Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

miércoles, 22 de diciembre de 2021

Memoria de la peste

 

La vacuna de la incertidumbre

 

Pintado en la pared No. 244.

 

Terminamos el segundo año de la pandemia de coronavirus y todavía hay alarma sobre la amenaza de nuevas variantes, mientras tanto la vacunación en muchos países sigue siendo cuestionada y no logra los niveles de cobertura que garanticen una inmunidad colectiva. Todavía son indispensables los gestos de distanciamiento físico y los ministros de salud de cada país se esfuerzan en persuadir a los escépticos acerca de los beneficios de la vacunación. En Estados Unidos, por ejemplo, ya hablan de incentivos económicos para aquellos que vayan a los puestos de vacunación; en algunos países de Europa se impuso un pase sanitario que certifique el esquema completo de vacunación y cuyo porte es obligatorio para acceder a restaurantes, lugares de diversión e, incluso, puestos de trabajo. En otros, como Francia, ya iniciaron la aplicación de la cuarta dosis de la vacuna anti-Covid para el personal sanitario y para los mayores de 60 años.

En noviembre de 2020, la gran noticia era el logro de la vacuna contra el nuevo coronavirus; hoy, un año después, no estamos tan seguros de ese logro y nos preguntamos por qué estamos ante un virus que exige un ritual tan largo de vacunación. Los más escépticos, los ingeniosos propagadores de las más diversas teorías del complot, arremeten contra lo que parecía ser un genuino avance de la ciencia farmacéutica en beneficio de la humanidad. En el 2021, el signo del progreso y el optimismo ha mutado por otro de desconfianza e incertidumbre.

El Estado y la ciencia no logran persuadir plenamente a la población de la necesidad de una vacuna; las creencias populares, los diversos mercaderes de la seudo-ciencia, algunas sectas religiosas, los militantes de izquierda y los militantes de ultra-derecha han coincidido en esta coyuntura mundial en protestar contra las restricciones de los gestos de barrera y contra la vacunación colectiva. En nombre de las libertades individuales y lanzando una sospecha contra las políticas sanitarias de los Estados, los manifestantes anti-vacuna han logrado propalar la desconfianza y pusieron freno a lo que era un propósito crucial por la salud. El caso de Alemania exhibe cómo la ciencia y el Estado no logran destronar creencias y consignas compartidos por un variopinto universo de escépticos que incluye homeópatas, vegetarianos, esotéricos, neonazis, ecologistas y hasta viejos marxistas-leninistas. Todos ellos denuncian una dictadura de la ciencia farmacéutica.

La desconfianza sobre las vacunas también ha sido nutrida por la guerra fría que desató la competencia en la producción de vacunas; las disputas entre la comunidad europea y Rusia, de Estados Unidos y Europa contra China ha provocado un juego de alianzas y de conquista de mercados que ha ocasionado confusión. Las vacunas de los rusos y los chinos son avaladas por la OMS, pero no las aprueban en el centro de Europa. Un viajero africano, asiático o latinoamericano que desea ingresar a un país de la comunidad europea deberá vacunarse con las marcas avaladas por esos países. San Marino, un diminuto país que está al lado de Italia, tuvo que acudir a los laboratorios rusos, porque ningún país vecino quiso venderle las vacunas de Pfizer, Astrazeneca o Moderna. Hay vacunas países ricos y vacunas de países pobres; hay una disputa geoestratégica que invadió la elemental lucha por protegerse un virus.

En Colombia, muy cerca de nuestras vidas, hemos visto cómo algunos de nuestros amigos y parientes justifican con argumentos casi ridículos su evasión al proceso de inmunización; los más sofisticados acuden a unas estadísticas fantásticas que ponen en relación, supuestamente, la muerte masiva de pacientes como consecuencia directa de alguna de las vacunas. Otros siguen creyendo que en la inoculación de la vacuna va adherido un micro-chip que nos hará víctimas de seguimiento permanente por un Gran Hermano. Otros más la hacen responsable de terribles enfermedades. Incluso, muchos médicos fueron reacios al inicio y hasta que constataron que sus colegas vacunados ya no morían, como había sucedido crudamente en los meses iniciales de la pandemia, acudieron por fin convencidos a la vacunación.

En fin, terminamos 2021 con incertidumbre y confusión, agotados por las restricciones de contacto humano; a eso, especialmente en América latina, tenemos que agregar las complejas secuelas económicas y sociales de la pandemia. La nueva variante Ómicron ha disparado el número de contagios y ha obligado a nuevos confinamientos. La vacunación se prolonga sin saber hasta cuándo y por qué. La sabiduría de la ciencia sale maltrecha de esta coyuntura; la comunicación de sus logros no es eficaz y no logra persuadir a aquellos que necesitan un lenguaje sencillo y unos beneficios incuestionables. Seguir vacunándonos periódicamente ya se está volviendo dudoso. No hemos resuelto el acertijo con que nos ha desafiado el coronavirus; no estábamos preparados para vivir así y eso lo estamos padeciendo.

 

   

  

 

 

 

 

  

 

 

 

 

 

   

 

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