Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

miércoles, 14 de noviembre de 2018

El Estado y las universidades regionales




El sistema estatal universitario colombiano está sostenido, en muy buena medida, en una variopinta presencia de universidades regionales nacidas por convicciones de élites locales. Unas remontan sus orígenes a los inicios del siglo XIX, como sucede con la Universidad del Cauca cuya historia parece comenzar con la creación de la cátedra de medicina, en 1826; o como sucede con la Universidad de Antioquia que prefiere situar su origen en 1803, fecha anterior al nacimiento de la vida republicana. De todos modos, varias de esas instituciones están atadas a viejas tradiciones y filiaciones políticas y religiosas. Todas ellas han reproducido las asimetrías de la formación nacional, las carencias y los excesos de unas regiones con respecto a otras, las potencialidades de unos grupos empresariales sobre otros.
Unas tuvieron pretensiones universalistas en la creación de diversos programas académicos; otras surgieron para cumplir funciones muy limitadas; por ejemplo, la Universidad del Quindío nació en la década de 1960 con una evidente vocación pedagógica, concentrada en la formación de licenciados para la educación media de ese departamento, principalmente; la Universidad Tecnológica de Pereira nació y funcionó por lo menos en sus tres primeras décadas como un instituto politécnico. Un poco antes, entre 1949 y 1950, la Universidad de Caldas intentó armonizar el auge de la economía cafetera con la creación de Facultades de Agronomía y Veterinaria.
Ese entusiasmo fundacional de universidades adscritas al Ministerio de Educación Nacional correspondía con el propósito de ampliar la cobertura universitaria en aquellos lugares donde no alcanzaba la expansión de la Universidad Nacional. También correspondía, en el caso antioqueño, con el ánimo de contrarrestar el modelo laicizante del liberalismo y acentuar el sello hispanófilo y católico del empresariado de esa región.
Hoy, ese entusiasmo ha decaído y las élites locales han diferido sus intereses al fundar instituciones universitarias que hacen competencia a las viejas universidades de sello estatal. Por ejemplo, en el caso de la Universidad del Valle, el empresariado regional prefirió preparar un nuevo nicho de formación y reclutamiento de intelectuales y funcionariado con la fundación del Icesi. Proyectos de programas académicos que habían sido pensados originalmente para despegar en la Universidad del Valle fueron trasladados al Icesi, como sucedió con la frustrada creación de la Facultad de Derecho. Hoy, las ciencias humanas y sociales del Icesi son subsidiarias de la tradición creada en la Universidad del Valle. Este fenómeno se asemeja a lo sucedido con la Universidad Eafit en Medellín, como contraparte de la Universidad de Antioquia y de las sedes de la Universidad Nacional.
Un síntoma del alejamiento de las élites locales de las mismas universidades estatales regionales que contribuyeron, alguna vez, a fundar es que el legado documental dio origen a archivos históricos que prefieren ser conservados en las instalaciones de esas universidades privadas recientes. Ese desapego, in crescendo, se ha ido notando en el control del proceso de formación de los médicos, en la decadencia de los hospitales universitarios regionales, en la composición de los gabinetes de los gobiernos en alcaldías y gobernaciones.
A eso se agrega la condición subordinada de ese intelectual formado en las universidades regionales; ante la restringida proyección de esas universidades, limitada a las fronteras de la comarca, el prestigio y reconocimiento de esos intelectuales están ceñidos a las posibilidades de ascenso y consolidación de la política menuda local. Su proyección nacional sólo puede darse, en algunas áreas de conocimiento, según la capacidad de conexión con redes nacionales y transnacionales de comunidades científicas. En términos generales, las universidades estatales en las regiones han comenzado a llevar una vida marginal y necesitan recomponer sus relaciones, sus prioridades, sus vocaciones y, por supuesto, sus fuentes de financiación.  

Pintado en la Pared No. 184. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores