Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

miércoles, 18 de agosto de 2021

Memoria de la peste

 Pintado en la Pared No. 237

(continuación de Una experiencia histórica)

El peor de los gobiernos.

A la experiencia inédita de vivir una pandemia, los colombianos debemos agregarle el peor de los presidentes del país de los últimos cincuenta años. Muchos creíamos que el gobierno mediocre de Andrés Pastrana Arango (1998-2002) era difícil de superar; sin embargo, el gobierno de Iván Duque Márquez ha reunido unos rasgos que lo han llevado a cifras históricas de impopularidad cuando apenas se acercaba a la mitad de su mandato. En el presidente Duque han confluido la inexperiencia, la ineptitud, la arrogancia y el autoritarismo, todos esos elementos juntos aceleraron el descontento social que tuvo expresión multitudinaria en la segunda mitad de 2019 y que se acentuó con su pésimo manejo de la pandemia.

Duque llegó a la presidencia del país porque fue el candidato aprobado por el señor Álvaro Uribe Vélez, erigido en árbitro electoral de la derecha colombiana; Duque no reunía trayectoria en la administración pública. Su campaña por la presidencia estuvo concentrada en el propósito de “hacer trizas” los acuerdos de paz firmados en 2016 entre el gobierno Santos y las Farc. Al llegar al poder quedo atrapado entre el frenesí destructivo de su partido y de su mentor político y la necesidad de cumplir por exigencia estatal y por presión internacional con los compromisos firmados con la extinta guerrilla. El resultado, en ese aspecto, ha sido un gobierno que ha administrado sin convicción la transición política anunciada por el histórico acuerdo que selló la desmovilización militar de la vieja guerrilla. Atrapado entre cumplir o no con los acuerdos de paz, el gobierno Duque no satisface ni a sus amigos de la derecha que lo catapultaron ni a los opositores que le reclaman honrar los compromisos.

A la inexperiencia debe sumarse su arrogancia y autoritarismo que le han impedido dialogar con aquellos grupos y organizaciones sociales que han esperado su presencia y su acción; las comunidades indígenas del Cauca han solicitado que el presidente Duque sea su principal interlocutor, pero él ha eludido sistemáticamente esa demanda diálogo. Fue, en gran medida, esa incapacidad para escuchar lo que le impidió percibir el creciente descontento social que tuvo su primera expresión multitudinaria a fines del 2019, antes del paréntesis abrupto de la pandemia. Esa arrogancia, mezclada con ineptitud, propició las protestas que iniciaron el 28 de abril de 2021; Duque y su ministro de Hacienda parece que no escucharon los informes del director del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) que, en ese mismo mes, anticipaba cifras de niveles históricos de desempleo y de empobrecimiento monetario. Aun con semejante advertencia, su ministro de Hacienda se empecinó en presentar un proyecto de reforma tributaria que golpeaba principalmente a la ya diezmada clase media colombiana. Como lo han dicho otros comentaristas, sólo a un presidente imbécil se le pudo ocurrir presentar una lesiva reforma tributaria en plena pandemia, cuando la economía colombiana padecía uno de sus peores momentos. En vez de imaginarse soluciones audaces y favorables para los sectores sociales más golpeados, prefirió azotarlos con un nuevo arsenal tributario; en vez de intentar paliar las desigualdades económicas que crecieron en esta dura coyuntura mundial, el presidente colombiano prefirió promover una reforma que ampliaba la base social de los contribuyentes sin tocar los privilegios de los banqueros y grandes empresarios.

Semejantes decisiones y actitudes del gobierno fueron la principal motivación del paro nacional iniciado el 28 de abril de 2021;  el presidente Duque creyó que la pandemia iniciada en marzo de 2020 había hecho olvidar las razones de la protesta social del año anterior y que podía encerrarse impasible en la burbuja de las alocuciones televisivas diarias en que reportaba cifras y medidas relacionadas con la crisis sanitaria y las restricciones en la movilidad ciudadana provocadas por el nuevo coronavirus. No hubo tal, las relaciones entre su gobierno y los sectores populares estaban deterioradas desde noviembre de 2019 y su soberbia le hizo creer que no tenía obstáculos para montar un régimen tributario sin contemplar la crisis económica general.

Hoy, luego de tres años de su gobierno y cuando entra en la recta final de su mandato, la presidencia de Iván Duque tiene un pésimo balance en el cumplimiento de los acuerdos de paz; el país llegó a ocupar el segundo lugar en el número de muertes por Covid por cada 100 mil habitantes; su errática política económica contribuyó a una pobreza monetaria que, en 2020, llegó al 42.5%. Las protestas en las calles de Colombia, cuya duración se prolongó más de dos meses, fueron una bofetada para su arrogancia y un duro aterrizaje en la cruda realidad de un país que no estaba dispuesto a soportar más iniquidad. 

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