Hoja suelta de opinión del profesor Gilberto Loaiza Cano. Licenciado en Filología, Master en Historia y Doctor en Sociología. Profesor titular del Departamento de Filosofía, Universidad del Valle. Premio Ciencias Sociales y Humanas, Fundación Alejandro Ángel Escobar, 2012. Línea de investigación: Historia intelectual de Colombia.

jueves, 8 de junio de 2023

Pintado en la Pared No. 290

 

Apuntes para una historia del pensamiento latinoamericano

Tercer periodo: la transición moderna.

Entre 1880 y 1920 asistimos en América latina a una transición moderna. Moderna en doble sentido, el de la modernización y el de la modernidad. Modernización, porque hay cambios ostensibles en el mundo material, una oleada de cambios tecnológicos que fueron horadando los cimientos de una vida patriarcal, aldeana, y esbozaron las primeras ciudades con iluminación eléctrica en las calles, con tranvías, con inicios de la aviación, con la llegada del automóvil, con la expansión de las redes ferroviarias; además de eso, una incipiente industria textil en algunos países, lo cual implicó una naciente clase obrera. En muy buena medida, esta transición guarda semejanza –tardía- con respecto a la transición europea vivida entre segunda mitad del siglo XVIII e inicios del XIX. Modernidad, porque hay mutaciones ideológicas, estéticas y éticas; porque la institución artística es impugnada por intelectuales nuevos que postulan, así sea tímidamente, una ruptura con tradiciones y cánones; aparecen varios –ismos: el modernismo, el anarquismo, el socialismo, el comunismo y hasta el cinismo. En esos tiempos es cuestionada la pesada herencia de la razón ilustrada, de la ciencia útil, de la prosa que escribe tratados y manuales de toda laya. Son varias las rebeliones en las ciudades incipientes: la bohemia escandalosa, los desplantes vanguardistas, el movimiento estudiantil, los sindicatos obreros.

Por supuesto, todo eso tiene su impacto en el pensamiento y en sus formas de expresión. Desde Rubén Darío, Baldomero Sanín Cano y José Enrique Rodó ya se está leyendo a Federico Nietzsche, muy pronto se unirán a esa novedad las obras de Arthur Schopenhauer, Henri Bergson. Rodó en su Ariel lanza un llamado a la juventud latinoamericana para ponerse en guardia, al menos espiritualmente, ante el creciente poderío de los yanquis del norte. Al lado de eso hay un fecundo pesimismo cultural que habla de una continua degeneración de la población latinoamericana; los afrodescendientes, los indígenas y mestizos quedan en el catálogo del atraso, la decadencia y la delincuencia. Los médicos, principalmente, se volverán los heraldos de proyectos de salud pública, de la proscripción de todas las insanias imaginadas; las tesis de la eugenesia cobran vigencia mediante leyes de migración extranjera. A esos intelectuales alguien los llamó, con precisión y sorna, los intelectuales enfermos de América latina.

El pensamiento disidente preferirá poner en cuestión, en lo estético, al verso clásico, al costumbrismo, a la idea de belleza asociada con la representación de la realidad; la ensoñación creadora, la imaginación libre de ataduras comenzará a ser materia de las artes poéticas de esa rebelión en la escritura. Algunas escritoras atrevidas harán conjunciones de erotismo y poesía; el amor y la pasión superarán las trabas de la adhesión a los sacramentos de la religión católica. Los pensadores aludirán a Diógenes de Sinope y reivindicarán su espíritu de contradicción, su desafío a las reglas de orden de la polis.

En Colombia habrá, en ese tiempo, una ambivalencia, muy propia de las transiciones históricas, de un lado la fuerza del discurso de la regeneración del cuerpo político, metáfora médica que sirvió para trazar la política de libertad y orden del Estado confesional católico que se impuso desde 1886 y se prolongó hasta la década de 1920. Y del otro, las disidencias que pusieron en cuestión ese orden; las novelas, diatribas y aforismos de Vargas Vila, los aventurados y casi solitarios librepensadores, espiritistas y anarquistas. Luego vendrá la poesía y la noveleta del malogrado José Asunción Silva y un poco después la legión de lectores aplicados de Nietzsche, Schopenhauer y Bergson. Así se vivió, grosso modo, esa transición moderna.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores