Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

miércoles, 11 de julio de 2018

Post-Colombia



Colombia vive momentos difíciles y nuevos después del acuerdo de paz firmado entre la guerrilla de las Farc y el gobierno del presidente Juan Manuel Santos. Lo que se ha vivido desde entonces y lo que seguiremos viviendo con la llegada del nuevo presidente lo hemos ido entendiendo, los colombianos, como un delicado, tenso y hasta peligroso momento de transición. Y a ese momento hemos querido darle un nombre, pero cuál es el más apropiado.
Empezamos muy optimistas e ingenuos a hablar del “post-conflicto”. Pero muy pronto nos dimos cuenta de que la firma del acuerdo de paz no significaba el fin del conflicto armado en Colombia ni de la violencia pública que ha caracterizado al país en los últimos cincuenta años. Entonces quisimos ser más precisos y hemos preferido hablar del “post-acuerdo”; eso, por lo menos, nos pone en el terreno de la precisión histórica, lo que estamos viviendo es posterior a la firma del acuerdo en noviembre de 2016. Hablar de un tiempo colombiano de “post-acuerdo” es hablar de un momento incierto, de muchas discusiones acerca de la aplicación del mismo acuerdo. Alrededor de él se han organizado tendencias políticas que se enfrentaron, hace poco, en las elecciones presidenciales, aquellos que han hablado de volver “trizas” ese acuerdo y otros que piensan que es necesario respetarlo y cumplirlo por todas las partes implicadas.
Otros podemos pensar que puede hablarse de unos tiempos “post-Farc”, porque indica simplemente la desmovilización de una guerrilla legendaria que, incluso, en su proceso de existencia dejó de serlo y se volvió una organización militar criminal. Una lectura detallada del mismo acuerdo revela que las Farc claudicaron ante el Estado colombiano, que decidieron entregar sus armas y buscar otras alternativas de inserción en la vida pública colombiana con el apoyo, muy incierto, de un Estado ineficiente y, sobre todo, inexperto en la administración de la paz. Un temor bien fundado en Colombia es que la antigua guerrilla termine dispersa en otras organizaciones militares ilegales o masacrada por grupos militares de derecha o desterrada de cualquier ejercicio legal de la actividad política según las reglas de la democracia del país. Pueden combinarse todas las posibilidades anteriores y encontrarnos ante un proceso de aniquilación y exterminio como en otras terribles épocas.   
El asesinato de líderes sociales en los últimos años ha sido un fenómeno selectivo y sistemático que ha ido en aumento desde las elecciones que dieron como ganador al candidato que representaba las tendencias de derecha y ultraconservadoras, enemigas de lo firmado en noviembre de 2016. Para esos líderes sociales, el proceso de paz se volvió la declaración de una Colombia post-mortem. En todo caso, estamos viviendo un momento post que, ojalá, no se nos vuelva póstumo. Debía ser el inicio de algo nuevo y vivificante, pero muchos no lo quieren así. Darle nombre y consistencia al momento que vivimos es el gran reto que tenemos en Colombia. 

Pintado en la Pared No. 178.






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