habían logrado un estatus comercial y ciertos niveles de reconocimiento en el mercado y ante un público.
En unos casos puede tratarse de asociaciones que reunían a profesiones en ciernes y, en otros, a asociaciones que reunían a profesiones que habían acumulado una trayectoria pública desde antes de la Regeneración. Entre esas profesiones vale detenerse en los médicos. Por lo menos en Bogotá fue evidente el vínculo (quizás una forma eufemística de la vigilancia) entre la jerarquía eclesiástica y la Iglesia católica y la Academia Nacional de Medicina, asociación derivada de la Sociedad de Medicina y Ciencias Naturales. En 1888, esta asociación tuvo pronta colisión con el arzobispo José Telésforo Paul, quien asistía a sus sesiones: en una de ellas, el presidente de la asociación presentó las teorías de Charles Darwin y recibió la inmediata condena de la curia y de la prensa conservadora por la difusión del “evolucionismo materialista e insultar las creencias de un pueblo altamente religioso”.
 A pesar del desliz ideológico, la Sociedad de Medicina pudo participar ( o debía hacerlo) de las actividades públicas programadas por el arzobispado. Para 1892, la asociación se tornó en Academia Nacional de Medicina y se propuso organizar el Congreso Médico Nacional del año siguiente; una presidencia honoraria compartida por el omnipresente Miguel Antonio Caro y los médicos Jorge Vargas y Manuel Uribe Ángel lanzó un temario de discusión para aquel evento en que se revela una preocupación que, en años venideros, iba a ser mucho más fuerte. Aquel congreso anunció una vocación pública que la profesión médica supo explotar y consolidar en los primeros decenios del siglo XX.
Llama la atención que la profesión médica incluyera a veterinarios y naturalistas; una vieja disposición científica proveniente de la temprana Ilustración europea parecía arrastrar todavía la concepción del ejercicio médico. Su espíritu de intervención social también parece provenir de esa raíz ilustrada en un temario que incluía la reflexión sobre la higiene pública y más precisamente sobre la necesidad de determinar políticas públicas de salubridad para ciertos segmentos sociales de la población, entre ellos “la clase trabajadora”. Quizás más interesante es la tentativa de institucionalización de la profesión mediante la reglamentación de la farmacia y de la práctica médica, la diferenciación legal entre la medicina y la odontología. Punto aparte mereció el interés por las enfermedades de “las vías genito-urinarias de la mujer”.

Los médicos colombianos estaban delimitando el ámbito legal de su oficio, negociando con la Iglesia católica su presencia en la vida pública y activando su injerencia en el control social. Todavía no se vislumbraba la fuerte presencia del personal médico en el sistema de instrucción pública, en los procesos de clasificación de las aptitudes de los individuos. 

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