La
vacuna de la incertidumbre
Pintado en la pared No.
244.
Terminamos el segundo
año de la pandemia de coronavirus y todavía hay alarma sobre la amenaza de
nuevas variantes, mientras tanto la vacunación en muchos países sigue siendo
cuestionada y no logra los niveles de cobertura que garanticen una inmunidad
colectiva. Todavía son indispensables los gestos de distanciamiento físico y
los ministros de salud de cada país se esfuerzan en persuadir a los escépticos
acerca de los beneficios de la vacunación. En Estados Unidos, por ejemplo, ya
hablan de incentivos económicos para aquellos que vayan a los puestos de
vacunación; en algunos países de Europa se impuso un pase sanitario que
certifique el esquema completo de vacunación y cuyo porte es obligatorio para
acceder a restaurantes, lugares de diversión e, incluso, puestos de trabajo. En
otros, como Francia, ya iniciaron la aplicación de la cuarta dosis de la vacuna
anti-Covid para el personal sanitario y para los mayores de 60 años.
En noviembre de 2020,
la gran noticia era el logro de la vacuna contra el nuevo coronavirus; hoy, un
año después, no estamos tan seguros de ese logro y nos preguntamos por qué
estamos ante un virus que exige un ritual tan largo de vacunación. Los más
escépticos, los ingeniosos propagadores de las más diversas teorías del
complot, arremeten contra lo que parecía ser un genuino avance de la ciencia
farmacéutica en beneficio de la humanidad. En el 2021, el signo del progreso y
el optimismo ha mutado por otro de desconfianza e incertidumbre.
El Estado y la ciencia no
logran persuadir plenamente a la población de la necesidad de una vacuna; las
creencias populares, los diversos mercaderes de la seudo-ciencia, algunas
sectas religiosas, los militantes de izquierda y los militantes de
ultra-derecha han coincidido en esta coyuntura mundial en protestar contra las
restricciones de los gestos de barrera y contra la vacunación colectiva. En
nombre de las libertades individuales y lanzando una sospecha contra las
políticas sanitarias de los Estados, los manifestantes anti-vacuna han logrado
propalar la desconfianza y pusieron freno a lo que era un propósito crucial por
la salud. El caso de Alemania exhibe cómo la ciencia y el Estado no logran
destronar creencias y consignas compartidos por un variopinto universo de
escépticos que incluye homeópatas, vegetarianos, esotéricos, neonazis,
ecologistas y hasta viejos marxistas-leninistas. Todos ellos denuncian una
dictadura de la ciencia farmacéutica.
La desconfianza sobre
las vacunas también ha sido nutrida por la guerra fría que desató la
competencia en la producción de vacunas; las disputas entre la comunidad
europea y Rusia, de Estados Unidos y Europa contra China ha provocado un juego
de alianzas y de conquista de mercados que ha ocasionado confusión. Las vacunas
de los rusos y los chinos son avaladas por la OMS, pero no las aprueban en el
centro de Europa. Un viajero africano, asiático o latinoamericano que desea
ingresar a un país de la comunidad europea deberá vacunarse con las marcas avaladas
por esos países. San Marino, un diminuto país que está al lado de Italia, tuvo
que acudir a los laboratorios rusos, porque ningún país vecino quiso venderle
las vacunas de Pfizer, Astrazeneca o Moderna. Hay vacunas países ricos y
vacunas de países pobres; hay una disputa geoestratégica que invadió la
elemental lucha por protegerse un virus.
En Colombia, muy cerca
de nuestras vidas, hemos visto cómo algunos de nuestros amigos y parientes
justifican con argumentos casi ridículos su evasión al proceso de inmunización;
los más sofisticados acuden a unas estadísticas fantásticas que ponen en
relación, supuestamente, la muerte masiva de pacientes como consecuencia
directa de alguna de las vacunas. Otros siguen creyendo que en la inoculación
de la vacuna va adherido un micro-chip que nos hará víctimas de
seguimiento permanente por un Gran Hermano. Otros más la hacen responsable de
terribles enfermedades. Incluso, muchos médicos fueron reacios al inicio y
hasta que constataron que sus colegas vacunados ya no morían, como había
sucedido crudamente en los meses iniciales de la pandemia, acudieron por fin
convencidos a la vacunación.
En fin, terminamos 2021
con incertidumbre y confusión, agotados por las restricciones de contacto
humano; a eso, especialmente en América latina, tenemos que agregar las
complejas secuelas económicas y sociales de la pandemia. La nueva variante Ómicron ha disparado el número de contagios y ha obligado a nuevos
confinamientos. La vacunación se prolonga sin saber hasta cuándo y por qué. La
sabiduría de la ciencia sale maltrecha de esta coyuntura; la comunicación de
sus logros no es eficaz y no logra persuadir a aquellos que necesitan un
lenguaje sencillo y unos beneficios incuestionables. Seguir vacunándonos
periódicamente ya se está volviendo dudoso. No hemos resuelto el acertijo con
que nos ha desafiado el coronavirus; no estábamos preparados para vivir así y
eso lo estamos padeciendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario