Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

miércoles, 28 de octubre de 2020

Montenegriada No.3- El Zángano

 

En Montenegro todo mundo trabaja duro; a las cuatro y media de la mañana uno ya está bañao y traguiao (los tragos suele ser una bebida caliente para iniciar la jornada; una taza de aguacafé es lo más corriente en la región cafetera de Colombia). A las cinco uno está saliendo pa´la finca; a las seis, uno ya está en el surco; a las ocho, uno está con el desayuno y otra vez pa´l cafetal o la platanera. Aquí no descansamos ni el domingo, porque ese día hay que lavar, planchar, hacer de comer y alistar la semana que viene. Pero no ha de faltar el pícaro, el sinvergüenza, el flojo, el zángano que mientras los demás trabajamos, él se queda durmiendo. Hay unos que duermen sagradamente el lunes la borrachera del domingo, y empiezan a trabajar el martes. Algo se inventan para llegar a pedir trabajo pa´l resto de semana. Pero conozco uno que es peor, ese no trabaja ni lunes ni martes ni ningún día de la semana. Si acaso sale de la casa el jueves o el viernes para buscar a quién esculcar o a quién goteriarle (en Colombia, hombre goterero es aquel que vive tomando y comiendo a expensas de los demás).

Para más señas, tiene nombre de alcalde, de hombre importante. Se llama Fabio Arturo Calle, y se la pasa calle arriba y calle abajo, sobre todo después de mediodía, porque ya está almorzao. Y les doy otra seña, camina mirándose el rabo. No mira hacia delante, sino hacia atrás, porque desde pequeño le metieron el terror de que le iba a salir cola de cerdo, dizque porque el diablo lo tenía entre ojos. Y se quedó con esa inquietud. Es un viejo de cincuenta y cinco años y todavía cree en esas bobadas. Mientras usted habla con él, el tipo está mirándose el rabo, hasta da la vuelta completa como si buscara una mosca que le zumba en el culo.

Pero eso es todo en lo que cree, porque el hombre nunca va a misa, le debe plata a todo el mundo y no cree ni en su propia madre; a la pobre vieja la tiene dominada, la pobre doña María le tiene miedo y hasta dicen que el tipo le pega cuando la viejita no le tiene la comida lista. La lleva todos los meses a reclamar el susidio (quiso decir subsidio) para la tercera edad y él se queda con la platica dizque para hacer un mercado. ¿Y saben lo que hace? Pues se va a beber con el dinero de la viejita, invita amigos, comienza parranda el jueves y llega amanecido el lunes a hacer ruido en el barrio para que María le abra la puerta, y muchas veces a la viejita le toca lidiar con el tasista (el conductor de taxi), porque el hijito querido no tiene con qué pagar la carrera.

En Ciudad Alegría le decimos El Zángano, porque no hace enteramente nada; no se lava los dientes y por eso ya no tiene nada qué mostrar cuando se ríe, y hasta será por eso que casi no se ríe. Es de los que todavía orina en bacinilla, y la pobre doña María tiene que levantarse a botarle y a lavarle el becao de orines. Es que le da pereza hasta caminar al baño. Cuando golpean en la puerta de la casa, él nunca sale y se tapa con las cobijas. Si usted busca algún día, por curiosidad, la casa donde vive ese tipo, es muy fácil: es la casa esquinera que huele a carne rancia revolcada con orina vieja. Imagínese los olores cuando abren la puerta, yo no puedo entrar del asco tan horrible.

Dicen, los que lo conocen desde niño, que cuando iba a pasar de la escuela primaria al bachillerato el muchacho se rebeló y le dijo a su abuela -y no a su madre- que no quería ir a estudiar al Instituto Montenegro; y la abuela, una viejita analfabeta y rezandera, le dijo: “Bueno, mijo, quédese aquí conmigo”. Y la madre, doña María, se quedó viendo un chispero porque a ella no le volvió a obedecer nada. El muchacho se quedó sobijándole (manera coloquial de decir sobar) la espalda a la abuela, mientras todos los demás en la casa trabajaban en fincas aledañas. Mientras todos madrugaban a ganarse lo del diario, este sinvergüenza seguía envuelto en cobijas, porque era “un tesoro de niño”. Se quedó como el niño mimado de la casa, andando en pantalones cortos hasta muy viejo. Se levantaba tarde, comía como un rey, y cuando murió la abuela quedó mirándose el rabo, porque creyó que había maldición y que por haber sido un zángano le iba a salir cola. Alguien le dijo eso alguna vez para asustarlo y es el único susto que le quedó en la vida al desgraciado.

 

Pintado en la Pared No. 219

Gilberto Loaiza Cano, Montenegro, año pandémico 2020.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores