Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

viernes, 27 de noviembre de 2020

Montenegriada No. 5-Padre nuestro del aburrimiento

 


Este pueblo aburre, siempre tan repetido en sus días. Las mismas caras en los mismos lugares. Hasta la muerte es aburrida; es costumbre dos asesinatos semanales. Pobres muchachos con disparos en la cabeza. Los policías, como siempre, llegan tarde. Todos comentan lo mismo: líos de la venta de drogas. Muchachos pobres que quieren volverse ricos y se ganan pronto un hueco en el cráneo. Los demás se acostumbran a caminar las mismas calles, al mismo trabajo, al mismo día de ir al mercado, al mismo día de bancos cerrados, al mismo viaje a Armenia para pedir una cita médica, para un examen de laboratorio, para comprar lo que no venden en este pueblito arrabalero, para esconderse un rato donde las mismas fufurufas.

Teresita Meza se aburre de ver los mismos árboles, de tender la misma cama, de comer el mismo desayuno. Vida larga sin sorpresas, sin estremecimientos, salvo la muerte que se acuesta en largas agonías hasta que de la cama se pasa al ataúd y del ataúd al hueco del cementerio. Y después sólo queda rezar por el alma del uno y de la otra y de aquella y de aquel hasta que tanto rezar se vuelve una cosa interminable de recuerdos mal acumulados, de vivos que parecen muertos, de muertos que todavía están por ahí caminando vivos y que yo creía muertos (¡Ay! Yo pensaba que usted estaba muerto). Teresita Meza sale todos los días al pueblo, en el mismo turno del mismo jeep. Su caminata es predecible. Siempre camina hasta la alcaldía, pasa a la iglesia, les acaricia los pies a dos o tres santos, pide el mismo milagro de hace cincuenta o sesenta años, el mismo milagro que ya no le hicieron (¡Ay! Dios sabe cómo hace sus cosas). Sigue a la misma panadería, compra el mismo pan (¡Ay! No se me ocurre comprar ese otro pan que parece tan provocativo). Da la vuelta hacia la funeraria, se detiene a mirar el aviso fúnebre del día.

-¿Alguien conocido, Teresita?

-No, yo no sé quién será el muerto.

-¿No se acuerda de don Miguel Restrepo? Le decían Cebolla.

-Ay, claro, Cebolla Restrepo.

-¿No fue novio suyo?

-¡Ay!, cómo se le ocurre decir esas barbaridades, y aquí delante del difunto. Yo nunca tuve novio.

Teresita Meza sí tuvo novio, novio a medias, novio de pintado con buñuelo, novio de caminata dominical por el parque mientras chupaban paleta. Hasta que el novio murió de aburrimiento. Teresita Meza no sabe qué es montar en avión o tomar masato o beber cerveza o fornicar o ir a Bogotá un fin de semana o ir a cine o leer Cien años de soledad. Teresita Meza recuerda que una vez fue a Cali (¡Ay! Espere me acuerdo. No fue hace mucho, por los días en que vino el papa Pablo VI). Teresita Meza reza todos los días desde las cuatro de la tarde, a esa hora comienza a temerle a la noche, a las nubes, a la lluvia, a los relámpagos y truenos, a que se duerma y no despierte y no pueda salir a caminar y volver a pasar por la funeraria y ver quién ha muerto (¡Ay! Qué tal que aparezca anunciado mi nombre. Qué tal que todos sepan, menos yo, que he muerto. Dios me ampare. Padre nuestro que estás en los cielos).

Gilberto Loaiza Cano

Pintado en la Pared No. 2021.

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