Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

jueves, 20 de mayo de 2021

Memoria de la peste

 

Cali: ciudad de la protesta.

En ninguna ciudad de Colombia la protesta callejera adquirió la intensidad y la complejidad de lo que ha vivido durante más de veinte días la ciudad de Cali. La capital del Valle del Cauca y sus alrededores han experimentado la movilización de la minga indígena caucana, de las comunidades afrodescendientes, las mujeres y, sobre todo, los jóvenes. Allí, el estallido social ha mezclado el desespero por el hambre y el desempleo, la indignación por expectativas frustradas, los intereses diversos de los agentes sociales y las comunidades étnicas, las urgencias de la participación directa en la búsqueda de soluciones inmediatas. Cali ha levantado, al inicio de las manifestaciones, el bastión de la resistencia, del coraje; es la ciudad que ha tenido que enfrentar la represión brutal de la fuerza pública, luego el fuego de paramilitares protegidos por la penumbra de la noche y por la complicidad de la policía nacional. Hoy, allí, se está discutiendo en cada instante, en cada rincón, cómo será el futuro inmediato luego de una lucha en que los principales sacrificados han sido los jóvenes.

Cali es la principal ciudad del suroccidente colombiano, concentra y expresa histórica y demográficamente las desigualdades sociales y económicas. El suroccidente ha sido desde hace varios siglos el espacio de convivencia muy conflictiva de comunidades indígenas, afrodescendientes esclavizados, campesinos blancos pobres, hacendados con sus peonadas. En la segunda mitad del siglo XVIII, desde Cartago hasta Pasto, la región fue el epicentro de asonadas, motines y levantamientos en contra de las reformas borbónicas; hubo incendios de los estancos, de las casas de autoridades parroquiales, manifestaciones en las plazas centrales. Entre 1848 y 1851 hubo revueltas populares en contra de los hacendados que pretendían tener el control de los ejidos ; en ese entonces hubo saqueos, asesinatos, azotes con zurriago a los dueños de haciendas.

En Cali y en el suroccidente de Colombia se acumula una larga historia de conflictos relacionados con la propiedad de la tierra, tanto en el medio rural como en el urbano. Las comunidades originarias han sido sistemáticamente desterradas de sus propiedades ancestrales mientras ascendía la propiedad hacendataria concentrada en pocas familias de blancos que se ufanaban de sus linajes españoles. En Cali, desde el siglo XVIII hasta nuestros días ha habido conflictos y debates en torno a los ejidos, terrenos comunales cuya propiedad ha estado en permanente litigio. Más cerca de nuestros tiempos, el narcotráfico, el comercio de armas, la minería ilegal, la tala de bosques han exacerbado el crimen organizado, la organización de grupos guerrilleros y paramilitares, las disputas por zonas estratégicas para el comercio ilegal.

La fisonomía de la capital del Valle del Cauca ha sido esculpida por enfrentamientos étnicos y clasistas, por disputas territoriales, por luchas simbólicas en el control de barriadas. Cada agente social y étnico lucha por el reconocimiento de antiguos derechos, reclama prioridades en la repartición de recursos, cuestiona fortunas conseguidas mediante masacres y destierros. Es una ciudad cuya topografía ha sido segmentada por expectativas enfrentadas; blancos ricos que han usurpado tierras y han querido imponer su ideal de civismo; blancos pobres provenientes de la colonización antioqueña que hallaron refugio en el pequeño comercio urbano ; comunidades indígenas que han sido constreñidas a vivir en tierras áridas y que sobreviven en medio de las hostilidades de organizaciones guerrilleras, de cultivadores y comercializadores de coca;  afrodescendientes que guardan en la memoria colectiva las expoliaciones del viejo sistema de la hacienda esclavista más aquellos que padecen el desplazamiento forzoso en Chocó y Nariño y buscan refugio en los cordones de miseria que bordean el río Cauca.

Los sucesos de Cali, como de muchas partes de Colombia, rebasan los postulados iniciales del paro nacional convocado el 28 de octubre; el pueblo caleño es protagonista de una revuelta cuyo desenlace ahora no podemos entrever. No ha sido solamente una rebelión de la pobreza, no ha sido solamente la protesta de los jóvenes sin futuro, no ha sido solamente la indignación por el asesinato sistemático de líderes y lideresas sociales, no ha sido solamente la exasperación por el incumplimiento de los acuerdos de paz. Ha sido todo eso y más. Ante la ausencia de genuinos liderazgos y de representantes políticos, la heterogénea masa popular caleña tomó las calles y busca una metodología de negociación con autoridades locales y nacionales que le garantice la satisfacción de múltiples anhelos.

Entre todas las exigencias que afloran del día a día de la persistente protesta callejera, en Cali, destaco el papel cumplido por la juventud. Los muchachos esperan cambios cualitativos en la educación que les permitan el acceso a una formación técnica y universitaria gratuita y que les garantice un porvenir profesional. Hablan de políticas culturales incluyentes, de espacios de recreación y deporte, de salarios dignos, de acceso a planes de vivienda.

El tiempo pasa y es posible que la protesta se degrade, que aparezcan agentes sociales que buscan aprovechar la coyuntura para sus propósitos delincuenciales o para sus ambiciones electorales. Urge que los jóvenes caleños se organicen y obliguen a los funcionarios gubernamentales a asumir compromisos por exigencias concretas. Y supongamos que, en el peor de los casos, la gente caleña que ha expuesto sus vidas todos estos días no consiga nada palpable que mejore sustancialmente su situación económica, aun así, ya ha demostrado una valentía y una dignidad que contrastan con la iniquidad de las acciones del presidente Duque.

La ciudad, luego de esto, ya no será la misma. Ya no habrá lugar para hipocresías y discursos cosméticos. La sociedad caleña está dividida; los odios étnicos y de clase han quedado expuestos. Habrá necesidad, de todos modos, de nuevos pactos de convivencia entre agentes sociales muy diversos.

Pintado en la Pared No. 229.

3 comentarios:

  1. Contextualizacion muy necesaria de lo que pasa! Gracias Gilberto!

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  2. Gracias profe por este texto tan pertinente. Un abrazo fraterno.

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  3. Hoy me sigue pareciendo oportuno este texto.

    Profe me queda una pregunta: La ciudad si cambió en algo?

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