Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

viernes, 29 de julio de 2022

Vuelve la enseñanza de la Historia

 

Pintado en la Pared No. 259

Muy cerca de la presentación del informe final de la Comisión de la Verdad hubo un suceso afín pero menos divulgado. La comisión encargada de preparar un diagnóstico y unas recomendaciones acerca de la enseñanza de la Historia, en Colombia, entregó también su informe. Según la Ley 1874 de 2017, la enseñanza de la historia en nuestro país debe restablecerse de manera obligatoria; desde 1984, esa cátedra había desaparecido de la formación escolar primaria y media y el poco conocimiento histórico había quedado diluido en el currículo de las ciencias sociales. Pero antes de su pleno retorno como asignatura autónoma, era indispensable que una comisión preparase un diagnóstico y unos lineamientos generales. Con las recomendaciones de esa comisión parece allanado el camino para el restablecimiento de la cátedra. El informe llega en un buen momento, cuando la necesidad de conocer nuestro pasado –lejano y reciente- adquiere mayor relieve, cuando hay un fervor por hacer memoria y hallar verdades.

El informe fue preparado por un equipo de profesores con trayectoria en todos los niveles de la educación colombiana; sólo me atrevo a destacar, por ahora, el aporte y hasta el liderazgo de los colegas historiadores de la Universidad del Valle. Es notable que hubo un sustento empírico para la elaboración del diagnóstico y de las propuestas, puesto que el documento menciona que hubo un arduo proceso de talleres regionales en que participaron más de 2000 personas. Además, hay un acervo de entrevistas y estadísticas que respalda el propósito central que atraviesa el documento: “fortalecer el pensamiento histórico de las nuevas generaciones”.

Desde hace casi cuarenta años, a la sociedad colombiana se le ha negado la posibilidad de pensar históricamente. Hemos vivido en un país acostumbrado a olvidar y guardar silencio. El simple retorno de la enseñanza de aquella ciencia que nos enseña a recordar sistemáticamente parece ser un paso restaurador, reparador de un daño cultural cuya dimensión es muy difícil establecer. Pensar históricamente, suponen los autores del informe, es “una forma de pensar asociada al pensamiento crítico” (p. 24).  Yo me atrevo a agregar que pensar históricamente es pensar en perspectiva, con la posibilidad de discernir acerca de lo pasado, con la posibilidad de comparar el hoy con el ayer, lo que somos nosotros ahora con lo que han sido otros en otros tiempos. Lograr algo de eso entraña, y eso lo vislumbra también el informe, el ejercicio de una ciudadanía más activa, de una ciudadanía con criterio. De modo que no se trata de un simple rótulo nuevo en el pensum de la educación básica y media en Colombia, sino de un paso certero en la formación de una nueva generación de ciudadanos que podrán juzgar mejor qué hemos venido siendo.

Con acierto, las y los autores del informe anuncian que el restablecimiento de la enseñanza de la historia ayudará al reconocimiento de nuestra diversidad étnica, al reconocimiento de nuestros estrechos vínculos con América latina, al respeto de las identidades sexuales y a la comprensión de los conflictos de clase.

El informe es apenas un peldaño de un largo proceso de instalación de la Historia en los currículos, porque a eso debe sumarse la formación del personal docente, la dotación de bibliotecas escolares, la preparación de elementos didácticos audiovisuales; en fin, es necesario crear un entorno intelectual que favorezca la enseñanza del conocimiento histórico. Además, es indispensable contemplar en la implementación las variantes lingüísticas, étnicas y regionales del país. No se trata de uniformar un discurso oficial de nuestra historia, sino de dotar de herramientas a profesores y estudiantes para entender los matices muy complejos de una pretendida historia nacional. Una de las riquezas adicionales del informe es que hace recomendaciones al Estado, al magisterio y a la sociedad colombiana. Todas apuntan a unos cambios sustanciales que no sucederán en poco tiempo.  

En poco más de un centenar de páginas, el informe hace un examen detenido de los siguientes aspectos: los propósitos centrales de la enseñanza de la historia; los enfoques posibles en la enseñanza; las didácticas y las formas de evaluación; las condiciones laborales del magisterio que enseña historia; la formación de docentes. Mucho de esto implicará cambios cualitativos en las carreras de historia de las universidades colombianas y, ojalá, provoque la apertura de nuevas líneas de investigación que privilegien el ámbito pedagógico.

De modo muy discreto ha sucedido otra cosa importante: vuelve la enseñanza de la Historia en Colombia.

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